—¿Por qué estás triste? —preguntó Alexander, mirándola fijamente antes de dejarse caer en el pasto y tumbarse observando las estrellas. Giró el rostro y le sonrió—. Hace mucho tiempo que no estábamos tú y yo a solas sin tanto alboroto alrededor. Es momento de que me cuentes cómo va tu vida de casada y qué tal te trata ese Markus.Teresa no pudo evitar sentir enfado al ver la forma relajada en la que se encontraba Alexander. Podía notar en su mirada cariño, pero ya no ese deseo y necesidad que siempre había percibido en él al verla.No pudo evitar soltar un bufido que disfrazó de suspiro al sentarse al lado de él.—Supongo que no puedo quejarme; me trata como una reina —mencionó ella, colocando su mano sobre la suya de manera descuidada, rozando sus dedos con el dorso de la mano de su amigo.Ese contacto fue extraño para él. Sintió algo indescriptible, no era dolor, no era repulsión, pero era algo que le hizo apartar la mano rápidamente cuando antes, sin duda, habría anhelado ese conta
Alexander se sintió relajado en el instante en que esos brazos lo rodearon. Era impresionante cómo su cuerpo reaccionaba al tacto de Francesca, diferente de cualquier otra, incluso de aquellas a quienes había creído amar.—Es muy pronto para que estés despierta —dijo Alexander, girando para tenerla de frente y rodeándola en un abrazo más apretado de lo normal, como si lo que acababa de ocurrir pudiera arrebatársela.—No puedo dormir si tú no estás a mi lado —respondió Francesca, haciendo un ligero puchero.Alexander deslizó la nariz por el rostro de su amada y buscó su boca para besarla, intentando calmar la ansiedad que sentía. Su intención era darle un beso suave y tierno, pero rápidamente se convirtió en algo hambriento y necesitado, invadiendo su boca con la lengua y haciéndole saber que era suya.Francesca respondió al beso enredando sus brazos alrededor de su cuello y metiendo los dedos en la sedosa cabellera de Alexander, manteniéndolo muy cerca, casi odiando la necesidad de re
Markus vio desde lejos cómo Alexander y Francesca se marchaban y decidió buscar a su esposa para aclarar las cosas. Caminó con paso decidido hasta quedar frente a ella.—No te veo muy feliz en este momento —dijo Markus—. Me queda claro que hice bien en no marcarte; si lo hubiera hecho, te habría hecho infeliz toda la vida.Teresa se sorprendió, no solo por las palabras de su esposo, sino por la forma en la que la observaba. ¿Acaso había sido testigo del encuentro que había tenido con Alexander?Markus se giró para no decir nada más y volver al interior del castillo. Al fin y al cabo, era un lobo, un Alfa muy poderoso, aunque no tanto como un lobo negro. No podía evitar ser posesivo con su pareja, incluso sin haberla marcado.Gruesas lágrimas empezaron a derramarse de los bellos ojos azules de Teresa. La simple idea de quedarse sola y sin la protección de uno o del otro la hizo salir corriendo tras Markus.—Markus, por favor, detente. Explícame por qué me dices esas palabras, no puedo
Un escalofrío recorría las opulentas estancias del castillo Deveroux. La noticia se extendía como una neblina helada, sembrando el pánico entre los sirvientes y la nobleza. Nadie sabía si la víctima del vil atentado había sido la princesa o el príncipe.Todo ocurrió durante el desayuno en su honor, tras ser bendecidos por la diosa Selene. La celebración, llena de júbilo y opulencia, se tornó trágica tras el brindis. Solo un pequeño sorbo de una copa de cristal tallado provocó que, segundos después, uno de los príncipes se convulsionara y colapsara ante la horrorizada mirada de los asistentes.La voz atronadora del rey lycan, Antuan, resonó:—¡Llamen a los médicos reales y cierren todas las salidas del castillo! ¡Nadie saldrá ni entrará hasta que demos con el culpable de este horrible atentado!Teresa llevaba el bote escondido en su sujetador. El escozor que sentía por un par de gotas que lo habían manchado era indescriptible. Ciertamente, era una poción muy concentrada de Matalobos, p
