Apreté con fuerza los puños cuando vi los ojos verdes furiosos de Alexander en la entrada de mi casa.

Miré en todas las direcciones para ver si encontraba a su prometida, pero al parecer estaba solo.

—Esto se va a poner feo —le dije a Raúl—. Déjame aquí y regresa inmediatamente a la naviera.

Lo último que quería era meterlo en problemas con Alexander.

Me apreté el vientre despacio.

Ni siquiera había terminado de asimilar que había perdido a un bebé, que uno de mis hijos había muerto.

Estaba vestida con una ropa sencilla que me habían dado en el hospital, ya que mi pequeña falda se había manchado de sangre.

—No, estoy contigo —me dijo Raúl con seguridad—. Confía en mí.—me dedicó una encantadora sonrisa.

Pero yo no pude sonreírle de vuelta, estaba nerviosa.

Me bajé del auto y Alexander recortó la distancia que nos separaba. Cuando llegó conmigo, me agarró con fuerza por la muñeca.

—¿Por qué te fuiste? ¿Qué diablos estabas haciendo con él? —Luego se volvió hacia Raúl—. ¿No estabas en
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