—¿Qué es lo que pasa? —le preguntó Franchesca, al ver que él titubeaba para acercarse.Ella sabía muy bien lo que hacía que su esposo se mantuviera alejado de ella. La delgadez de su cuerpo y su aspecto cadavérico lo hacían sentir culpable.—No pasa nada —mintió Alexander, aunque para él era cada vez más difícil no obligarla a hacer lo que realmente deseaba: renunciar a esos monstruos que crecían dentro de ella.—Alex —lo llamó Franchesca, tratando de acercarse a él y tomar su rostro.No obstante, Alexander se alejó, haciendo que ella sintiera no solo el dolor de su alfa, sino también rechazo, pero no por ella, sino por sus cachorros.—Iré a por algo de comer, debes alimentarte mejor. Esas cosas te están devorando —casi murmuró las últimas palabras mientras se giraba en dirección a la puerta.—Por favor no, no puedes culparlos a ellos —sollozó Franchesca, llevando sus manos hasta su vientre abultado—. Nuestros hijos no tienen la culpa de nada.Alexander se giró, observando a su esposa
Andrew se encontró de frente con Lamash. El odio en su mirada era algo que Markus no entendía. La última vez creyó que era por estar cerca de Alexandra, pero no, había algo más, algo que le hacía preguntarse qué relación había tenido en el pasado Andrew con el cuerpo que ahora habitaba.—Andrew —lo saludó Lamash, intentando que su expresión se viera lo más neutra posible. No sabía del todo cómo actuar; apenas habían tenido momentos a solas. En realidad, él lo había evitado para que no se le notara lo mucho que lo odiaba. Aunque sabía que ese odio era injustificado, ya que era su culpa que su hermano ocupará su lugar a lado de Alexandra.Andrew frunció el ceño al darse cuenta de que ese hombre parecía esforzarse por guardar la compostura con él.—Lamash —respondió Andrew, intentando mantenerse del mismo modo en que su interlocutor lo hacía, estudiando cualquier mínimo cambio en la expresión de su rostro—. ¿Me está evitando por alguna razón en concreto? ¿Hay algo que usted y yo debamos
—Alexander, ¿qué ha pasado? —preguntó Alexandra, apareciendo de repente atraída por el volumen del ruido en el lugar.—Se desmayó de repente —aseguró Alexander, apartándose de ellos y caminando directamente hacia donde estaban las chamanas.A Andrew no le pasó desapercibida la mirada que su esposa y el hombre con el que había estado peleando hasta el momento se dedicaron el uno al otro, como si ya lo supieran todo y a él se le escapara algo. Tuvo que contener un gruñido; aun así, apretó los puños intentando mantener la calma.Al llegar al salón de sanación, la chamana ya tenía varias velas encendidas y estaba quemando hierbas para preparar el espacio. No le sorprendió nada la forma en que Alexander llegó y antes de que pudiera decir nada, ella habló.—Deja a la princesa en medio del círculo.Todos se sorprendieron mucho al llegar junto a la chamana. Era como si esa mujer lo hubiera sabido todo, como si supiera o intuyera lo que iba a suceder.La chamana levantó la vista y miró a los d
Franchesca sintió una oleada renovada de poder y esperanza. Aprovechando la distracción de Elenwe, corrió hacia sus cachorros y los envolvió en sus brazos, protegiéndolos con su propio cuerpo.—¡No te los llevarás! —gritó Franchesca.La luz de Alexander atravesó el espacio oscuro, envolviendo a Franchesca y a los cachorros en un resplandor cegador. El ente oscuro fue arrastrado sin remedio, su esencia disipada por la poderosa energía del amor que se tenían.En el mundo real, la chamana y sus ayudantes finalizaron sus cánticos, percibiendo con alivio que la oscuridad había sido erradicada.Franchesca abrió los ojos lentamente, respirando profundamente mientras recuperaba la conciencia. Sentía el calor de la luz y la energía protectora de su alfa que la había envuelto.—¿Franchesca? —preguntó Alexander con voz temblorosa, inclinándose sobre ella.—Estoy bien, Alex —susurró ella, esbozando una sonrisa tenue—. Lo logramos.La chamana soltó un suspiro de alivio, sus ojos brillando con sati
