Franchesca retocaba los últimos detalles de su maquillaje casual, listo para acompañar un ligero vestido primaveral.Era la típica chica agraciada que todas sus amigas envidiaban, pues irradiaba belleza sin importar su atuendo o si llevaba maquillaje. Esta distinción le dificultó la amistad en la secundaria y preparatoria.—Basta, Franchesca —se dijo golpeando sus mejillas para darles color—, no es tu primer trabajo ni será el último.—Estás perfecta como siempre —la voz de su protector y amigo durante estos meses lejos de su familia la hizo sonreír. Él era su confidente, mentor y jefe. Franchesca corrió a sus brazos buscando refugio.—Me alegra que te guste —dijo Franchesca alejándose de su abrazo y dando un giro para que admirara su atuendo—, aunque esta vez me siento indecisa, a diferencia de los demás trabajos que me has recomendado.—No te estreses —dijo el hombre tomándola de los hombros—, estás perfecta. ¿Qué te preocupa?Franchesca no respondió. No era el primer hombre que con
El fatídico día había llegado por fin: Teresa se casaba. Alex no podía evitar desear suplicarle que escapara con él, pero aún le quedaba algo de dignidad. Esa dignidad le impulsaba a querer aparentar lo mejor posible, acompañado y comportándose como un caballero. Deseándole felicidad y fingiendo ser tan feliz como ella, aunque por dentro se estuviera rompiendo en pedazos.Alexander Di Angelo era un hombre orgulloso y noble, hijo único de un conde inglés.Tenía el mundo entero a sus pies. Las puertas se abrían de par en par a su paso, y también las piernas de cualquier mujer que despertara su interés. Pero su interés era siempre momentáneo, porque jamás olvidaba a Teresa. Y ella, en el fondo, lo sabía. Sabía que ninguna otra mujer podría borrarla del corazón de Alex.Por eso, tal vez por orgullo, tal vez por darle un poco de la infelicidad que él mismo sentía ese día, pero sobre todo para resarcir su orgullo, iría acompañado de la mujer perfecta, por eso había contratado a Franchesca.
¿Que si estaba bien? ¿Cómo demonios esperaba que estuviera bien? Solo pensaba en no desmoronarse cuando Teresa apareciera y diera el sí a ese hombre. Solo anhelaba ser capaz de fingir alegría cuando lo único que deseaba era tomarla de la mano y sacarla de ahí, incluso a la fuerza.Pero no podía compartir esas ideas con la joven que había contratado para acompañarlo, así que simplemente asintió y le sonrió.—Todo está bien, no te preocupes — dijo. —Atraes todas las miradas, así que elegí a la acompañante perfecta. Incluso diría que el novio te miró más de lo que debería hacerlo cualquier hombre a punto de casarse.—Si por un momento creí que me pediría el número — bromeó Franchesca, tratando de alejarse de sus propios pensamientos agobiantes.El hombre a su lado era un libro abierto para ella. Tomó un par de respiraciones profundas antes de fijar la mirada en el pasillo por donde la novia iba a entrar.La marcha nupcial resonó aún más fuerte por todo el lugar, y todos se levantaron de
Markus, que observaba a su prometida, no pudo evitar voltear para ver qué la enfurecía.—Mi amor, espero que no estés celosa por cómo tu ex besa a su prometida —le susurró tomándola entre sus brazos—. No olvides que ahora eres mi esposa, la señora Lamash.Alexander se había perdido en el mundo, incapaz de apartar sus labios de los de su prometida, saboreando cada instante. Solo la necesidad de respirar los separó.Apoyando su frente en la de ella sin soltarla, la mantuvo cerca un poco más.—La copa… —murmuró finalmente Alexander—. Debemos ir por ella y algo de comida. Luego quiero bailar contigo.Se apartó de ella y entrelazó sus dedos nuevamente, tirando de ella hacia la barra.Los labios de Franchesca estaban hinchados y calientes, algo que nunca antes le había pasado con un hombre, y menos aún con un cliente. Se pegó más a él, consciente de que le había hablado y dicho algo, pero solo deseaba comprobar algo. En un movimiento sutil y digno de dos amantes a punto de casarse, olfateó
