No existían palabras para expresar lo incómoda que llegué a sentirme en aquel momento.
Desde que salimos del restaurante hasta que llegamos al lugar de vestidos de novia, el auto se sumía en un silencio sepulcral.
Traté de distraerme en mi celular, tratando de adelantar lo mayor posible la tan esperada y famosa boda. Aprovechando que la insípida de Gabriela estaba ahí.
Quería girasoles, copas de cristal y vajilla transparente. Ciertamente, yo nunca había planeado una boda, jamás, así que aquello me resultaba nuevo y agobiante.
Cuando llegamos a la tienda de vestidos de novia, me senté en un amplio mueble, tratando de alejarme lo más posible de ellos.
—No entiendo por qué quieres apresurar tanto esto —le pregunté a Alexander en un segundo descuido de Gabriela.
Pero él simplemente se encogió de hombros.
—Tengo que hacerlo lo antes posible, esta próxima semana a más tardar. Te lo contaré luego —dijo en un tono un poco más bajo y menos enojado.
Pero yo aparté la mirada, furiosa.
—No me importan tus explicaciones —le dije.
Gabriela apareció en ese momento, llevaba un enorme vestido blanco en los brazos, y cuando notó que estábamos hablando, me miró mal. Detrás de ella apareció el encargado, un hombre muy delgado, sin cabello y con unos lentes redondos grandes.
—¿Acaso no hacen la pareja perfecta? —dijo el encargado, dirigiéndose hacia los dos.
Yo conocía lo suficiente a Alexander para saber que en aquel momento estuvo a punto de blanquear los ojos, estresado.
—Claro que somos la pareja perfecta —dijo Gabriela, y yo apreté los puños por debajo de mi saco. Lo único que quería era salir corriendo.
Gabriela entró al cubículo a probarse el vestido de novia, y Alexander y yo nos quedamos ahí, en la sala de espera, en un silencio incómodo. Yo sentía que él quería decirme algo; su mirada y sus movimientos me lo indicaban, pero yo no quería hablar con él. No me importaban las razones que tuviera para casarse con Gabriela. Sabía que yo no había sido más que su amante, su juguete.
Cuando salió Gabriela del cubículo, no pude evitar notar que se veía hermosa en su vestido. Era un vestido muy extravagante, de mangas largas y mucho encaje.
—Este me gusta —dijo ella.
—Claro que sí —dijo el encargado. Tomó de la muñeca con fuerza a Alexander y lo levantó del mueble, poniéndolo al lado de su prometida—. Sí, juntos se ven perfectos, por ese vestido. ¡Es que son hermosos! A ver, un beso.
Alexander levantó el dedo.
—Ya déjate de tonterías, solo estamos comprando un vestido.
—¡Beso, beso! —comenzó a persuadirlos el empleado.
Y entonces Gabriela soltó una risita histérica y chillona. No pude ver lo que sucedía; tuve que apartar la mirada cuando la mujer tomó con rapidez las mejillas de Alexander y le dio un profundo beso. Así que aparté la mirada, sintiendo una puñalada en mi corazón. Pero entonces aquella imagen me produjo arcadas y el estómago se me revolvió nuevamente.
—¿Puedo prestarme el baño? —le pregunté al encargado, que me señaló una puerta casi sin mirarme, anonadado por la perfecta pareja que hacían Gabriela y Alexander.
Salí corriendo hacia el baño. Casi no pude llegar al retrete para vomitar la mitad del almuerzo y pasé ahí unos largos quince minutos tratando de recuperarme. Cuando mi estómago se tranquilizó un poco, acaricié mi vientre.
—Ya, bebé —le dije a la criatura que crecía en mi interior—, no me hagas esto.
Luego me puse de pie, y cuando abrí la puerta del baño, Gabriela estaba ahí. Ya se había quitado su vestido de novia y estaba envuelta en una capa de terciopelo blanca.
—¿Estás bien? —preguntó, aunque yo sabía que aquello no era más que un interés superficial.
—Sí, solo me cayó mal el almuerzo, parece.
—Entonces te caerá más mal lo que voy a decirte.
Yo también me acerqué al lavamanos y me lavé con jabón mientras la observaba a través del espejo.
—¿Crees que no me doy cuenta de que estás enamorada de Alexander? —dijo, y yo traté de sonreír con sarcasmo.
—Entonces eres muy mala observadora.
—No, yo no soy mala observadora —me dijo con frialdad—. Sé muy bien lo que veo. Pero ahora yo seré la esposa de él y tú eres solo su asistente. No sueñes con querer algo que no te pertenece ni te pertenecerá. El dinero, la fama y la fortuna no serán para ti.
Sonreí con sarcasmo. A mí nunca me había interesado ni la fama ni el dinero. A pesar de que mi abuelo necesitaba grandes sumas de dinero para sobrevivir, ser millonaria nunca había sido mi prioridad. Yo lo único que quería era a Alexander. Era lo único que quería para mi vida, pero ahora ya no podía ser, y tenía que arrancarlo de mi cabeza y mi corazón. Así que la miré con confianza a través del espejo.
