El fatídico día había llegado por fin: Teresa se casaba. Alex no podía evitar desear suplicarle que escapara con él, pero aún le quedaba algo de dignidad. Esa dignidad le impulsaba a querer aparentar lo mejor posible, acompañado y comportándose como un caballero. Deseándole felicidad y fingiendo ser tan feliz como ella, aunque por dentro se estuviera rompiendo en pedazos.
Alexander Di Angelo era un hombre orgulloso y noble, hijo único de un conde inglés. Tenía el mundo entero a sus pies. Las puertas se abrían de par en par a su paso, y también las piernas de cualquier mujer que despertara su interés. Pero su interés era siempre momentáneo, porque jamás olvidaba a Teresa. Y ella, en el fondo, lo sabía. Sabía que ninguna otra mujer podría borrarla del corazón de Alex. Por eso, tal vez por orgullo, tal vez por darle un poco de la infelicidad que él mismo sentía ese día, pero sobre todo para resarcir su orgullo, iría acompañado de la mujer perfecta, por eso había contratado a Franchesca. La esperaba en su habitación, en ese hotel de Italia donde se celebraría la boda. —¿Cuánto falta para que llegue? —preguntó Alex a Dimitri, su asistente. —Está por llegar. Quedan unos minutos para la hora acordada. *-*-*-*-*-* Había pasado una semana desde que había hablado con Alexander. Según el calendario, ese era el día acordado para convertirse en su falsa prometida. No le desagradaba la idea de hacerse pasar por su prometida y darle una lección a la mojigata que se había atrevido a rechazarlo. Pero había algo más, algo que la impulsaba a querer ayudarlo. Se miró al espejo una última vez, retocando su maquillaje y acomodándose el escote de su vestido. —Bien, ya estoy lista para ir a hacer nuestro trabajo —se dijo, saliendo de la habitación donde se alojaba y dirigiéndose a la de su cliente. Su caminar era suave y apenas se notaba, dándole a su presencia un toque etéreo. Dio un par de golpes con los nudillos antes de que la puerta del cuarto se abriera. —Espero no haberte hecho esperar, querido— dijo Franchesca con voz suave y coqueta al abrirse la puerta. Alexander quedó cautivado por la presencia de esa mujer. Asintió, incapaz de articular palabra en ese instante, y se hizo a un lado para que ella entrara. Tal era su belleza que odiaba una de las cláusulas de su contrato: la relación no incluiría sexo. ¿Tal vez podría hacerla cambiar de idea con una oferta generosa? Franchesca sonrió ante la sorpresa que se dibujó en el rostro de Alexander al verla invitarlo a pasar sin palabras. Entró en la habitación, sintiendo nuevamente esa extraña atracción que la invadía cada vez que estaba cerca de él. Por su parte, tras ese intercambio de miradas, el joven inglés negó con la cabeza. No era un hombre al que le faltaran mujeres, y mucho menos uno que quisiera comprar a una para que se acostara con él. Le gustaba ser deseado. —Estás realmente hermosa— aseguró Alexander cuando por fin pudo hablar. Le tendió la mano y sonrió con dulzura. —¿Preparada para cumplir tu papel a la perfección, Franchesca? La boda será en los jardines de este hotel. —Nací lista, señor Crawley— respondió ella con una sonrisa, entregándole la mano tras entrar en la habitación. —Esa mujer se arrepentirá de todo. Esperó a que ella le tomara la mano y así salir juntos hacia los jardines, donde Alexander se enfrentaría a lo que él creía sería el peor momento de su vida: ver a la mujer que amaba casarse con otro hombre y tener que aplaudir y felicitarlos por ello. Franchesca le devolvió la sonrisa y, con cierta timidez, le dio la mano. Temía que alguna parte de su piel desnuda rozara la del hombre. La corriente eléctrica que recorrió a Franchesca fue inmediata, pero esta vez diferente a la anterior. En esta ocasión, todo su cuerpo se encendió. Sus pezones se endurecieron ligeramente, le faltó el aire y una ola de humedad invadió su parte más íntima. —Todo saldrá a la perfección, señor Di Angelo— le dijo ella, llamandolo por su apellido como una forma