Todo el cuerpo me tembló de bajo de las sábanas, las manos comenzaron a sudarme y me senté en el borde, pero Alexander no quiso mirarme a la cara.
—¿Qué significa esto? — le pregunté nuevamente. él se puso de pie, su musculoso cuerpo a la luz del sol del amanecer que entraba por la ventana.
— Como lo oyes, Ana Laura, esto ya se tiene que acabar — con el corazón en un puño y sin creer todavía lo que estaba escuchando, me armé de valor para decirle que estaba embarazada, pero cuando abrí la boca las palabras se quedaron atoradas en mi garganta.
— Yo… ¿Qué tal si estoy embarazada? — todo el cuerpo de Alexander se tensó, los músculos de la espalda se apretaron, pero luego soltó una carcajada cínica.
— Claro que no, eso es imposible, recuerda que tengo la vasectomía, además no puedes quedarte embarazada, nos hemos protegido — ya no quise decir nada más, ¿qué podía decir al respecto? podría pensar que me había acostado con otro hombre.
los ojos verdes de Alexander se posaron en mi con frialdad.
—No te pongas triste, ¿pensaste que esto duraría para siempre? ¿pensaste que nos casaríamos y tendríamos una familia? yo nunca me casaría contigo, no podría — esto último lo comentó despacio, casi para sí mismo y yo no aguanté más, llena de rabia me puse de pie y lo encaré
— Lo sé, sé que nunca te casarías con una simple asistente. tienes razón, lo mejor es dejar las cosas así — comencé a recoger mis cosas y a vestirme desesperadamente, para Alexander, tal vez estaba furiosa, pero lo único que yo quería era estar sola para sentarme a llorar en un rincón — es lo mejor — repetí — tal vez así logre encontrar un novio que sí me valore.
— Nosotros nunca fuimos novios — dijo con frialdad, luego su gesto cambió a la rabia — ¿es eso? ¿hace tiempo quieres separarte de mi para conseguirte a otro?
— ¿Cómo se te ocurre decir una porquería como esas? — tomé mi bolso y pasé por su lado golpeándole el hombro, y me aguanté las ganas de mirar hacia atrás para verlo una última vez.
las lágrimas me entorpecieron la visión y casi no pude salir de la casa y ya en el taxi lloré como una condenada a muerte mientras acariciaba mi vientre con ternura.
Era fin de semana, así que no vi a Alexander en dos días, los dos días más largos de toda mi vida, me la pasé sola y llorando viendo películas románticas que me recordaban lo sola que estaba, y cuando llegó el lunes me di un par de cachetadas para controlar mis emociones y llegué a la Naviera Idilio con el corazón estrujado en el pecho.
Estaba en mi escritorio cuando apareció Alexander, traía distraídamente la corbata que le había regalado yo de cumpleaños y aquello me hizo sentir incluso peor, pero venía acompañado por una muchacha rubia, de piernas esbeltas y sonrisa brillante. Cuando pasaron por mi lado ninguno volteó a mirarme y ambos se introdujeron en la oficina de Alex.
No pude evitar que los celos me treparan por la garganta, así que tomé un contrato que él debía firmar y entré a su oficina sin anunciarme y los encontré muy muy juntos, uno al lado del otro y Las manos comenzaron a temblarme.
— Alexander — lo llamé y él si apenas me miró.
— ¿Qué quieres? — preguntó y yo extendí los papeles hacia él.
— Tienes que firmar esto, emm, antes de que comience la junta directiva — Alexander apartó sus bellos ojos de la mujer y casi me arrebató los papeles, mientras firmaba, la rubia me miró con una sonrisa burlona, luego le acarició la espalda a Alexander y yo tuve que contener el impulso de rabia y dolor que me invadió. él le sonrió y luego me tendió los papeles, yo los agarré y di la vuelta para salir corriendo cuando la rubia me habló, en un tono bajo y tranquilo pero que destilaba arrogancia.
— Tú eres su secretaria, ¿verdad? — me di la vuelta y la encaré con una floja sonrisa.
— Asistente — dije y ella movió la mano restándole importancia.
— Es lo mismo. quiero que me lleves a la sala de junta un café descafeinado sin leche y sin azúcar — me quedé esperando a que Alexander le dijera a la rubiecita que ese no era mi trabajo, pero en vez de defenderme el hombre miró la hora en su reloj.
— Si Ana, trae el café de Gabriela y trae café también para todos los miembros de la junta, ya deben estar allá.
Di la vuelta y salí aguantando las ganas de llorar, pero me sorbí la nariz, no podía dejar que me vieran así, y antes de llegar a mi pequeño escritorio, una mano Cálida se aferró a mi muñeca.
— Laurita, ¿estás bien? — era doña Azucena, la mamá de Alexander. era una mujer alta y muy agradable, siempre había sido amable conmigo.
— Estoy bien, doña Azucena — le dije tratando de apartar los ojos de ella, pero su cálida mano tomó mi mentón para que la viera a la cara.
