—Alex... Alex... —era lo único que podía salir de los labios de Franchesca. Su cuerpo dolía, especialmente su intimidad.
La rudeza con la que Alexander la poseía era brutal. No podía dejar de sentir cómo su miembro golpeaba su vientre una y otra vez. Aunque el dolor disminuía a medida que él la besaba y acariciaba, la forma en que la tomaba seguía siendo salvaje. Algo le sucedía a Alexander y no era el exceso de alcohol en su cuerpo; era algo más. Era como si una bestia se hubiera liberado en su interior y actuara por él. Sus caderas se movían con urgencia, dejándose arrastrar por el placer, por la manera en que la humedad de Franchesca lo hacía resbalar en su interior, mientras se sentía apretado y caliente en cada embestida. —Déjate llevar, disfruta del placer —exigió Alexander con voz ronca mientras deslizaba una mano entre sus cuerpos, encontrando el clítoris de la joven. Comenzó a estimularlo con movimientos suaves al principio, luego más bruscos y rápidos, sincronizándolos con sus embestidas. Sentía cómo el clítoris crecía y se endurecía entre sus dedos, mientras sus caderas no dejaban de reclamarla. El dolor de Franchesca se mezcló con el placer, ayudándola a moverse al mismo ritmo demandante de las caderas de su amante. Gemía y arañaba su espalda con sus uñas cada vez que él entraba en el ángulo correcto, llevándola cada vez más cerca de un abismo sin retorno. —No pares, no dejes de hacer lo que haces… —No pararé. Quiero estar toda la noche entre tus piernas —confesó Alexander con la voz increíblemente ronca, volviendo a saborear los senos de la joven, mordisqueando sus pezones y tirando de ellos. Estimulado por sus gemidos, aumentó el ritmo de sus penetraciones, queriendo arrancarle más gemidos de placer. Franchesca se dejó llevar por el deseo, el cual comenzó como una pequeña tempestad en su interior hasta convertirse en una tormenta que la hacía entregarse por completo, no solo a los deseos de su amante, sino también a los propios. —Oh Alex…— timoteo ella aferrándose a su espalda. —Mi hembra… —No sabía de dónde había salido llamarle así. Jamás se había referido a una mujer con ese sobrenombre, pero en ese instante la sentía como si realmente le perteneciera. Escuchar esas palabras hizo que el placer acumulado en el bajo vientre de Franchesca finalmente explotara. La sensación se extendió rápidamente por su cuerpo, como la lava de un volcán en erupción, llevándose con ella cada uno de sus pensamientos coherentes. —Alex… —gritó ella, aferrándose a sus hombros y llevando la cabeza hacia atrás, hundiéndola en la almohada mientras su cuerpo entero se tensaba ante su primer orgasmo. Sin embargo, deseaba más, necesitaba más de lo que Alexander tenía para darle. Sus labios en sus senos y la forma en que seguía entrando en ella la estaban volviendo loca. Lo abrazó con sus piernas, deseando algo más, algo que solo él podía darle. La manera en que su interior se apretó alrededor de su miembro, como si quisiera exprimirlo, hizo que Alex no pudiera controlarse. Apenas un par de embestidas más, y se corrió en su interior, subiendo hasta su boca para alimentarse de sus últimos gemidos mientras la llenaba con su semilla. —Franchesca… quédate conmigo… Quédate conmigo —pidió, incapaz de dejar de moverse, de dejar de reclamarla a pesar de haberse corrido. Jamás en su vida había seguido duro tras eyacular, pero en ese instante lo único que quería era seguir disfrutando de estar enterrado dentro de ella. —Lo haré, me quedaré contigo —fue lo único que Franchesca pudo decir antes de explotar entre sus brazos. La noche no terminó en ese instante. Alexander y Franchesca siguieron disfrutando de sus cuerpos hasta que el agotamiento los venció y terminaron dormidos uno al lado del otro. Alexander apenas había pegado ojo en toda la noche. Al ver a la mujer junto a él, se llevó las manos a la cabeza negando con vehemencia. Lo ocurrido la noche