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12. La ciudad del amor.

Alexander casi no escuchaba nada, porque no podía dejar de observar lo perfecta que se veía su esposa. Suya. Solo tenía que dar el sí, y eso hizo exactamente en el instante en que el juez se calló.

—Sí. Claro que quiero.

El juez de paz asintió ante las palabras de Alexander y volvió su mirada hacia la novia.

—Ahora me dirijo a la señorita Franchesca Devaroux…

Franchesca , al igual que Alex, no podía escuchar con claridad lo que decía el juez de paz. Lo único que podía oír en ese instante era el sonido de su corazón latiendo cada vez más rápido, deteniéndose en el momento exacto en que el ministro paró, sabiendo que Alex y todos los presentes estaban esperando por su respuesta.

—¡Sí, acepto! —dijo emocionada, con una mirada soñadora y una voz cargada de ilusiones.

Hasta el juez de paz se sintió contagiado por la alegría y euforia de los dos novios, por lo que no perdió más tiempo y dio por culminada la ceremonia con la peculiar frase:

—Por el poder que me confiere el estado de Palermo
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