Franchesca sintió una oleada renovada de poder y esperanza. Aprovechando la distracción de Elenwe, corrió hacia sus cachorros y los envolvió en sus brazos, protegiéndolos con su propio cuerpo.—¡No te los llevarás! —gritó Franchesca.La luz de Alexander atravesó el espacio oscuro, envolviendo a Franchesca y a los cachorros en un resplandor cegador. El ente oscuro fue arrastrado sin remedio, su esencia disipada por la poderosa energía del amor que se tenían.En el mundo real, la chamana y sus ayudantes finalizaron sus cánticos, percibiendo con alivio que la oscuridad había sido erradicada.Franchesca abrió los ojos lentamente, respirando profundamente mientras recuperaba la conciencia. Sentía el calor de la luz y la energía protectora de su alfa que la había envuelto.—¿Franchesca? —preguntó Alexander con voz temblorosa, inclinándose sobre ella.—Estoy bien, Alex —susurró ella, esbozando una sonrisa tenue—. Lo logramos.La chamana soltó un suspiro de alivio, sus ojos brillando con sati
Un antiguo y extraño sentimiento hizo gruñir a Andrew. Aunque eso era imposible, Lexie no podría traicionar la memoria de Robert. Era por esa memoria que él jamás había podido marcarla, a pesar de haberla codiciado siempre.Su amor por Alexandra había sido amor a primera vista, desde que su hermano la había llevado al clan para formar parte de la manada, a pesar de ser una simple humana.Debía tranquilizarse; ya se encargaría de eso más adelante. Ahora lo que importaba era comenzar a movilizar su plan contra los dos reyes, quienes volvían a acercarse a donde se encontraban Lamash y Alexandra.—Parece que todo está bien —expresó Sophie, soltando un suspiro de alivio.—¿Entonces ya podemos verlos? —preguntó Alexandra.—No, todavía no —respondió Antuan—. Los príncipes deben permanecer un rato más a solas.Franchesca, abrazada a su esposo, seguía temblando tras haberse enfrentado a Elenwe.—Alex, no podemos permitir que ese ser les haga daño a nuestros hijos. ¿Los has visto? ¿Son hermosos
El beta asintió y salió rápidamente del despacho del rey.Sophie corrió desde sus aposentos hasta el despacho del rey, sintiendo a través de su lazo la turbación e ira de su alfa.—Antuan —le llamó ella al ver el escritorio de caoba partido a la mitad y el desorden inminente en la habitación—. ¿Qué es lo que te ocurre?El primer instinto de Antuan fue lanzarse contra quien fuera que se atreviera a interrumpirlo en ese momento. Sin embargo, tuvo que detenerse al darse cuenta de quién se trataba.—Sophie —le llamó él, tratando de tranquilizarse.—Sí, soy yo, mi alfa —dijo ella, tomándolo de las manos para evitar que temblaran a causa de la ira contenida—. ¿Qué es lo que te tiene alterado?Antuan se calmó con la cercanía de su reina, a quien atrajo hacia él. Tenía los ojos cerrados mientras enterraba su nariz en el cabello de ella. Sophie sabía que su alfa estaba preocupado y frustrado por no poder hacer nada.—Sophie —le dijo él—. Mi amor, temo lo peor para nuestra familia.Por eso temí
Alexander finalmente cayó de rodillas, jadeando, mientras su cuerpo se contorsionaba en agonía al intentar controlar la transformación, resistiéndose al lobo. Gritó, un sonido gutural y profundo, mientras sus manos se convertían en garras, sus uñas se alargaban y su piel se cubría de un espeso pelaje negro. Su mandíbula se extendió y se llenó de afilados colmillos, mientras su cuerpo crecía y se fortalecía. En pocos minutos, donde antes estaba Alexander, ahora se erguía un lobo negro, enorme y majestuoso, con ojos brillantes y feroces.Varias voces lo rodearon, aunque no veía a nadie. Al principio eran susurros, pero rápidamente se volvieron más fuertes, más insistentes. Voces desconocidas que parecían venir de todas direcciones. Trató de concentrarse para entender lo que decían, pero las palabras se mezclaban en un caos ininteligi
