22. Nadie te culpara.

Antuan tomó la mano de su esposa al notar su impaciencia.

—No te impacientes, mi hermosa luna —le dijo—. Hemos encontrado a nuestra princesa.

Sin embargo, frente a ellos se encontraban todos los integrantes de la seguridad de los Di Angelo, todos betas de la manada Di Angelo, arrodillados y temblorosos.

No solo estaban ante el rey y su luna, sino que también eran interrogados por su señor, el alfa Andrew, quien ocupaba el lugar de su hermano muerto, el alfa de la familia, mientras se esperaba que Alexander, el heredero, despertara y tomara su lugar o, en su defecto, que un nuevo heredero fuera engendrado por él y que, por supuesto, pudiera despertar a su lobo.

—Hablen —ordenó Andrew—. Digan todo lo que sepan sobre el traidor.

Nadie parecía saber quién era el traidor o quizá solo tenían una extrema lealtad entre ellos o hacia sus señores.

Sophie los observaba molesta. La luna del rey licántropo no se iría de ahí sin resolver ese intento de dañar a su pequeña, su última descendiente viv
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