El beta asintió y salió rápidamente del despacho del rey.Sophie corrió desde sus aposentos hasta el despacho del rey, sintiendo a través de su lazo la turbación e ira de su alfa.—Antuan —le llamó ella al ver el escritorio de caoba partido a la mitad y el desorden inminente en la habitación—. ¿Qué es lo que te ocurre?El primer instinto de Antuan fue lanzarse contra quien fuera que se atreviera a interrumpirlo en ese momento. Sin embargo, tuvo que detenerse al darse cuenta de quién se trataba.—Sophie —le llamó él, tratando de tranquilizarse.—Sí, soy yo, mi alfa —dijo ella, tomándolo de las manos para evitar que temblaran a causa de la ira contenida—. ¿Qué es lo que te tiene alterado?Antuan se calmó con la cercanía de su reina, a quien atrajo hacia él. Tenía los ojos cerrados mientras enterraba su nariz en el cabello de ella. Sophie sabía que su alfa estaba preocupado y frustrado por no poder hacer nada.—Sophie —le dijo él—. Mi amor, temo lo peor para nuestra familia.Por eso temí
Alexander finalmente cayó de rodillas, jadeando, mientras su cuerpo se contorsionaba en agonía al intentar controlar la transformación, resistiéndose al lobo. Gritó, un sonido gutural y profundo, mientras sus manos se convertían en garras, sus uñas se alargaban y su piel se cubría de un espeso pelaje negro. Su mandíbula se extendió y se llenó de afilados colmillos, mientras su cuerpo crecía y se fortalecía. En pocos minutos, donde antes estaba Alexander, ahora se erguía un lobo negro, enorme y majestuoso, con ojos brillantes y feroces.Varias voces lo rodearon, aunque no veía a nadie. Al principio eran susurros, pero rápidamente se volvieron más fuertes, más insistentes. Voces desconocidas que parecían venir de todas direcciones. Trató de concentrarse para entender lo que decían, pero las palabras se mezclaban en un caos ininteligi
Tras la angustiosa desaparición del príncipe Alexander, el palacio se vio envuelto en una frenética actividad para encontrarlo. Todos los sirvientes se movilizaron con premura para atenderlo cuando por fin Markus regresó con el príncipe, quien, aunque no parecía herido, sí mostraba un evidente estado de deshidratación. Inmediatamente, fue conducido ante el médico real para su valoración.La noticia llegó a oídos de Franchesca, su esposa, quien, presa de la inquietud, no dudó en dirigirse a la enfermería a pesar de las súplicas de sus damas de compañía, quienes le recordaban la fragilidad de su salud por su avanzado embarazo.—Princesa, debe reposar, aún no se encuentra bien —le dijo una de sus damas de compañía.—No puedo permanecer aquí esperando noticias —dijo Franchesca, decidida a caminar sin la ayuda de ellas hasta la clínica dentro del palacio.A pesar de la evidente mejoría en su salud, su embarazo aún mermaba considerablemente su energía. Su cuerpo, por más que se alimentaba,
Franchesca retocaba los últimos detalles de su maquillaje casual, listo para acompañar un ligero vestido primaveral.Era la típica chica agraciada que todas sus amigas envidiaban, pues irradiaba belleza sin importar su atuendo o si llevaba maquillaje. Esta distinción le dificultó la amistad en la secundaria y preparatoria.—Basta, Franchesca —se dijo golpeando sus mejillas para darles color—, no es tu primer trabajo ni será el último.—Estás perfecta como siempre —la voz de su protector y amigo durante estos meses lejos de su familia la hizo sonreír. Él era su confidente, mentor y jefe. Franchesca corrió a sus brazos buscando refugio.—Me alegra que te guste —dijo Franchesca alejándose de su abrazo y dando un giro para que admirara su atuendo—, aunque esta vez me siento indecisa, a diferencia de los demás trabajos que me has recomendado.—No te estreses —dijo el hombre tomándola de los hombros—, estás perfecta. ¿Qué te preocupa?Franchesca no respondió. No era el primer hombre que con
El fatídico día había llegado por fin: Teresa se casaba. Alex no podía evitar desear suplicarle que escapara con él, pero aún le quedaba algo de dignidad. Esa dignidad le impulsaba a querer aparentar lo mejor posible, acompañado y comportándose como un caballero. Deseándole felicidad y fingiendo ser tan feliz como ella, aunque por dentro se estuviera rompiendo en pedazos.Alexander Di Angelo era un hombre orgulloso y noble, hijo único de un conde inglés.Tenía el mundo entero a sus pies. Las puertas se abrían de par en par a su paso, y también las piernas de cualquier mujer que despertara su interés. Pero su interés era siempre momentáneo, porque jamás olvidaba a Teresa. Y ella, en el fondo, lo sabía. Sabía que ninguna otra mujer podría borrarla del corazón de Alex.Por eso, tal vez por orgullo, tal vez por darle un poco de la infelicidad que él mismo sentía ese día, pero sobre todo para resarcir su orgullo, iría acompañado de la mujer perfecta, por eso había contratado a Franchesca.
