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5. Dejándose llevar

—Alex... Alex... —era lo único que podía salir de los labios de Franchesca. Su cuerpo dolía, especialmente su intimidad.

La rudeza con la que Alexander la poseía era brutal. No podía dejar de sentir cómo su miembro golpeaba su vientre una y otra vez. Aunque el dolor disminuía a medida que él la besaba y acariciaba, la forma en que la tomaba seguía siendo salvaje.

Algo le sucedía a Alexander y no era el exceso de alcohol en su cuerpo; era algo más. Era como si una bestia se hubiera liberado en su interior y actuara por él. Sus caderas se movían con urgencia, dejándose arrastrar por el placer, por la manera en que la humedad de Franchesca lo hacía resbalar en su interior, mientras se sentía apretado y caliente en cada embestida.

—Déjate llevar, disfruta del placer —exigió Alexander con voz ronca mientras deslizaba una mano entre sus cuerpos, encontrando el clítoris de la joven. Comenzó a estimularlo con movimientos suaves al principio, luego más bruscos y rápidos, sincronizándolos con sus embestidas. Sentía cómo el clítoris crecía y se endurecía entre sus dedos, mientras sus caderas no dejaban de reclamarla.

El dolor de Franchesca se mezcló con el placer, ayudándola a moverse al mismo ritmo demandante de las caderas de su amante. Gemía y arañaba su espalda con sus uñas cada vez que él entraba en el ángulo correcto, llevándola cada vez más cerca de un abismo sin retorno.

—No pares, no dejes de hacer lo que haces…

—No pararé. Quiero estar toda la noche entre tus piernas —confesó Alexander con la voz increíblemente ronca, volviendo a saborear los senos de la joven, mordisqueando sus pezones y tirando de ellos. Estimulado por sus gemidos, aumentó el ritmo de sus penetraciones, queriendo arrancarle más gemidos de placer.

Franchesca se dejó llevar por el deseo, el cual comenzó como una pequeña tempestad en su interior hasta convertirse en una tormenta que la hacía entregarse por completo, no solo a los deseos de su amante, sino también a los propios.

—Oh Alex…— timoteo ella aferrándose a su espalda.

—Mi hembra… —No sabía de dónde había salido llamarle así. Jamás se había referido a una mujer con ese sobrenombre, pero en ese instante la sentía como si realmente le perteneciera.

Escuchar esas palabras hizo que el placer acumulado en el bajo vientre de Franchesca finalmente explotara. La sensación se extendió rápidamente por su cuerpo, como la lava de un volcán en erupción, llevándose con ella cada uno de sus pensamientos coherentes.

—Alex… —gritó ella, aferrándose a sus hombros y llevando la cabeza hacia atrás, hundiéndola en la almohada mientras su cuerpo entero se tensaba ante su primer orgasmo.

Sin embargo, deseaba más, necesitaba más de lo que Alexander tenía para darle. Sus labios en sus senos y la forma en que seguía entrando en ella la estaban volviendo loca. Lo abrazó con sus piernas, deseando algo más, algo que solo él podía darle.

La manera en que su interior se apretó alrededor de su miembro, como si quisiera exprimirlo, hizo que Alex no pudiera controlarse. Apenas un par de embestidas más, y se corrió en su interior, subiendo hasta su boca para alimentarse de sus últimos gemidos mientras la llenaba con su semilla.

—Franchesca… quédate conmigo… Quédate conmigo —pidió, incapaz de dejar de moverse, de dejar de reclamarla a pesar de haberse corrido. Jamás en su vida había seguido duro tras eyacular, pero en ese instante lo único que quería era seguir disfrutando de estar enterrado dentro de ella.

—Lo haré, me quedaré contigo —fue lo único que Franchesca pudo decir antes de explotar entre sus brazos.

La noche no terminó en ese instante. Alexander y Franchesca siguieron disfrutando de sus cuerpos hasta que el agotamiento los venció y terminaron dormidos uno al lado del otro.