de marcar distancia en ese momento. No tardaron en salir y dirigirse al jardín del hotel, ya preparado para la ocasión. Los invitados comenzaban a llegar, y Alexander, sin dudarlo, pasó su brazo por la cintura de su falsa prometida y la atrajo hacia su cuerpo al ver al novio de la mujer que amaba, el tal "dragón". No tuvo que decirle nada a Franchesca, pues era evidente que el hombre a unos metros de ellos era el novio. Ella no pudo evitar sentir curiosidad por esa mujer, por comprobar si era tan hermosa la novia como Alexander la había descrito. Esa necesidad de saber despertó algo en su interior. Celos, se dijo a sí misma, pero no podía permitirse sentir ese tipo de emociones. Después de todo, solo estaba ahí para interpretar un papel. —Te lo puedes creer — le susurró al oído con tono seductor —con ese tipo va a casarse. Franchesca sonrió ante las palabras de Alexander y recorrió su rostro con sus manos en un gesto tan íntimo que no solo captó la atención de la pareja, sino también de la mayoría de los invitados cercanos. Alexander se separó ligeramente de ella y, tomando un mechón de su cabello, lo colocó detrás de la oreja de Franchesca. La miró como si realmente tuviera sentimientos por ella, aunque lo cierto es que, al tenerla tan cerca, quedó cautivado por su mirada y no le costó fingir, pues se perdió por completo en esos ojos que parecían querer ver más allá de su alma. —Vaya, Alexander — la voz del hombre interrumpió su ensimismamiento, obligándolo a girar el rostro para verlo. —Creí que no vendrías y que pasarías este día llorando por haber perdido a la mujer que amas. Las palabras de ese hombre hicieron hervir la sangre de Franchesca, pero en su rostro se dibujó una leve sonrisa coqueta para Alex. —¿Por qué dices eso? — preguntó Alex, y luego, dirigiéndose a la joven que lo acompañaba, —te presento a Franchesca, mi prometida y futura esposa. —Mucho gusto, soy la prometida de Alexander, Franchesca — dijo ella con una sonrisa encantadora. —Cuando me invitó a la boda de su mejor amiga, creí que la vería de inmediato y comprobaría si era cierto lo que me dijo sobre su belleza. Disculpe, ¿y usted es? —Encantado, señorita — respondió el hombre con una sonrisa arrogante. —Soy Markus, el dragón de las Vegas. Estaba realmente sorprendido por la belleza de aquella mujer, no solo eso, sino que también se veía refinada y joven, muy joven en realidad. —Mucho gusto, señor dragón — respondió Franchesca con una sonrisa irónica. Alexander tuvo que contener la risa ante el apodo ridículo que Markus se había dado. Todavía no comprendía cómo Teresa no se daba cuenta de lo idiota que era. Algo dentro de Alexander se removió cuando las manos de ese hombre y su falsa prometida se rozaron. No sabía por qué, no entendía muy bien cómo podía sentir esos celos, tal vez porque Markus había conseguido quedarse con lo único que le importaba. —Bueno, Fran y yo no queremos distraerte — dijo Alexander atrayendo a Franchesca hacia su cuerpo y estrechándola desde la cintura de forma posesiva. —Tienes que saludar a mucha gente e ir hasta el altar a esperar a tu futura esposa, ¿verdad? —Nosotros iremos a ver dónde sentarnos. La forma posesiva en que la había atraído Alexander hizo que Franchesca se estremeciera, como si deseara alejarla de ese hombre. Debía de admitir que el novio no era feo, todo lo contrario: tenía presencia y un carisma impresionante. Pero no era nada del otro mundo. En cambio, Alexander, en ese momento al tenerla sujeta a él y caminando a sus lugares, la hacía temblar en sus brazos. —¿Estás bien? — le preguntó Franchesca al verlo en silencio tras hablar con ese hombre. Franchesca no pudo evitar lanzar una mirada furtiva al novio. Era guapo, sí, pero no le provocaba lo mismo que el hombre a su lado que había pagado sus servicios. En ese preciso instante, el sonido de la marcha nupcial llenó el aire haciendo que todos se movieran para ocupar sus lugares.