Tuve un real impulso por empujarla, por golpearla, por alejarla de mí. No quería hablar con Gabriela; era lo último que hubiese querido en ese día tan tormentoso.Pero la mujer estaba ahí, de pie frente a mí, y parecía que no se marcharía. El pequeño Esteban nos observó a una y otra, como si, a pesar de su pequeña edad, pudiese entender que entre las dos había un enorme vacío, imposible de llenar.Miré hacia Federico en busca de tal vez alguna ayuda, pero él simplemente se encogió de hombros, como si entendiera que no teníamos escapatoria.Y de verdad yo quería negarme, quería negarme a atenderla, porque ella me había hecho daño. Aunque yo también le habían hecho daño, así pude llegar a sentir un poco de remordimiento. — Está bien — , le dije en un tono amargo. — Aunque la verdad no sé de qué tenemos que hablar. —Entonces noté cómo Gabriela parecía nerviosa e incómoda, como si tampoco quisiera entrar en esa conversación. Pero había algo que la motivaba, que la obligaba. Y entonces,
Algo dentro de la conversación con Gabriela me generó mucha ansiedad.La mujer me agradeció con un asentimiento de cabeza y luego se puso de pie, caminó hacia la salida y no volteó a mirar hacia atrás.Yo entendía su sensación: se sentía humillada al pedirme ayuda. Pero entonces tuve un poco de miedo. Si Gabriela sentía que pedirme ayuda era una humillación tan grande y, aun así, lo había hecho, era porque su duda y su miedo eran completamente reales. Y aquello me asustó.En serio presentí que, tal vez, Gabriela tenía más información de la que decía, como siempre, como si en realidad, supiese algo que nosotros no.Tal vez Alexander le había contado algo que a mí no; por eso estaba tan asustada, porque sabía el peligro real al que nos enfrentamos.De todas formas, me quedé ahí por un largo minuto. Afuera me esperaba Federico, y teníamos una conversación clara pendiente, pero yo no quería enfrentarme a ella.Sé que podría sonar a ser una hipócrita, ya que yo misma había decidido darle l
Federico se había despedido de una forma un tanto incómoda de Ana Laura. Evidentemente, el hombre quería quedarse allí, quería besarla y hacerla suya como lo había soñado por tanto tiempo, pero sabía que tenía ese tema de conversación con el hermano de Alexander.Estaba seguro de que probablemente le daría un puñetazo a su hermano Raúl por haberle contado todo al rubio exmodelo. Pero mientras conducía hacia la casa de su hermano, pensó que tal vez aquello podría ser lo correcto.Su plan de venganza se desmoronaba en pedazos. Había pensado en usar a Ana Laura al principio, pero ahora sus sentimientos por ella habían interferido.Se preguntó si el camino de la venganza era realmente lo que necesitaba. Pensó que aquello era lo que necesitaba, Ana descubrió que no... que ahora no necesitaba ninguna venganza para sentirse mejor.Tal vez él podría hacer lo mismo, tal vez él podría dejar todo aquello en paz. Sus hermanos no tenían la culpa de lo que había sucedido, el único culpable era Ezeq
Esa mañana me desperté dando un salto. Había tenido una oscura pesadilla donde las personas que quería morían. Escuché disparos y el corazón latía con tanta fuerza en el pecho que, cuando abrí los ojos en la mañana, la sangre subió a mi cabeza provocándome un mareo.Estiré mi mano, buscando en la vasta funda el pequeño cuerpo de mi hijo. Esteban seguía ahí, muy pegado a mi cuerpo, justo como se había quedado dormido.Desde que Gabriela y yo nos habíamos separado, Esteban se había sentido más solo de lo normal, y yo no había desperdiciado ni un solo momento para estar a su lado.Observé su pequeño cuerpecito a mi lado; era tan parecido a mí que incluso resultaba escalofriante. Aunque confiaba en mi amigo y en la prueba de ADN, estaba seguro de que él no era mi hijo. Al menos, mi hijo biológico.Lo moví un poco por el hombro para despertarlo, y sus pequeños ojitos verdes se abrieron y me miraron. Sonrió.— Tuve un sueño muy bonito — , me dijo. — Soñé que tú y mami regresaban. — Cuando e