Alexander apenas había pegado ojo en toda la noche. Al ver a la mujer junto a él, se llevó las manos a la cabeza negando con vehemencia. Lo ocurrido la noche anterior era inexplicable, como si una fuerza invisible lo hubiera dominado.

Era consciente de la cláusula en su contrato que prohibía cualquier tipo de contacto íntimo. ¿Había sucumbido realmente a la atracción que sentía por ella o simplemente buscaba un pago extra y lo del contrato era una farsa?

Sin poder despegar de su mente la imagen de la noche anterior, Alexander se dirigió a la ducha. Al salir, estaba decidido a hablar con ella y convencerla de quedarse unos días más. Después de todo, había reservado esa villa por una semana para recuperarse del que creía sería un duro golpe: ver a la mujer que amaba casarse con otro.

Pero no era en Teresa en quien pensaba, sino en esa chica, en Franchesca.

Salió del baño con una toalla rodeando su cintura y caminó hasta la cama, encontrándola despierta.

Franchesca abrió los ojos al alba, desorientada. La habitación que la rodeaba era ajena, nada que ver con su acogedora madriguera. Un escalofrío de miedo recorrió su cuerpo al reparar en que no vestía prenda alguna.

¿Qué demonios había pasado? La pregunta martilleaba en su mente. Recordaba vívidamente la danza bajo la luz lunar y el beso apasionado con Alexander, su cliente. Pero... ¿qué había sucedido después?

Un par de besos con Alexander, eso era lo último que recordaba. ¿Qué diablos había pasado después de eso?

El sonido de pasos en la habitación la sobresaltó. Rápidamente se escondió bajo las sábanas, fingiendo dormir mientras observaba a la persona que se acercaba.

—Buenos días, Franchesca —la saludó Alexander con una sonrisa forzada—. Pedí que nos sirvieran el desayuno en la piscina. Me gustaría hablar contigo de algunas cosas.

Franchesca emergió de debajo de las sábanas, dejando su rostro al descubierto pero manteniendo el resto de su cuerpo oculto. Odiaba la idea de abandonar la farsa, de tener que enfrentar las consecuencias de lo que había pasado. ¿Cómo iba a explicarle lo ocurrido sin que él pensara que la cláusula de "no relaciones con clientes" era solo una artimaña?

Bajo la sábana, la evidencia de su virginidad perdida la atormentaba. Un nudo de tensión se formó en su estómago.

—Por supuesto, que hablaremos —respondió con un tono de voz que ocultaba su nerviosismo—. Gracias por pedir el desayuno, estoy famélica.

Por primera vez en su vida, Franchesca se sentía como un pez fuera del agua. No solo había perdido su virginidad, sino que la decisión de conservarla hasta ese momento, la razón por la que había escapado de su hogar, se había desvanecido en una sola noche. La persona a quien debía haberse entregado ya no importaba. Lo que ahora importaba era enfrentar la realidad de su situación.

Con decisión, se levantó de la cama, la sábana aún cubriendo su cuerpo y dejando a la vista la pequeña mancha roja que mancillaba las blancas sábanas.

—No tardaré en estar lista. Solo tomaré una ducha —dijo con voz firme, dirigiéndose hacia el baño.

Bajo el chorro de agua caliente, Franchesca repasó los acontecimientos de la noche anterior. La danza bajo la luna, el beso apasionado con Alexander, la entrega inesperada... Un torbellino de emociones la invadía: culpa, vergüenza, incertidumbre.

¿Qué había sucedido? ¿Había sido un acto de libertad, una decisión consciente, o simplemente se había dejado llevar por la pasión del momento?

Su mente divagaba, cuestionando todo lo que creía saber sobre sí misma. ¿Era ella una mujer diferente ahora? ¿Había perdido algo valioso o, por el contrario, había ganado una experiencia que la marcaría para siempre?

Mientras el agua caía sobre su cuerpo, Franchesca luchaba por encontrar respuestas. Lo único que tenía claro era que no podía seguir fingiendo. Tendría que enfrentar la verdad, tanto ante sí misma como ante Alexander.

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