—Mejor vamos —le dije—, tu prometido debe estar ansioso por verte probar todos los vestidos que escogiste.
Dí la vuelta para irme, quería alejarme de esa mujer a toda costa, pero Gabriela me tomó por el brazo con fuerza y cuando me volví hacia ella noté como se abalanzó sobre mí, saltando con fuerza.
ambas caímos con brusquedad al suelo por su culpa, y caí sentada en mi trasero con fuerza. Ella lanzó un fuerte grito de dolor.
Traté de ponerme de pie, pero una ráfaga de dolor me invadió.
Entonces Alexander apareció por la puerta, abriéndola con rabia y con miedo. Y cuando nos vio a las dos ahí en el suelo, tiradas, vi cómo sus mejillas se enrojecieron.
—¿Qué es lo que está pasando aquí? —gritó con rabia.
Ana me empujó —dijo Gabriela, siendo la primera en hablar ante la mirada de Alexander, se puso de pie llora y se colgó del cuello de Alexander. Yo, ciertamente, me sentía paralizada en el suelo, seguía sentada con las piernas fuertemente apretadas. Había caído en mi trasero de una forma dolorosa y sentí un dolor repentino —Estaba tratando de salir y Ana me detuvo para decirme algo, y resbalamos, fue un accidente, estoy segura que Ana no quería hacerme daño —continuó Gabriela de forma superficial e hipocrita. Había gritado tan dramáticamente que pensé que se había roto la cabeza, pero no era absolutamente nada.—¿Por qué hiciste eso, Ana? —me preguntó Alexander con rabia, con las mejillas rojas, igual que siempre que se enojaba.—Ya la escuchaste, fue un accidente —dije desde el suelo, incapaz de encontrar el valor para ponerme de pie.—Eso… —murmuró Alexander, pero mejor se calló—. Pide disculpas a Gabriela por eso.Abrí la boca con rabia pero sin decir nada. Alexander ahora me trat
El auto arrancó a toda velocidad mientras yo me apretaba con fuerza el vientre. Cada pequeño movimiento producía un dolor que se enterraba en mi estómago como mil agujas. Cuando pasamos por la calle frente a la tienda, pude observar a través de la ventana cómo Gabriela se probaba otro vestido. Alexander estaba sentado en el mueble, con los brazos cruzados, mirando al frente con gesto serio. Quise agacharme para que no me vieran cruzar, pero ¿qué les importaba una asistente como yo??—¿Estás mejor? Solo faltan cinco minutos. dijo Raúl. —Ya no me duele tanto, gracias Raúl, sin ti no puedo imaginar qué habría pasado. —No quiero entrometerme en quién es el padre de tu hijo, ¡pero realmente no es un hombre! — Vi cómo golpeó con fuerza el volante —. Seguro que le doy una lección.—Él no lo sabe.Raúl abrió la boca, pero no dijo nada, y yo agradecí que no hiciera demasiadas preguntas porque aún no se me había ocurrido ninguna mentira.Raúl me llevó a una clínica cercana y me ingresaron
Apreté con fuerza los puños cuando vi los ojos verdes furiosos de Alexander en la entrada de mi casa. Miré en todas las direcciones para ver si encontraba a su prometida, pero al parecer estaba solo.—Esto se va a poner feo —le dije a Raúl—. Déjame aquí y regresa inmediatamente a la naviera.Lo último que quería era meterlo en problemas con Alexander. Me apreté el vientre despacio. Ni siquiera había terminado de asimilar que había perdido a un bebé, que uno de mis hijos había muerto.Estaba vestida con una ropa sencilla que me habían dado en el hospital, ya que mi pequeña falda se había manchado de sangre.—No, estoy contigo —me dijo Raúl con seguridad—. Confía en mí.—me dedicó una encantadora sonrisa.Pero yo no pude sonreírle de vuelta, estaba nerviosa. Me bajé del auto y Alexander recortó la distancia que nos separaba. Cuando llegó conmigo, me agarró con fuerza por la muñeca.—¿Por qué te fuiste? ¿Qué diablos estabas haciendo con él? —Luego se volvió hacia Raúl—. ¿No estabas en
Raúl se aseguró de estar lo suficientemente lejos de la casa de Ana Laura para tomar su teléfono y llamar. Después de un par de tonos, el otro hombre al otro lado de la línea contestó.—Te tengo una actualización, hermanito, es algo triste pero bueno —dijo—. Ana Laura está embarazada. Pero tuvo un aborto espontáneo, al parecer eran mellizos. Aún sigue embarazada.Su hermano, al otro lado, suspiró profundo.—Entiendo —dijo—. De todas formas, quiero conocerla. Quiero hacerle la propuesta, sabes que la necesitamos. Y, a diferencia de su jefe, yo no quiero usarla.Raúl chasqueó la lengua.—Sí, no te hagas el tonto, hermanito, yo sé muy bien qué es lo que pretendes. Sé que necesitamos a Ana Laura para nuestra empresa, pero también sé de tus otras intenciones. Pero tranquilo, eso ya te lo estoy preparando. Ahorita ella no tiene novio y… —Tú no hagas tonterías. —Claro que no, lo que hago es todo para ti.—Ya deja de hacer de celestina. Yo no pretendo nada con Ana Laura, solo los negocios,