anterior era inexplicable, como si una fuerza invisible lo hubiera dominado. Era consciente de la cláusula en su contrato que prohibía cualquier tipo de contacto íntimo. ¿Había sucumbido realmente a la atracción que sentía por ella o simplemente buscaba un pago extra y lo del contrato era una farsa? Sin poder despegar de su mente la imagen de la noche anterior, Alexander se dirigió a la ducha. Al salir, estaba decidido a hablar con ella y convencerla de quedarse unos días más. Después de todo, había reservado esa villa por una semana para recuperarse del que creía sería un duro golpe: ver a la mujer que amaba casarse con otro. Pero no era en Teresa en quien pensaba, sino en esa chica, en Franchesca. Salió del baño con una toalla rodeando su cintura y caminó hasta la cama, encontrándola despierta. Franchesca abrió los ojos al alba, desorientada. La habitación que la rodeaba era ajena, nada que ver con su acogedora madriguera. Un escalofrío de miedo recorrió su cuerpo al reparar en que no vestía prenda alguna. ¿Qué demonios había pasado? La pregunta martilleaba en su mente. Recordaba vívidamente la danza bajo la luz lunar y el beso apasionado con Alexander, su cliente. Pero... ¿qué había sucedido después? Un par de besos con Alexander, eso era lo último que recordaba. ¿Qué diablos había pasado después de eso? El sonido de pasos en la habitación la sobresaltó. Rápidamente se escondió bajo las sábanas, fingiendo dormir mientras observaba a la persona que se acercaba. —Buenos días, Franchesca —la saludó Alexander con una sonrisa forzada—. Pedí que nos sirvieran el desayuno en la piscina. Me gustaría hablar contigo de algunas cosas. Franchesca emergió de debajo de las sábanas, dejando su rostro al descubierto pero manteniendo el resto de su cuerpo oculto. Odiaba la idea de abandonar la farsa, de tener que enfrentar las consecuencias de lo que había pasado. ¿Cómo iba a explicarle lo ocurrido sin que él pensara que la cláusula de "no relaciones con clientes" era solo una artimaña? Bajo la sábana, la evidencia de su virginidad perdida la atormentaba. Un nudo de tensión se formó en su estómago. —Por supuesto, que hablaremos —respondió con un tono de voz que ocultaba su nerviosismo—. Gracias por pedir el desayuno, estoy famélica. Por primera vez en su vida, Franchesca se sentía como un pez fuera del agua. No solo había perdido su virginidad, sino que la decisión de conservarla hasta ese momento, la razón por la que había escapado de su hogar, se había desvanecido en una sola noche. La persona a quien debía haberse entregado ya no importaba. Lo que ahora importaba era enfrentar la realidad de su situación. Con decisión, se levantó de la cama, la sábana aún cubriendo su cuerpo y dejando a la vista la pequeña mancha roja que mancillaba las blancas sábanas. —No tardaré en estar lista. Solo tomaré una ducha —dijo con voz firme, dirigiéndose hacia el baño. Bajo el chorro de agua caliente, Franchesca repasó los acontecimientos de la noche anterior. La danza bajo la luna, el beso apasionado con Alexander, la entrega inesperada... Un torbellino de emociones la invadía: culpa, vergüenza, incertidumbre. ¿Qué había sucedido? ¿Había sido un acto de libertad, una decisión consciente, o simplemente se había dejado llevar por la pasión del momento? Su mente divagaba, cuestionando todo lo que creía saber sobre sí misma. ¿Era ella una mujer diferente ahora? ¿Había perdido algo valioso o, por el contrario, había ganado una experiencia que la marcaría para siempre? Mientras el agua caía sobre su cuerpo, Franchesca luchaba por encontrar respuestas. Lo único que tenía claro era que no podía seguir fingiendo. Tendría que enfrentar la verdad, tanto ante sí misma como ante Alexander.Alexander no pudo evitar observar a Franchesca alejarse, su cuerpo desnudo envuelto en la sábana. Un torrente de celos y rabia lo invadió. Imaginó a otros hombres disfrutando de ella, y sus puños se apretaron con fuerza. Si tan solo hubiera visto la mancha en las sábanas, tal vez su ira se habría calmado. Pero en ese momento, los celos lo consumían de una manera que nunca antes había experimentado. No era la tristeza que lo embargó cuando Teresa lo dejó por otro; era una necesidad visceral de eliminar a cualquiera que osara tocar o hubiera tocado a Franchesca. Respiró profundamente para controlar sus emociones..