— ¿Bien? Sé reconocer un corazón roto en cuanto lo veo, ¿Qué te pasa cariño? — Estaba a punto de decirle algo cuando la puerta de la oficina de Alexander se abrió.
— ¿Mamá? Está todo bien — la mujer me dedicó una linda sonrisa y luego dirigió la atención a su hijo — Ana, los cafés — me presionó Alexander y yo corrí de mala gana a la cafetería.
Cuando llegué con los cafés a la sala de juntas, todos los accionistas de la Naviera Idilio estaban ahí.
Sostuve la bandeja con fuerza mientras las manos me temblaban. Alexander tenía la pequeña mano de la rubia entre la suya.
— Quiero aprovechar este momento que está la junta reunida en pleno — dijo Alexander poniéndose de pie — para hacer un anuncio — yo lo escuchaba atenta mientras repartía lentamente los cafés — He comandado muchos años en solitario la Naviera Idilio, y creo que es momento de sentar cabeza — tomó la mano de Gabriela y le enseñó a los demás un brillante anillo de diamantes que brilló con la luz de las lámparas — he decidido casarme con Gabriela y convertirla en la Señora de Alexander Idilio.
¡Pum!
El ruido de los cristales al romperse fue ensordecedor cuando dejé caer la charola con el café y todos me miraron.
El café se regó por el suelo alfombrado. El humo llenó el lugar. Alexander me miró con rabia contenida; aún seguía sosteniendo la mano de su futura esposa entre la suya, mostrando el anillo.—Lo siento —dije.Había arruinado el momento perfecto de la presentación de la prometida de Alexander. Me arrodillé en el suelo a recoger los vidrios de las tazas de café que habían caído. —Deja eso —me dijo Alexander con frialdad—. Esa no es tu responsabilidad. —No te pongas tan serio, hijo —doña Azucena me miró amablemente y me hizo un gesto para que volviera a sentarme—. Tienes cosas más importantes que hacer, Laurita.Tomé asiento torpemente con duda.—Exacto. Tienes una boda que preparar.Levanté la mirada hacia Alexander y traté de disimular un poco la rabia que me dio aquel comentario.—¿Yo? —le pregunté.Y Alexandra asintió.—Eres mi asistente, tú te encargarás de mi boda.Vi cómo todos me miraban con envidia, como si fuera un honor.No me atreví a mirar a los ojos a la madre de mi jefe
—¡Felicidades! Jefe... y jefa —Raúl pareció darse cuenta del ambiente apagado del ascensor y tomó la iniciativa de hablar.—Gracias, la boda es la semana que viene, estoy deseando que llegue —dijo Gabriela tomando el brazo de Alexander y se apoyó íntimamente en su hombro.Hacía tanto calor que me quité el pañuelo de seda que me rodeaba el cuello, dejando al descubierto la clavícula, y la depresión de mi corazón me hizo soltar un suspiro involuntario.—Ejem —Miré confundida el rostro enrojecido de Raúl, el muchacho desvió la mirada y continuó —El Jefe se va a casar, ¿y tú, Ana ¿Tienes novio? —Ya no tengo, me escasean novios — murmuré.Raúl pareció repentinamente interesado. Noté que era más o menos de la misma talla que Alexander, si no ligeramente más alto, y de complexión más fuerte.—¿Qué te parezco yo?El muchacho se quitó la chaqueta del traje y mostró sus músculos, haciendo rebotar sus pectorales de forma graciosa y me arrancó una sonrisa.Me pareció que el aire era menos opresi
No existían palabras para expresar lo incómoda que llegué a sentirme en aquel momento. Desde que salimos del restaurante hasta que llegamos al lugar de vestidos de novia, el auto se sumía en un silencio sepulcral. Traté de distraerme en mi celular, tratando de adelantar lo mayor posible la tan esperada y famosa boda. Aprovechando que la insípida de Gabriela estaba ahí.Quería girasoles, copas de cristal y vajilla transparente. Ciertamente, yo nunca había planeado una boda, jamás, así que aquello me resultaba nuevo y agobiante.Cuando llegamos a la tienda de vestidos de novia, me senté en un amplio mueble, tratando de alejarme lo más posible de ellos.—No entiendo por qué quieres apresurar tanto esto —le pregunté a Alexander en un segundo descuido de Gabriela.Pero él simplemente se encogió de hombros.—Tengo que hacerlo lo antes posible, esta próxima semana a más tardar. Te lo contaré luego —dijo en un tono un poco más bajo y menos enojado.Pero yo aparté la mirada, furiosa.—No me
