Alexander no entendía por qué aquella mujer se atrevía a llamarlo “bastardo” cuando todo el mundo decía que se parecía mucho a su padre.—No me importa lo que usted piense de mí, Franchesca es mi esposa —aseguró Alexander, sintiendo nuevamente aquel calor interno que hacía arder su sangre por dentro.—Eso no es cierto, mi hijo no es un bastardo —aseguró Alexandra, viviendo con la vergüenza de que todos creyeran que Alexander era fruto de su aventura con Andrew, la cual había empezado muchos años después de la muerte de su esposo.—¿Entonces por qué la diosa no dotó a tu hijo de los dones de su linaje? —preguntó Sophie, avanzando hacia ella.—Lo que está claro es que mi nieta jamás estará casada con el bastardo —aseguró Antuan, secundando a su esposa—, porque un humano común es incapaz de llevar a cabo el ritual.Franchesca estaba harta de que hablaran de ella y, sobre todo, de que sus abuelos insultaran a Alexander. Empezó a caminar para colocarse en medio de todos; sin embargo, no
Alexander, a pesar de estar en desventaja, no se rendiría jamás. Su objetivo era claro: salvar a Franchesca. Ella, por su parte, luchaba por liberar su licántropo interior, pero algo la detenía. Una voz le susurraba que debía confiar en su pareja y esperar el momento oportuno.Los minutos de la batalla se convirtieron en una eternidad para Franchesca. Sin embargo, Alexander salió victorioso. Ni él ni ella podían comprender cómo lo había logrado, pero eso no importaba. Lo importante era que él estaba a salvo.Antuan y los demás licántropos los encontraron abrazados, con el traidor tendido en el suelo, ahogado en un charco de sangre. Su móvil, roto junto a su cuerpo, era un claro indicio de la intensidad del combate.Franchesca , presa del pánico al sentir que Alexander se desvanecía en sus brazos, suplicó ayuda con voz temblorosa.Antuan, sorprendido por la dantesca escena en la mohosa celda del sótano del castillo Di Angelo, fue el primero en reaccionar. La sangre cubría el suelo y el
—¡Alex, por favor despierta! —Franchesca estaba preocupada porque Alexander aún no despertaba. Su impaciencia crecía con cada minuto que pasaba.Era consciente de la presencia de otros en la habitación, pero su atención estaba completamente enfocada en Alexander. —El conde Di Angelo se encuentra bien —explicó el doctor, una vez se quedó a solas con la joven y el conde inconsciente.—¿Entonces por qué no despierta? —preguntó Franchesca, sin soltar la mano de su esposo.—El porqué es algo...—Es algo que solo debería informar a su familia, doctor.Franchesca se volvió hacia la voz recién llegada, reconociendo a Teresa.El doctor aprovechó la interrupción para salir de la incómoda situación de no poder explicar por qué el conde aún no recuperaba la conciencia.—¿Qué haces aquí? —preguntó Franchesca a Teresa.—Soy yo quien debería hacerte esa pregunta. ¿Qué hace una meretriz como tú aquí?Teresa no sabía quién era Franchesca, aún no había hablado con Alexandra. Si lo hubiera hecho, sabrí
Antuan tomó la mano de su esposa al notar su impaciencia.—No te impacientes, mi hermosa luna —le dijo—. Hemos encontrado a nuestra princesa.Sin embargo, frente a ellos se encontraban todos los integrantes de la seguridad de los Di Angelo, todos betas de la manada Di Angelo, arrodillados y temblorosos.No solo estaban ante el rey y su luna, sino que también eran interrogados por su señor, el alfa Andrew, quien ocupaba el lugar de su hermano muerto, el alfa de la familia, mientras se esperaba que Alexander, el heredero, despertara y tomara su lugar o, en su defecto, que un nuevo heredero fuera engendrado por él y que, por supuesto, pudiera despertar a su lobo.—Hablen —ordenó Andrew—. Digan todo lo que sepan sobre el traidor.Nadie parecía saber quién era el traidor o quizá solo tenían una extrema lealtad entre ellos o hacia sus señores.Sophie los observaba molesta. La luna del rey licántropo no se iría de ahí sin resolver ese intento de dañar a su pequeña, su última descendiente viv