—No tardes —dijo con voz tensa—. Te espero en la piscina para desayunar.Bajo el brazo llevaba un nuevo contrato, redactado apresuradamente por su abogado e impreso en la impresora de la villa.Se sentó en una de las sillas junto a la piscina y contempló el abundante desayuno que acababan de servir. Sin embargo, no tenía apetito. Lo único que anhelaba en ese instante era devor
La revelación de la virginidad de Franchesca lo dejó atónito. No podía creer que una mujer tan hermosa e inteligente no hubiera experimentado el placer sexual hasta ahora. Sintió una mezcla de culpa, curiosidad y una extraña emoción que no supo definir.Franchesca, por su parte, se sentía vulnerable y avergonzada. Nunca había imaginado que su primera vez sería de esa manera, tan inesperada y llena de emociones encontradas.Alexander apartó todo lo que había en la mesa con un movimiento de su brazo, dejando el espacio libre. La alzó y la sentó sobre la mesa, abriendo sus piernas para observar lo que había sido solo suyo. Ojalá la noche anterior hubiera sido más dueño de sus actos, porque la habría hecho disfrutar mucho más, asegurándose de que se mojara lo suficiente para que nada le doliera y todo fuera más placentero.Franchesca se quedó muda por un momento, sorprendida por la forma en que se comportó Alexander. No podía discernir si le molestaba que él fuera su primer hombre o si es
Silas, oculto entre las sombras que rodeaban la lujosa villa, llevaba ya una hora observando. Su jefe le había encomendado una misión crucial: encontrar a la joven Franchesca y traerla de vuelta a la manada. El alfa lo había ordenado, y Silas no podía desobedecer.Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio salir al hombre que acompañaba a Franchesca. Era la oportunidad perfecta para abordarla, o mejor dicho, acorralarla.Franchesca, por su parte, disfrutaba de sus últimas horas junto a Alexander, el noble que la había contratado para fingir ser su prometida. Lo que comenzó como un simple trabajo se había convertido en una semana llena de pasión y afecto. Alexander se había convertido en su primer amante, y en sus brazos no solo había encontrado el placer físico, sino también un sentido de pertenencia que la asustaba."Franchesca, deja de tonterías", se repitió a sí misma. "Esto es solo un trabajo, él solo un cliente". Se golpeó suavemente la mejilla y se dispuso a regresar al inter
Para Alexander, el tiempo había volado. La semana había pasado en un abrir y cerrar de ojos, tan absorto en la compañía de Franchesca que había perdido la noción del calendario. Una alarma en su teléfono lo despertó abruptamente esa mañana, anunciando el fin de sus vacaciones y el regreso a su agitada realidad.A su lado, ella dormía plácidamente. Deseaba con todo su ser permanecer a su lado para siempre, pero sabía que era imposible. No podía pedirle que extendiera su contrato. Alexander tenía un plan, uno arriesgado, pero que podría asegurar la presencia de esa mujer en su vida. Se marchó antes de que ella despertara, no sin antes ordenar un suculento desayuno para ella, con la instrucción de que lo dejaran en la habitación sin despertarla. Con suerte, regresaría antes de que terminara.Se apresuró en llevar a cabo su plan, pues un extraño presentimiento lo carcomía. Era como si percibiera la impaciencia de la joven, una sensación que había surgido de repente. No tardó en regresar a