¿Que si estaba bien? ¿Cómo demonios esperaba que estuviera bien? Solo pensaba en no desmoronarse cuando Teresa apareciera y diera el sí a ese hombre. Solo anhelaba ser capaz de fingir alegría cuando lo único que deseaba era tomarla de la mano y sacarla de ahí, incluso a la fuerza.Pero no podía compartir esas ideas con la joven que había contratado para acompañarlo, así que simplemente asintió y le sonrió.—Todo está bien, no te preocupes — dijo. —Atraes todas las miradas, así que elegí a la acompañante perfecta. Incluso diría que el novio te miró más de lo que debería hacerlo cualquier hombre a punto de casarse.—Si por un momento creí que me pediría el número — bromeó Franchesca, tratando de alejarse de sus propios pensamientos agobiantes.El hombre a su lado era un libro abierto para ella. Tomó un par de respiraciones profundas antes de fijar la mirada en el pasillo por donde la novia iba a entrar.La marcha nupcial resonó aún más fuerte por todo el lugar, y todos se levantaron de
Markus, que observaba a su prometida, no pudo evitar voltear para ver qué la enfurecía.—Mi amor, espero que no estés celosa por cómo tu ex besa a su prometida —le susurró tomándola entre sus brazos—. No olvides que ahora eres mi esposa, la señora Lamash.Alexander se había perdido en el mundo, incapaz de apartar sus labios de los de su prometida, saboreando cada instante. Solo la necesidad de respirar los separó.Apoyando su frente en la de ella sin soltarla, la mantuvo cerca un poco más.—La copa… —murmuró finalmente Alexander—. Debemos ir por ella y algo de comida. Luego quiero bailar contigo.Se apartó de ella y entrelazó sus dedos nuevamente, tirando de ella hacia la barra.Los labios de Franchesca estaban hinchados y calientes, algo que nunca antes le había pasado con un hombre, y menos aún con un cliente. Se pegó más a él, consciente de que le había hablado y dicho algo, pero solo deseaba comprobar algo. En un movimiento sutil y digno de dos amantes a punto de casarse, olfateó
—Alex... Alex... —era lo único que podía salir de los labios de Franchesca. Su cuerpo dolía, especialmente su intimidad. La rudeza con la que Alexander la poseía era brutal. No podía dejar de sentir cómo su miembro golpeaba su vientre una y otra vez. Aunque el dolor disminuía a medida que él la besaba y acariciaba, la forma en que la tomaba seguía siendo salvaje.Algo le sucedía a Alexander y no era el exceso de alcohol en su cuerpo; era algo más. Era como si una bestia se hubiera liberado en su interior y actuara por él. Sus caderas se movían con urgencia, dejándose arrastrar por el placer, por la manera en que la humedad de Franchesca lo hacía resbalar en su interior, mientras se sentía apretado y caliente en cada embestida.—Déjate llevar, disfruta del placer —exigió Alexander con voz ronca mientras deslizaba una mano entre sus cuerpos, encontrando el clítoris de la joven. Comenzó a estimularlo con movimientos suaves al principio, luego más bruscos y rápidos, sincronizándolos con
Alexander no pudo evitar observar a Franchesca alejarse, su cuerpo desnudo envuelto en la sábana. Un torrente de celos y rabia lo invadió. Imaginó a otros hombres disfrutando de ella, y sus puños se apretaron con fuerza. Si tan solo hubiera visto la mancha en las sábanas, tal vez su ira se habría calmado. Pero en ese momento, los celos lo consumían de una manera que nunca antes había experimentado. No era la tristeza que lo embargó cuando Teresa lo dejó por otro; era una necesidad visceral de eliminar a cualquiera que osara tocar o hubiera tocado a Franchesca. Respiró profundamente para controlar sus emociones..—No tardes —dijo con voz tensa—. Te espero en la piscina para desayunar.Bajo el brazo llevaba un nuevo contrato, redactado apresuradamente por su abogado e impreso en la impresora de la villa.Se sentó en una de las sillas junto a la piscina y contempló el abundante desayuno que acababan de servir. Sin embargo, no tenía apetito. Lo único que anhelaba en ese instante era devor
