Mi mate es humano.
Mi mate es humano.
Por: Selene Gremory
1. Es solo un trabajo

Franchesca retocaba los últimos detalles de su maquillaje casual, listo para acompañar un ligero vestido primaveral.

Era la típica chica agraciada que todas sus amigas envidiaban, pues irradiaba belleza sin importar su atuendo o si llevaba maquillaje. Esta distinción le dificultó la amistad en la secundaria y preparatoria.

—Basta, Franchesca —se dijo golpeando sus mejillas para darles color—, no es tu primer trabajo ni será el último.

—Estás perfecta como siempre —la voz de su protector y amigo durante estos meses lejos de su familia la hizo sonreír. Él era su confidente, mentor y jefe. Franchesca corrió a sus brazos buscando refugio.

—Me alegra que te guste —dijo Franchesca alejándose de su abrazo y dando un giro para que admirara su atuendo—, aunque esta vez me siento indecisa, a diferencia de los demás trabajos que me has recomendado.

—No te estreses —dijo el hombre tomándola de los hombros—, estás perfecta. ¿Qué te preocupa?

Franchesca no respondió. No era el primer hombre que conocería por trabajo, pero esta vez sentía un nerviosismo inexplicable, como si su cuerpo vibrara.

Este hombre era diferente, aunque no comprendía qué lo hacía especial. Ni siquiera lo conocía y ya sentía una extraña inquietud.

—Tienes razón, no es diferente a cualquier otro trabajo —dijo con determinación al despedirse de su protector y subir a su auto deportivo. La mujer que momentos antes se veía vulnerable ahora era una imagen de seguridad absoluta.

El rugido del motor de su auto la llenó de una mezcla de emoción y nerviosismo. La cita con el misterioso hombre que la perturbaba  estaba a punto de comenzar.

Su destino era el extremo sur de la ciudad, un viaje que resultó más rápido de lo esperado a pesar de ser fin de semana. Al llegar al gimnasio, no tuvo problemas para identificar a su cita. Con paso firme, se dirigió hacia él.

—Señor Alexander Di Angelo —dijo, esperando encontrarse con un hombre común.

Sin embargo, la realidad superó sus expectativas. El hombre que se levantó de la mesa para saludarla no tenía nada de común. Poseía un aura imponente y sus ojos azules eran los más bellos que jamás había visto.

Alexander Di Angelo se enfrentaba a la peor de sus desgracias: Teresa, su gran amor de la universidad, la única mujer que había amado, con quien soñaba casarse y formar una familia, se casaba. Todo sería perfecto si no fuera porque el novio era otro.

— ¿Pero vendrás a mi boda, verdad? —le había preguntado Teresa al entregarle la invitación.

Qué cruel y hermosa se había visto en ese momento. Teresa, para él, solo había ganado belleza con los años. A pesar de rozar los 30, seguía siendo la mujer más hermosa que conocía. Nunca entendió por qué, después de la universidad, ella le dijo que no estaba interesada en una relación y que prefería ser solo amiga.

Su amistad con Teresa era especial, a veces incluso tenían relaciones íntimas. Sin embargo, hace un par de años, ella comenzó a salir con Markus, un magnate de las Vegas con un apodo estúpido: "el Dragón".

Y como era de esperarse, su gran amiga lo había invitado a la boda sin tener en cuenta lo enamorado que él estaba de ella. Tal vez no lo sabía, o tal vez sí, pero no le importaba.

Lo que sí sabía era que no podía aparecer solo a ese evento. Necesitaba una mujer a su lado, y no cualquier mujer, sino una realmente guapa, inteligente y de esas que harían sentir envidia a cualquiera.

Recurriendo a sus contactos, la encontró: una misteriosa mujer que ofrecía favores de este tipo. Esposa de alquiler, no prostituta. Eso le habían dejado claro.

Alexander no tenía problema para conseguir sexo y tampoco pagaba por él, pero si le pagaría mucho dinero a la acompañante ideal para hacerse pasar por su prometida.

Por eso la esperaba en uno de sus restaurantes favoritos. Ansiaba ver si la fortuna que gastaría en sus servicios valía la pena y si era capaz de cumplir con su particular encargo.

A pesar de no haber visto ni siquiera una fotografía de ella, la reconoció al instante en cuanto cruzó el umbral de la puerta. Era excepcionalmente bella, tal vez un poco joven, pero eso no importaba.