Alexander logró alcanzar al lobo, ahora convertido en hombre. Por alguna extraña razón, no sentía miedo, pero sí una enorme curiosidad por sus palabras.—¿Dime quién eres?—No es el momento para que lo sepas, además ya no hay tiempo. Debes volver.Las sombras que se formaban por el resplandor dorado de la luna empezaron a desaparecer.—Toma mi mano, no tengas miedo, yo te llevaré al lugar donde debes estar, el lugar donde todos te están esperando.Alexander no pudo evitar estremecerse ante el tono de la voz de esa persona, y las frías sombras que trataban de envolverlo en un abrazo mortal. No lo pensó más y se aferró a la mano frente a él.Un sonido claro y suave comenzó a escucharse a su alrededor, llenándolo todo.—¿Qué es este peculiar ruido, que parece calmar mi alma?—Es el sonido de mi corazón. Es hermoso, ¿verdad? Es por ese sonido que debes volver. Ya elegí a un padre y una madre para esta vida que empre
Todos los guardias se acercaron con sus armas, listos para atacar.Sin embargo, Antuan, con una sola mano, los hizo apartarse.—Deténganse. Él tiene todo el derecho de hacer lo que hace. Como rey, es mi deber mantener a todos a salvo, y mi nieta estuvo en peligro no solo una vez, sino dos veces.El lobo de Alexander no estaba atacando al rey, pero sí le exigía respuestas sobre la seguridad de su luna y su nieta.Todos en el castillo eran sospechosos, por lo que serían tratados como tal.Los médicos reales llegaron hasta donde se encontraban los príncipes para llevarlos de regreso a una habitación.La loba de Franchesca guio a su pareja hasta el interior del castillo. Tras transformarse, se acercó hasta donde Alexander ya estaba siendo examinado por el doctor.—Haberse transformado de esa manera al despertar ha hecho que parte del acónito fuera desechado, pero eso también ha afectado una parte de sus nervios ópticos, lo q
Franchesca retocaba los últimos detalles de su maquillaje casual, listo para acompañar un ligero vestido primaveral.Era la típica chica agraciada que todas sus amigas envidiaban, pues irradiaba belleza sin importar su atuendo o si llevaba maquillaje. Esta distinción le dificultó la amistad en la secundaria y preparatoria.—Basta, Franchesca —se dijo golpeando sus mejillas para darles color—, no es tu primer trabajo ni será el último.—Estás perfecta como siempre —la voz de su protector y amigo durante estos meses lejos de su familia la hizo sonreír. Él era su confidente, mentor y jefe. Franchesca corrió a sus brazos buscando refugio.—Me alegra que te guste —dijo Franchesca alejándose de su abrazo y dando un giro para que admirara su atuendo—, aunque esta vez me siento indecisa, a diferencia de los demás trabajos que me has recomendado.—No te estreses —dijo el hombre tomándola de los hombros—, estás perfecta. ¿Qué te preocupa?Franchesca no respondió. No era el primer hombre que con
El fatídico día había llegado por fin: Teresa se casaba. Alex no podía evitar desear suplicarle que escapara con él, pero aún le quedaba algo de dignidad. Esa dignidad le impulsaba a querer aparentar lo mejor posible, acompañado y comportándose como un caballero. Deseándole felicidad y fingiendo ser tan feliz como ella, aunque por dentro se estuviera rompiendo en pedazos.Alexander Di Angelo era un hombre orgulloso y noble, hijo único de un conde inglés.Tenía el mundo entero a sus pies. Las puertas se abrían de par en par a su paso, y también las piernas de cualquier mujer que despertara su interés. Pero su interés era siempre momentáneo, porque jamás olvidaba a Teresa. Y ella, en el fondo, lo sabía. Sabía que ninguna otra mujer podría borrarla del corazón de Alex.Por eso, tal vez por orgullo, tal vez por darle un poco de la infelicidad que él mismo sentía ese día, pero sobre todo para resarcir su orgullo, iría acompañado de la mujer perfecta, por eso había contratado a Franchesca.