Tras la angustiosa desaparición del príncipe Alexander, el palacio se vio envuelto en una frenética actividad para encontrarlo. Todos los sirvientes se movilizaron con premura para atenderlo cuando por fin Markus regresó con el príncipe, quien, aunque no parecía herido, sí mostraba un evidente estado de deshidratación. Inmediatamente, fue conducido ante el médico real para su valoración.La noticia llegó a oídos de Franchesca, su esposa, quien, presa de la inquietud, no dudó en dirigirse a la enfermería a pesar de las súplicas de sus damas de compañía, quienes le recordaban la fragilidad de su salud por su avanzado embarazo.—Princesa, debe reposar, aún no se encuentra bien —le dijo una de sus damas de compañía.—No puedo permanecer aquí esperando noticias —dijo Franchesca, decidida a caminar sin la ayuda de ellas hasta la clínica dentro del palacio.A pesar de la evidente mejoría en su salud, su embarazo aún mermaba considerablemente su energía. Su cuerpo, por más que se alimentaba,
Franchesca retocaba los últimos detalles de su maquillaje casual, listo para acompañar un ligero vestido primaveral.Era la típica chica agraciada que todas sus amigas envidiaban, pues irradiaba belleza sin importar su atuendo o si llevaba maquillaje. Esta distinción le dificultó la amistad en la secundaria y preparatoria.—Basta, Franchesca —se dijo golpeando sus mejillas para darles color—, no es tu primer trabajo ni será el último.—Estás perfecta como siempre —la voz de su protector y amigo durante estos meses lejos de su familia la hizo sonreír. Él era su confidente, mentor y jefe. Franchesca corrió a sus brazos buscando refugio.—Me alegra que te guste —dijo Franchesca alejándose de su abrazo y dando un giro para que admirara su atuendo—, aunque esta vez me siento indecisa, a diferencia de los demás trabajos que me has recomendado.—No te estreses —dijo el hombre tomándola de los hombros—, estás perfecta. ¿Qué te preocupa?Franchesca no respondió. No era el primer hombre que con
El fatídico día había llegado por fin: Teresa se casaba. Alex no podía evitar desear suplicarle que escapara con él, pero aún le quedaba algo de dignidad. Esa dignidad le impulsaba a querer aparentar lo mejor posible, acompañado y comportándose como un caballero. Deseándole felicidad y fingiendo ser tan feliz como ella, aunque por dentro se estuviera rompiendo en pedazos.Alexander Di Angelo era un hombre orgulloso y noble, hijo único de un conde inglés.Tenía el mundo entero a sus pies. Las puertas se abrían de par en par a su paso, y también las piernas de cualquier mujer que despertara su interés. Pero su interés era siempre momentáneo, porque jamás olvidaba a Teresa. Y ella, en el fondo, lo sabía. Sabía que ninguna otra mujer podría borrarla del corazón de Alex.Por eso, tal vez por orgullo, tal vez por darle un poco de la infelicidad que él mismo sentía ese día, pero sobre todo para resarcir su orgullo, iría acompañado de la mujer perfecta, por eso había contratado a Franchesca.
¿Que si estaba bien? ¿Cómo demonios esperaba que estuviera bien? Solo pensaba en no desmoronarse cuando Teresa apareciera y diera el sí a ese hombre. Solo anhelaba ser capaz de fingir alegría cuando lo único que deseaba era tomarla de la mano y sacarla de ahí, incluso a la fuerza.Pero no podía compartir esas ideas con la joven que había contratado para acompañarlo, así que simplemente asintió y le sonrió.—Todo está bien, no te preocupes — dijo. —Atraes todas las miradas, así que elegí a la acompañante perfecta. Incluso diría que el novio te miró más de lo que debería hacerlo cualquier hombre a punto de casarse.—Si por un momento creí que me pediría el número — bromeó Franchesca, tratando de alejarse de sus propios pensamientos agobiantes.El hombre a su lado era un libro abierto para ella. Tomó un par de respiraciones profundas antes de fijar la mirada en el pasillo por donde la novia iba a entrar.La marcha nupcial resonó aún más fuerte por todo el lugar, y todos se levantaron de