69. La diosa Selene.

Alexander finalmente cayó de rodillas, jadeando, mientras su cuerpo se contorsionaba en agonía al intentar controlar la transformación, resistiéndose al lobo. Gritó, un sonido gutural y profundo, mientras sus manos se convertían en garras, sus uñas se alargaban y su piel se cubría de un espeso pelaje negro. Su mandíbula se extendió y se llenó de afilados colmillos, mientras su cuerpo crecía y se fortalecía. En pocos minutos, donde antes estaba Alexander, ahora se erguía un lobo negro, enorme y majestuoso, con ojos brillantes y feroces.

Varias voces lo rodearon, aunque no veía a nadie. Al principio eran susurros, pero rápidamente se volvieron más fuertes, más insistentes. Voces desconocidas que parecían venir de todas direcciones. Trató de concentrarse para entender lo que decían, pero las palabras se mezclaban en un caos ininteligi

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