—Alex... Alex... —era lo único que podía salir de los labios de Franchesca. Su cuerpo dolía, especialmente su intimidad. La rudeza con la que Alexander la poseía era brutal. No podía dejar de sentir cómo su miembro golpeaba su vientre una y otra vez. Aunque el dolor disminuía a medida que él la besaba y acariciaba, la forma en que la tomaba seguía siendo salvaje.Algo le sucedía a Alexander y no era el exceso de alcohol en su cuerpo; era algo más. Era como si una bestia se hubiera liberado en su interior y actuara por él. Sus caderas se movían con urgencia, dejándose arrastrar por el placer, por la manera en que la humedad de Franchesca lo hacía resbalar en su interior, mientras se sentía apretado y caliente en cada embestida.—Déjate llevar, disfruta del placer —exigió Alexander con voz ronca mientras deslizaba una mano entre sus cuerpos, encontrando el clítoris de la joven. Comenzó a estimularlo con movimientos suaves al principio, luego más bruscos y rápidos, sincronizándolos con
Alexander no pudo evitar observar a Franchesca alejarse, su cuerpo desnudo envuelto en la sábana. Un torrente de celos y rabia lo invadió. Imaginó a otros hombres disfrutando de ella, y sus puños se apretaron con fuerza. Si tan solo hubiera visto la mancha en las sábanas, tal vez su ira se habría calmado. Pero en ese momento, los celos lo consumían de una manera que nunca antes había experimentado. No era la tristeza que lo embargó cuando Teresa lo dejó por otro; era una necesidad visceral de eliminar a cualquiera que osara tocar o hubiera tocado a Franchesca. Respiró profundamente para controlar sus emociones..—No tardes —dijo con voz tensa—. Te espero en la piscina para desayunar.Bajo el brazo llevaba un nuevo contrato, redactado apresuradamente por su abogado e impreso en la impresora de la villa.Se sentó en una de las sillas junto a la piscina y contempló el abundante desayuno que acababan de servir. Sin embargo, no tenía apetito. Lo único que anhelaba en ese instante era devor
La revelación de la virginidad de Franchesca lo dejó atónito. No podía creer que una mujer tan hermosa e inteligente no hubiera experimentado el placer sexual hasta ahora. Sintió una mezcla de culpa, curiosidad y una extraña emoción que no supo definir.Franchesca, por su parte, se sentía vulnerable y avergonzada. Nunca había imaginado que su primera vez sería de esa manera, tan inesperada y llena de emociones encontradas.Alexander apartó todo lo que había en la mesa con un movimiento de su brazo, dejando el espacio libre. La alzó y la sentó sobre la mesa, abriendo sus piernas para observar lo que había sido solo suyo. Ojalá la noche anterior hubiera sido más dueño de sus actos, porque la habría hecho disfrutar mucho más, asegurándose de que se mojara lo suficiente para que nada le doliera y todo fuera más placentero.Franchesca se quedó muda por un momento, sorprendida por la forma en que se comportó Alexander. No podía discernir si le molestaba que él fuera su primer hombre o si es
Silas, oculto entre las sombras que rodeaban la lujosa villa, llevaba ya una hora observando. Su jefe le había encomendado una misión crucial: encontrar a la joven Franchesca y traerla de vuelta a la manada. El alfa lo había ordenado, y Silas no podía desobedecer.Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio salir al hombre que acompañaba a Franchesca. Era la oportunidad perfecta para abordarla, o mejor dicho, acorralarla.Franchesca, por su parte, disfrutaba de sus últimas horas junto a Alexander, el noble que la había contratado para fingir ser su prometida. Lo que comenzó como un simple trabajo se había convertido en una semana llena de pasión y afecto. Alexander se había convertido en su primer amante, y en sus brazos no solo había encontrado el placer físico, sino también un sentido de pertenencia que la asustaba."Franchesca, deja de tonterías", se repitió a sí misma. "Esto es solo un trabajo, él solo un cliente". Se golpeó suavemente la mejilla y se dispuso a regresar al inter