Alexandra intentó protestar, pero se calló al instante cuando la reina levantó la mano para que no siguiera hablando.—Si eres hijo de Robert, no debes temer el resultado, dijo la reina mientras se levantaba y caminaba hasta donde estaba su nieta. Y por supuesto que no pueden volver a verse hasta entonces. Tú volverás con nosotros a casa. Eso no es discutible.—Entonces yo también iré con ustedes, aseguró Alexander apretando más su agarre alrededor de la cintura de ella. Poco le importaba que fueran los mismísimos reyes de todos los lobos. No pienso separarme de mi esposa.—Antes de que te vayas, Alexander — intervino Andrew después de permanecer callado por un largo tiempo. — Necesitas hacer tu trabajo como Conde y explicar lo que ha ocurrido en la fiesta.Los medios de comunicación habían sido alertados del intento de secuestro de un integrante de la nobleza en la fiesta de los Di Angelo. Los medios encargados de la corona humana exigen una respuesta adecuada, además de saber si es
Alexander llevaba una semana sin poder tocar a su esposa, una maldita semana durmiendo en el ancestral castillo Deveroux, en el ala contraria a donde ella se encontraba. Apenas podían besarse a escondidas, pero siempre había gente tras ellos, intentando que no se quedaran a solas.Despertó de mal humor; estaba frustrado sexualmente y además odiaba despertar solo, sin su esposa. Caminó hasta el comedor esperando verla, pero allí solo encontró a Antuan. Ni Sophie ni Franchesca estaban allí, como era habitual a la hora del desayuno.—¿Dónde está mi esposa? —preguntó Alexander, sentándose en la mesa para empezar a desayunar.—No será tu esposa hasta el amanecer —aseguró Antuan sin levantar la mirada de su periódico—. Eso, o no verás un nuevo amanecer. Tal vez eso sea lo más probable.En ese momento, Antuan levantó la mirada y la fijó en el posible hijo de su mejor amigo. En realidad, conservaba la esperanza de que realmente fuera hijo de Robert y se transformara aquella noche. La forma en
Por fin el sol se estaba poniendo y Alexander estaba allí en medio de un montón de hombres. Algunos los conocía por sus títulos nobiliarios y otros ni siquiera parecían humanos comunes; aún sin transformarse, se veía claramente que eran lobos. Parecían vivir en esos mismos bosques o tal vez en otros.—Es hora de que la ceremonia empiece —anunció de repente el gran alfa Antuan.Franchesca no pudo evitar estremecerse al escuchar las palabras de su abuelo, sobre todo al rememorar todos los momentos que había compartido en el picnic esa tarde junto a Alexander."Por favor, diosa Selene, te pido que no me lo quites", rezó Franchesca incapaz de controlarse, y ¿cómo hacerlo cuando el hombre que amaba se encontraba en medio de un pequeño coliseo parecido al de los antiguos romanos?Aunque tal vez el nerviosismo de Franchesca se debía a lo que le había hecho beber a Alexander momentos atrás.Era una poción que le había dado su protector y mentor al encontrarse con él a solas. un momento. Tras
Franchesca, quien había tenido todo ese tiempo las manos en su boca para no gritar al escuchar los gritos de dolor de Alexander, ahora se encontraba parada al igual que todos los presentes. Pero en su rostro no había sorpresa, sino una mirada embelesada y llena de adoración que la llevó a echar la cabeza hacia atrás y a aullar en respuesta al ensordecedor aullido del lobo en el que se había convertido Alexander.Los reyes se voltearon a ver. No solo el esposo de su nieta había demostrado su legitimidad como hijo de Robert Di Angelo, sino que era más que apto para ser el esposo de su nieta al ser un lobo negro. Hasta la fecha, solo había un lobo negro entre los lycan y ese era Antuan. Anteriormente eran dos, ya que Robert, el padre de Alexander, también era un lobo negro. Los lobos negros no solo eran fuertes, eran los únicos que podían dominar a los otros alfas.Sophie le sonrió a su rey Antuan. La ley era la ley y, no importaba si era un lobo negro, tenía que luchar por la mano de Fr