Xavier llegó unos minutos después, traía una camioneta grande con una enorme volcadura trasera.Su antiguo auto lo habíamos tenido que abandonar en la jungla el día que casi nos asesinan los empleados secuaces de Máximo. Aunque me ofrecí a acompañarlo para ir por ella, se negó rotundamente. Dijo que no había nada en ese auto que valiera la pena recuperar. Así que había sacado un par de miles de dólares de sus ahorros y se había comprado una camioneta que lucía orgulloso. — Que Yeison vaya al frente — dijo Ana Laura — . Conoce el barrio. — Yo también conozco el barrio — intervino Federico. — Y yo confío más en Yeison — contesté.Todos voltearon a mirarme, seguramente por la rudeza de mi tono, pero yo no les presté atención. Federico suspiró profundo, como si estuviera cansado de soportarme, pero yo apenas comenzaba.Yeison se fue adelante con mi hermano, Ana Laura en medio, entre Federico y yo. De reojo, no podía apartar la mirada ni un solo segundo de sus manos entrelazadas. Se veí
Tuve que aguantar con fuerza el aliento para no soltar un bufido de rabia cuando Federico entrelazó nuevamente los dedos de Ana Laura en su mano.Mi hermano notó mi incomodidad, así que me empujó por la espalda para que fuera al frente, pero yo quería seguir mirando. Yo quería ver cómo Ana Laura lo tocaba, porque quería comprobar si de verdad lo amaba.Caminamos relativamente seguros a su lado; los de la pandilla nos observaban detenidamente, pero ninguno se atrevía a hacer nada. Seguramente sabían que teníamos la invitación de Carlota, y mientras caminábamos por la calle, Federico avanzó un poco para estar junto a mi hermano. — ¿Has sabido algo de Raúl? — le preguntó.Yo me pregunté por qué mi hermano sabría algo sobre el hermano de Federico, luego recordé que Raúl, al igual que Federico, era un hombre bastante atractivo. Mi padre lo había dicho ese día en la fábrica: la debilidad de Xavier siempre habían sido los hombres. Me recordé darle una reprimenda cuando llegáramos nuevamente
Todos nos quedamos atónitos ante la frase que soltó la pelirroja. Yo apreté inconscientemente la mano de Federico entre la mía, y él me miró.Alexander seguía ahí, con la mujer prácticamente colgada de su cuello. Parpadeó un par de veces sin entender claramente sus intenciones y luego murmuró con voz baja: — ¿Un hijo? — preguntó, claramente igual de confundido que todos los que estábamos en la sala.La mujer sonrió y, cuando deslizó sus largos y pálidos dedos por el rostro de Alexander, sentí una oleada de celos que me invadió. — Un hijo, como lo escuchaste. Carlota Smith es una herencia que ha pasado de generación en generación. Mi verdadero nombre no es Carlota; ese es más bien un cargo. Así como tú heredarás el nombre del cacique, yo heredé el nombre de mis antecesoras. La misión de cada una siempre ha sido prosperar y mejorar nuestro nivel. Nunca un futuro cacique había venido a nuestras puertas a pedir ayuda, y es una oportunidad que no puedo desaprovechar. Mi herencia tiene qu
Me sentí utilizado, sinceramente, como si no fuese más que una máquina reproductiva.Estaba ahí de pie, escuchando las palabras que la pelirroja decía, y no era capaz de creerlas. ¿Estaba hablando en serio? Estaba seguro de que podría compensarla de otro modo, de que podría ofrecerle cualquier cosa… solo necesitaba estar a solas con ella, tenía que hablar con ella directamente, buscar en sus intenciones y en sus ambiciones.Si el cacique controlaba el crimen organizado de prácticamente todo el continente, podría darle cualquier cosa… menos mi hijo.Cuando la puerta de la habitación se cerró detrás de mí, la oscuridad me invadió. Sus manos pálidas acariciaron mi espalda y, entonces, la luz se encendió.Era una habitación más bien estrecha; tenía un único mueble en el centro y estanterías con miles de libros repartidos en librerías de todos los tamaños. — Es mi lugar preferido — dijo ella — Vengo aquí a relajarme cuando necesito tiempo para mí. Ser la Carlota no es fácil. — Entonces,