Franchesca se encontraba no solo sorprendida por la proposición de Alexander, también sentía que su voz había desaparecido a causa de la emoción y alegría que sus palabras habían provocado en ella. Por lo que, antes de responderle, dio un salto gritando y tapándose el rostro antes de decirle su respuesta.—¡Por supuesto que sí acepto! —sus palabras salieron más rápido de lo que su cerebro las procesó.Sin embargo, era lo que deseaba: permanecer a su lado. No importaba si apenas tenían dos semanas de conocerse. Ella no podía imaginar su vida lejos de ese hombre. Era como si toda su existencia tuviera sentido, que la decisión de escapar de su manada de sus padres y abuelos era precisamente para llevarla a conocer al hombre frente a él.Silas, por su parte, se quedó sorprendido por la certeza en las acciones de ese hombre. Era como si, en vez de temer comprometerse con Franchesca, hubiera estado esperando alguna señal para proponerle quedarse con él.Era algo imposible para él de compren
—No crees que esto es demasiado excesivo —le dijo Franchesca a Alex, justo cuando él se acercaba para darle un beso y dejarla con todas las empleadas para elegir su vestido.—Nada es demasiado excesivo para nuestra boda —respondió Alex. Sabía que no podía darle el tipo de boda que ella merecía, una digna de la nobleza de la que descendía, y que su matrimonio debía guardarse en secreto por el momento. Sin embargo, no descartaba hacerlo grande más adelante. —Y algún día te daré una gran boda con muchos invitados y una gran fiesta.La respuesta de Alex no la sorprendió, de hecho, hizo latir su corazón más rápido. Se despidieron con un beso y él se dirigió al área de caballeros.—Nos veremos en el registro, uno de mis hombres vendrá a por ti —fue lo último que dijo él con la esperanza de volverla a ver en menos de dos horas.:Dimitri, por su parte, no solo había tenido que dejar a su amante para encargarse de la boda exprés de su primo, sino que también había tenido que contratar a un bue
Alexander casi no escuchaba nada, porque no podía dejar de observar lo perfecta que se veía su esposa. Suya. Solo tenía que dar el sí, y eso hizo exactamente en el instante en que el juez se calló.—Sí. Claro que quiero.El juez de paz asintió ante las palabras de Alexander y volvió su mirada hacia la novia.—Ahora me dirijo a la señorita Franchesca Devaroux…Franchesca , al igual que Alex, no podía escuchar con claridad lo que decía el juez de paz. Lo único que podía oír en ese instante era el sonido de su corazón latiendo cada vez más rápido, deteniéndose en el momento exacto en que el ministro paró, sabiendo que Alex y todos los presentes estaban esperando por su respuesta.—¡Sí, acepto! —dijo emocionada, con una mirada soñadora y una voz cargada de ilusiones.Hasta el juez de paz se sintió contagiado por la alegría y euforia de los dos novios, por lo que no perdió más tiempo y dio por culminada la ceremonia con la peculiar frase:—Por el poder que me confiere el estado de Palermo
Las manos de Franchesca no dudaron en deslizarse por la abertura de su camisa, donde un par de botones ya habían cedido a su toque travieso momentos antes.—Quiero cumplir todas y cada una de tus fantasías.—Tú eres mi fantasía —respondió Alexander con voz ronca, rozando los labios de su esposa. Con una mano en su nalga, la levantó, obligándola a rodearlo con las piernas mientras se apoyaba en el cristal para mantenerla así.Ella se dejó atrapar entre el cuerpo de su esposo y los enormes ventanales de la torre Eiffel. El calor de su cuerpo aumentó justo cuando las manos de Alexander recorrieron sus piernas hasta sus nalgas, levantándole la falda. Casi gruñó al sentirlo alejarse.Alex se desabrochó los pantalones como pudo y liberó su erección. Le resultaba difícil controlarse; la necesidad animal que su esposa le provocaba era algo que jamás había experimentado con ninguna amante, novia, ni siquiera con Teresa.Era una mezcla extraña de sentimientos, pasión y necesidad que, si pudiera