Un antiguo y extraño sentimiento hizo gruñir a Andrew. Aunque eso era imposible, Lexie no podría traicionar la memoria de Robert. Era por esa memoria que él jamás había podido marcarla, a pesar de haberla codiciado siempre.Su amor por Alexandra había sido amor a primera vista, desde que su hermano la había llevado al clan para formar parte de la manada, a pesar de ser una simple humana.Debía tranquilizarse; ya se encargaría de eso más adelante. Ahora lo que importaba era comenzar a movilizar su plan contra los dos reyes, quienes volvían a acercarse a donde se encontraban Lamash y Alexandra.—Parece que todo está bien —expresó Sophie, soltando un suspiro de alivio.—¿Entonces ya podemos verlos? —preguntó Alexandra.—No, todavía no —respondió Antuan—. Los príncipes deben permanecer un rato más a solas.Franchesca, abrazada a su esposo, seguía temblando tras haberse enfrentado a Elenwe.—Alex, no podemos permitir que ese ser les haga daño a nuestros hijos. ¿Los has visto? ¿Son hermosos
El beta asintió y salió rápidamente del despacho del rey.Sophie corrió desde sus aposentos hasta el despacho del rey, sintiendo a través de su lazo la turbación e ira de su alfa.—Antuan —le llamó ella al ver el escritorio de caoba partido a la mitad y el desorden inminente en la habitación—. ¿Qué es lo que te ocurre?El primer instinto de Antuan fue lanzarse contra quien fuera que se atreviera a interrumpirlo en ese momento. Sin embargo, tuvo que detenerse al darse cuenta de quién se trataba.—Sophie —le llamó él, tratando de tranquilizarse.—Sí, soy yo, mi alfa —dijo ella, tomándolo de las manos para evitar que temblaran a causa de la ira contenida—. ¿Qué es lo que te tiene alterado?Antuan se calmó con la cercanía de su reina, a quien atrajo hacia él. Tenía los ojos cerrados mientras enterraba su nariz en el cabello de ella. Sophie sabía que su alfa estaba preocupado y frustrado por no poder hacer nada.—Sophie —le dijo él—. Mi amor, temo lo peor para nuestra familia.Por eso temí
Alexander finalmente cayó de rodillas, jadeando, mientras su cuerpo se contorsionaba en agonía al intentar controlar la transformación, resistiéndose al lobo. Gritó, un sonido gutural y profundo, mientras sus manos se convertían en garras, sus uñas se alargaban y su piel se cubría de un espeso pelaje negro. Su mandíbula se extendió y se llenó de afilados colmillos, mientras su cuerpo crecía y se fortalecía. En pocos minutos, donde antes estaba Alexander, ahora se erguía un lobo negro, enorme y majestuoso, con ojos brillantes y feroces.Varias voces lo rodearon, aunque no veía a nadie. Al principio eran susurros, pero rápidamente se volvieron más fuertes, más insistentes. Voces desconocidas que parecían venir de todas direcciones. Trató de concentrarse para entender lo que decían, pero las palabras se mezclaban en un caos ininteligi
Tras la angustiosa desaparición del príncipe Alexander, el palacio se vio envuelto en una frenética actividad para encontrarlo. Todos los sirvientes se movilizaron con premura para atenderlo cuando por fin Markus regresó con el príncipe, quien, aunque no parecía herido, sí mostraba un evidente estado de deshidratación. Inmediatamente, fue conducido ante el médico real para su valoración.La noticia llegó a oídos de Franchesca, su esposa, quien, presa de la inquietud, no dudó en dirigirse a la enfermería a pesar de las súplicas de sus damas de compañía, quienes le recordaban la fragilidad de su salud por su avanzado embarazo.—Princesa, debe reposar, aún no se encuentra bien —le dijo una de sus damas de compañía.—No puedo permanecer aquí esperando noticias —dijo Franchesca, decidida a caminar sin la ayuda de ellas hasta la clínica dentro del palacio.A pesar de la evidente mejoría en su salud, su embarazo aún mermaba considerablemente su energía. Su cuerpo, por más que se alimentaba,