Ana me empujó —dijo Gabriela, siendo la primera en hablar ante la mirada de Alexander, se puso de pie llora y se colgó del cuello de Alexander. Yo, ciertamente, me sentía paralizada en el suelo, seguía sentada con las piernas fuertemente apretadas. Había caído en mi trasero de una forma dolorosa y sentí un dolor repentino —Estaba tratando de salir y Ana me detuvo para decirme algo, y resbalamos, fue un accidente, estoy segura que Ana no quería hacerme daño —continuó Gabriela de forma superficial e hipocrita. Había gritado tan dramáticamente que pensé que se había roto la cabeza, pero no era absolutamente nada.—¿Por qué hiciste eso, Ana? —me preguntó Alexander con rabia, con las mejillas rojas, igual que siempre que se enojaba.—Ya la escuchaste, fue un accidente —dije desde el suelo, incapaz de encontrar el valor para ponerme de pie.—Eso… —murmuró Alexander, pero mejor se calló—. Pide disculpas a Gabriela por eso.Abrí la boca con rabia pero sin decir nada. Alexander ahora me trat
El auto arrancó a toda velocidad mientras yo me apretaba con fuerza el vientre. Cada pequeño movimiento producía un dolor que se enterraba en mi estómago como mil agujas. Cuando pasamos por la calle frente a la tienda, pude observar a través de la ventana cómo Gabriela se probaba otro vestido. Alexander estaba sentado en el mueble, con los brazos cruzados, mirando al frente con gesto serio. Quise agacharme para que no me vieran cruzar, pero ¿qué les importaba una asistente como yo??—¿Estás mejor? Solo faltan cinco minutos. dijo Raúl. —Ya no me duele tanto, gracias Raúl, sin ti no puedo imaginar qué habría pasado. —No quiero entrometerme en quién es el padre de tu hijo, ¡pero realmente no es un hombre! — Vi cómo golpeó con fuerza el volante —. Seguro que le doy una lección.—Él no lo sabe.Raúl abrió la boca, pero no dijo nada, y yo agradecí que no hiciera demasiadas preguntas porque aún no se me había ocurrido ninguna mentira.Raúl me llevó a una clínica cercana y me ingresaron
Apreté con fuerza los puños cuando vi los ojos verdes furiosos de Alexander en la entrada de mi casa. Miré en todas las direcciones para ver si encontraba a su prometida, pero al parecer estaba solo.—Esto se va a poner feo —le dije a Raúl—. Déjame aquí y regresa inmediatamente a la naviera.Lo último que quería era meterlo en problemas con Alexander. Me apreté el vientre despacio. Ni siquiera había terminado de asimilar que había perdido a un bebé, que uno de mis hijos había muerto.Estaba vestida con una ropa sencilla que me habían dado en el hospital, ya que mi pequeña falda se había manchado de sangre.—No, estoy contigo —me dijo Raúl con seguridad—. Confía en mí.—me dedicó una encantadora sonrisa.Pero yo no pude sonreírle de vuelta, estaba nerviosa. Me bajé del auto y Alexander recortó la distancia que nos separaba. Cuando llegó conmigo, me agarró con fuerza por la muñeca.—¿Por qué te fuiste? ¿Qué diablos estabas haciendo con él? —Luego se volvió hacia Raúl—. ¿No estabas en
Raúl se aseguró de estar lo suficientemente lejos de la casa de Ana Laura para tomar su teléfono y llamar. Después de un par de tonos, el otro hombre al otro lado de la línea contestó.—Te tengo una actualización, hermanito, es algo triste pero bueno —dijo—. Ana Laura está embarazada. Pero tuvo un aborto espontáneo, al parecer eran mellizos. Aún sigue embarazada.Su hermano, al otro lado, suspiró profundo.—Entiendo —dijo—. De todas formas, quiero conocerla. Quiero hacerle la propuesta, sabes que la necesitamos. Y, a diferencia de su jefe, yo no quiero usarla.Raúl chasqueó la lengua.—Sí, no te hagas el tonto, hermanito, yo sé muy bien qué es lo que pretendes. Sé que necesitamos a Ana Laura para nuestra empresa, pero también sé de tus otras intenciones. Pero tranquilo, eso ya te lo estoy preparando. Ahorita ella no tiene novio y… —Tú no hagas tonterías. —Claro que no, lo que hago es todo para ti.—Ya deja de hacer de celestina. Yo no pretendo nada con Ana Laura, solo los negocios,
El teléfono al otro lado se hizo esperar un segundo. Cuando Alexander contestó, lo hizo en un tono bajo. —¿Qué pasa? —me preguntó.—No quiero molestarte, pero necesito que…—Cariño, ven aquí y mira este vestido, ¿me queda bien?Debería haber sabido que estaría con su prometida… y nunca hemos ido de compras juntos.—Es precioso… —podía sentir la ternura de Alexander a través del teléfono—. ¿Qué quieres decir?—Quiero un adelanto del sueldo de este mes para mi abuelo.—¿Hay algún problema con la quimio?—No… no, es una cirugía…. nada grave — mentí, no quería darle lástima.—Te veré en el trabajo dentro de diez minutos.sentí celos, celos de la forma en que le habló a Gabriela, pero me encogí de hombros. Olvídalo, me dije, él no te pertenece. Nunca te ha pertenecido… Ana.Cuando llegué a la empresa, todos voltearon a mirarme. Seguramente en mi rostro pálido se notaba que algo no estaba bien. Y aunque yo no había perdido demasiada sangre, mis ojos hinchados y mi piel blanca llamaban bast