El teléfono al otro lado se hizo esperar un segundo. Cuando Alexander contestó, lo hizo en un tono bajo. —¿Qué pasa? —me preguntó.—No quiero molestarte, pero necesito que…—Cariño, ven aquí y mira este vestido, ¿me queda bien?Debería haber sabido que estaría con su prometida… y nunca hemos ido de compras juntos.—Es precioso… —podía sentir la ternura de Alexander a través del teléfono—. ¿Qué quieres decir?—Quiero un adelanto del sueldo de este mes para mi abuelo.—¿Hay algún problema con la quimio?—No… no, es una cirugía…. nada grave — mentí, no quería darle lástima.—Te veré en el trabajo dentro de diez minutos.sentí celos, celos de la forma en que le habló a Gabriela, pero me encogí de hombros. Olvídalo, me dije, él no te pertenece. Nunca te ha pertenecido… Ana.Cuando llegué a la empresa, todos voltearon a mirarme. Seguramente en mi rostro pálido se notaba que algo no estaba bien. Y aunque yo no había perdido demasiada sangre, mis ojos hinchados y mi piel blanca llamaban bast
—¿A qué esperas? ¿Quieres que echen a tu abuelo del hospital esta noche y se muera?Sentí una enorme rabia salir de mi interior, incluso quise acercarme corriendo y abofetearla un par de veces, pero no pude, no tenía tiempo.Estaba ahí, paralizada, observando cómo el cheque que podía salvar la vida de mi abuelo estaba en el suelo, bajo su zapato.—Vamos, Ana —me dijo, arrastrando las palabras—. Solo tienes que agacharte y tomarlo con tu boca, si no, solo haré un movimiento y el cheque se romperá, y tendrás que esperar hasta el lunes para poder cobrar uno nuevo. Piensa en tu abuelo… —preguntó con sarcasmo, pero yo sabía la respuesta. —¿Por qué haces esto? —le pregunté con rabia—. Yo no te he hecho nada.—¿Ah, no? —me dijo—. Yo tengo una relación con Alexander desde hace dos meses y siempre supe que tenía otra. Y resulta que esa otra eres tú.Sentí tanta rabia en mi interior que la escupí sin detenerme a pensar:—Claro, tú tienes una relación con él desde hace dos meses, y yo soy la
No supe cuánto tiempo me quedé ahí, arrodillada en el suelo con el cheque en la boca, sorprendida por lo que acababa de suceder. «Es tan vergonzosa, Ana, ¿qué te ha aportado esta relación de amantes? Sólo humillación.»el cheque aunque estaba un poco sucio por haber estado en el suelo, pero intacto. Me puse de pie con dificultad, recostándome en la pared, tratando de contener las lágrimas que se arremolinaban en mis ojos. Lo único que quería en ese momento era salir corriendo de ahí. No quería estar ni un minuto más en ese lugar, en esa empresa, en presencia de esa mujer, en presencia de Alexander, de todo lo que me atormentaba. Pero fue al revés. Los volví a ver.Al salir por el pequeño pasillo hacia la sala principal, vi a Alexander que salía de su oficina con las mejillas rojas, su brillante cabello despeinado. Gabriela salió detrás de él, abrazándose a sí misma, con los ojos acuosos.—¿Qué fue lo que le dijiste a Gabriela? —me preguntó en cuanto se encontró conmigo.—¿De qué e
No me sentí en paz hasta que deposité el cheque en la cuenta del hospital. Cuando recibí la llamada confirmando que todo había sido correcto, entonces dejé que mis emociones fluyeran al fin. Pasé gran parte de la noche llorando, humillada, acariciando mi vientre. solo me calmé cuando recibí la llamada del doctor para decirme que mi abuelo había salido bien de la cirugía.Tenía que encontrar control en mi vida. No podía seguir permitiendo que esas personas se burlaran de mí de esa forma. Tenía que encontrar un nuevo trabajo. Sí, nadie me pagaría tanto como Alexander, pero tenía que hacerlo. No podía seguir aguantando aquellas humillaciones. Ahora tenía que seguir planeando la maldita boda.Después de sentarme a llorar un rato en la noche, contacté con una empresa de flores, organicé la vajilla y también hablé con un par de músicos para ambientar la fiesta. Luego, cerca de la medianoche, me recosté lentamente en mi cama y, a pesar de todo lo que había sucedido en el día, logré con