204°

Desde el primer instante supe que la cosa no marcharía bien. El pilar de seguridad, el exmilitar, nos había hecho ir a un área extensa a las afueras de la ciudad. Era una base militar, sin duda alguna, pero ahora podía notar que era una base militar clandestina. Algo no parecía ser del todo legal.

En cuanto nos recibieron, supe de inmediato que sabían quiénes éramos. Entonces Alexander se inclinó hacia mí mientras uno de nuestros trontes conducía el auto y murmuró:

— Es aquí donde viven y entrenan los trontes que hay en esta ciudad.

Pude notar que era un lugar bastante grande, y me pregunté qué tan grande sería el asentamiento original de los trontes, el lugar donde habían nacido aquella corrupta esclavitud.

Cuando nos bajamos del auto frente a un enorme hangar, el general ya estaba ahí. Nos recibió con un fuerte apretón de manos. Su cara estaba tan roja que casi no logré reconocerla.

— Lo siento mucho, de veras — le dijo a Alexander — . Siento muchísimo lo que usted está pasa
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