La revelación de la virginidad de Franchesca lo dejó atónito. No podía creer que una mujer tan hermosa e inteligente no hubiera experimentado el placer sexual hasta ahora. Sintió una mezcla de culpa, curiosidad y una extraña emoción que no supo definir.Franchesca, por su parte, se sentía vulnerable y avergonzada. Nunca había imaginado que su primera vez sería de esa manera, tan inesperada y llena de emociones encontradas.Alexander apartó todo lo que había en la mesa con un movimiento de su brazo, dejando el espacio libre. La alzó y la sentó sobre la mesa, abriendo sus piernas para observar lo que había sido solo suyo. Ojalá la noche anterior hubiera sido más dueño de sus actos, porque la habría hecho disfrutar mucho más, asegurándose de que se mojara lo suficiente para que nada le doliera y todo fuera más placentero.Franchesca se quedó muda por un momento, sorprendida por la forma en que se comportó Alexander. No podía discernir si le molestaba que él fuera su primer hombre o si es
Silas, oculto entre las sombras que rodeaban la lujosa villa, llevaba ya una hora observando. Su jefe le había encomendado una misión crucial: encontrar a la joven Franchesca y traerla de vuelta a la manada. El alfa lo había ordenado, y Silas no podía desobedecer.Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio salir al hombre que acompañaba a Franchesca. Era la oportunidad perfecta para abordarla, o mejor dicho, acorralarla.Franchesca, por su parte, disfrutaba de sus últimas horas junto a Alexander, el noble que la había contratado para fingir ser su prometida. Lo que comenzó como un simple trabajo se había convertido en una semana llena de pasión y afecto. Alexander se había convertido en su primer amante, y en sus brazos no solo había encontrado el placer físico, sino también un sentido de pertenencia que la asustaba."Franchesca, deja de tonterías", se repitió a sí misma. "Esto es solo un trabajo, él solo un cliente". Se golpeó suavemente la mejilla y se dispuso a regresar al inter
Para Alexander, el tiempo había volado. La semana había pasado en un abrir y cerrar de ojos, tan absorto en la compañía de Franchesca que había perdido la noción del calendario. Una alarma en su teléfono lo despertó abruptamente esa mañana, anunciando el fin de sus vacaciones y el regreso a su agitada realidad.A su lado, ella dormía plácidamente. Deseaba con todo su ser permanecer a su lado para siempre, pero sabía que era imposible. No podía pedirle que extendiera su contrato. Alexander tenía un plan, uno arriesgado, pero que podría asegurar la presencia de esa mujer en su vida. Se marchó antes de que ella despertara, no sin antes ordenar un suculento desayuno para ella, con la instrucción de que lo dejaran en la habitación sin despertarla. Con suerte, regresaría antes de que terminara.Se apresuró en llevar a cabo su plan, pues un extraño presentimiento lo carcomía. Era como si percibiera la impaciencia de la joven, una sensación que había surgido de repente. No tardó en regresar a
Franchesca se encontraba no solo sorprendida por la proposición de Alexander, también sentía que su voz había desaparecido a causa de la emoción y alegría que sus palabras habían provocado en ella. Por lo que, antes de responderle, dio un salto gritando y tapándose el rostro antes de decirle su respuesta.—¡Por supuesto que sí acepto! —sus palabras salieron más rápido de lo que su cerebro las procesó.Sin embargo, era lo que deseaba: permanecer a su lado. No importaba si apenas tenían dos semanas de conocerse. Ella no podía imaginar su vida lejos de ese hombre. Era como si toda su existencia tuviera sentido, que la decisión de escapar de su manada de sus padres y abuelos era precisamente para llevarla a conocer al hombre frente a él.Silas, por su parte, se quedó sorprendido por la certeza en las acciones de ese hombre. Era como si, en vez de temer comprometerse con Franchesca, hubiera estado esperando alguna señal para proponerle quedarse con él.Era algo imposible para él de compren