Se quedó maravillado observándola caminar hacia él con una sonrisa cálida y sutil, un andar elegante y una mirada azul penetrante pero no intimidante. Su cuerpo era digno de admiración. Se levantó en cuanto la vio cerca y le tendió la mano para estrecharla.

—Señorita Franchesca, ¿verdad? —le dijo mientras la saludaba con suavidad y le abría la silla para que se sentara.

Después de invitarla a sentarse, se acomodó en su propio asiento frente a ella y la observó con detenimiento.

—Sí, soy Franchesca —respondió ella con una voz dulce y educada tras tomar la mano de Alexander correspondiendo a su saludo con cortesía. Su encanto natural se intensificó cuando, con un gesto delicado, colocó tras su oreja un mechón de cabello que se había escapado de su moño, dándole una apariencia aún más virginal e inocente.

—Es usted realmente hermosa —le dijo Alexander, cautivado por su belleza—. ¿Ya le han explicado para qué la cité?

—Brevemente, sí —respondió Franchesca—. Pero sería ideal que usted mismo, señor Alexander, me explicara con sus propias palabras lo que desea de mí.

Obviamente, para ella era pura formalidad que el hombre frente a ella le detallara sus deseos. Al igual que todos los hombres de su clase, él solo quería presumir de una bella mujer a su lado.

Una que sonriera y se mantuviera al margen mientras él la exhibía ante sus conocidos como si fuera un trofeo.

Todo eso le convenía, si no fuera por un pequeño detalle: Alexander no era como los demás hombres. De hecho, si él se lo propusiera, podría hacer caer a cualquier mujer a sus pies. ¿Qué era lo que realmente deseaba de ella? ¿Y qué era esa extraña atracción que sentía por él?

—Disculpe, tal vez no quiera revelar sus verdaderas intenciones y solo busca que actúe como su pareja trofeo en algún evento.

Alexander esbozó una extraña mueca indescifrable en su rostro, pero que sin duda reflejaba sus pensamientos.

"Me ha pillado", pensó.

—La verdad, señorita Francesca, no es del todo eso... o tal vez sí, pero con ciertos matices.

—No se preocupe, señor Alexander, puedo cumplir cualquiera de sus expectativas, siempre que estén dentro de los términos del contrato que firmaremos.

Un camarero se acercó con dos copas de vino y una botella de vino blanco, que llenó hasta la mitad. Alexander esperó a que el hombre se retirara, no sin antes agradecerle, para continuar con la conversación.

Ella no podía apartar la vista de ese hombre. La forma en que él la miraba era hipnótica. Era una especie de novia de alquiler, una actriz que se vestía para cualquier papel que sus clientes demandaran, pero ninguno de ellos la había cautivado como lo hacía este hombre.

Eso la incomodaba y, al mismo tiempo, la llenaba de curiosidad. Deseaba saber qué tenía ese hombre que atraía no solo su mirada, sino toda su atención.

—Me tomé la libertad de pedir algo de vino y marisco, espero que le guste —explicó Alexander, llevando la copa a sus labios y tomando un sorbo.

—Me parece perfecto —respondió Franchesca, imitando su gesto y saboreando el vino.

—Verá, una de mis mejores amigas se casa —comenzó Alexander, un leve tono de melancolía en su voz—. En la universidad fuimos novios, pero ella me dejó. Ahora soy su mejor amigo, por extraño que parezca. Tal vez le suene estúpido, pero quiero asistir a la boda con la mejor mujer que pueda encontrar, y usted está muy cerca de lo que imaginaba.

Franchesca reprimió un gruñido al escucharlo hablar de su exnovia. Llevó las manos a su regazo para disimular su incomodidad.

—No se preocupe, estoy segura de que esa mujer se arrepentirá de haberlo dejado —dijo con una sonrisa forzada.

¿Acaso estaba sintiendo celos?

Franchesca volvió a sonreírle, esta vez con más naturalidad, antes de tomar un par de langostinos de su plato y comerlos.

Había algo en esa chica, tal vez su perfume, no lo sabía con certeza. Podía olerla incluso a distancia, y aunque nunca había dado mucha importancia al aroma, el suyo le resultaba irresistible.

—Estoy seguro de ello —continuó Alexander—. Lo que quiero es que usted finja ser mi prometida en la boda y en otras reuniones posteriores, si es necesario. Le haré llegar el contrato en los próximos días.

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