¿Que si estaba bien? ¿Cómo demonios esperaba que estuviera bien? Solo pensaba en no desmoronarse cuando Teresa apareciera y diera el sí a ese hombre. Solo anhelaba ser capaz de fingir alegría cuando lo único que deseaba era tomarla de la mano y sacarla de ahí, incluso a la fuerza.Pero no podía compartir esas ideas con la joven que había contratado para acompañarlo, así que simplemente asintió y le sonrió.—Todo está bien, no te preocupes — dijo. —Atraes todas las miradas, así que elegí a la acompañante perfecta. Incluso diría que el novio te miró más de lo que debería hacerlo cualquier hombre a punto de casarse.—Si por un momento creí que me pediría el número — bromeó Franchesca, tratando de alejarse de sus propios pensamientos agobiantes.El hombre a su lado era un libro abierto para ella. Tomó un par de respiraciones profundas antes de fijar la mirada en el pasillo por donde la novia iba a entrar.La marcha nupcial resonó aún más fuerte por todo el lugar, y todos se levantaron de
Markus, que observaba a su prometida, no pudo evitar voltear para ver qué la enfurecía.—Mi amor, espero que no estés celosa por cómo tu ex besa a su prometida —le susurró tomándola entre sus brazos—. No olvides que ahora eres mi esposa, la señora Lamash.Alexander se había perdido en el mundo, incapaz de apartar sus labios de los de su prometida, saboreando cada instante. Solo la necesidad de respirar los separó.Apoyando su frente en la de ella sin soltarla, la mantuvo cerca un poco más.—La copa… —murmuró finalmente Alexander—. Debemos ir por ella y algo de comida. Luego quiero bailar contigo.Se apartó de ella y entrelazó sus dedos nuevamente, tirando de ella hacia la barra.Los labios de Franchesca estaban hinchados y calientes, algo que nunca antes le había pasado con un hombre, y menos aún con un cliente. Se pegó más a él, consciente de que le había hablado y dicho algo, pero solo deseaba comprobar algo. En un movimiento sutil y digno de dos amantes a punto de casarse, olfateó
—Alex... Alex... —era lo único que podía salir de los labios de Franchesca. Su cuerpo dolía, especialmente su intimidad. La rudeza con la que Alexander la poseía era brutal. No podía dejar de sentir cómo su miembro golpeaba su vientre una y otra vez. Aunque el dolor disminuía a medida que él la besaba y acariciaba, la forma en que la tomaba seguía siendo salvaje.Algo le sucedía a Alexander y no era el exceso de alcohol en su cuerpo; era algo más. Era como si una bestia se hubiera liberado en su interior y actuara por él. Sus caderas se movían con urgencia, dejándose arrastrar por el placer, por la manera en que la humedad de Franchesca lo hacía resbalar en su interior, mientras se sentía apretado y caliente en cada embestida.—Déjate llevar, disfruta del placer —exigió Alexander con voz ronca mientras deslizaba una mano entre sus cuerpos, encontrando el clítoris de la joven. Comenzó a estimularlo con movimientos suaves al principio, luego más bruscos y rápidos, sincronizándolos con