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3. Estoy aquí contigo.

¿Que si estaba bien? ¿Cómo demonios esperaba que estuviera bien? Solo pensaba en no desmoronarse cuando Teresa apareciera y diera el sí a ese hombre. Solo anhelaba ser capaz de fingir alegría cuando lo único que deseaba era tomarla de la mano y sacarla de ahí, incluso a la fuerza.

Pero no podía compartir esas ideas con la joven que había contratado para acompañarlo, así que simplemente asintió y le sonrió.

—Todo está bien, no te preocupes — dijo. —Atraes todas las miradas, así que elegí a la acompañante perfecta. Incluso diría que el novio te miró más de lo que debería hacerlo cualquier hombre a punto de casarse.

—Si por un momento creí que me pediría el número — bromeó Franchesca, tratando de alejarse de sus propios pensamientos agobiantes.

El hombre a su lado era un libro abierto para ella. Tomó un par de respiraciones profundas antes de fijar la mirada en el pasillo por donde la novia iba a entrar.

La marcha nupcial resonó aún más fuerte por todo el lugar, y todos se levantaron de sus asientos. Algunas mujeres curiosas se giraban para ver el vestido de la novia, pero Alex no. Buscó la mano de Francesca y entrelazó sus dedos con los de ella como si así pudiera tener un poco más de fuerza para mantenerse tranquilo. Al menos en apariencia, no podía mirarla o se derrumbaría.

Ella enlazó sus manos con las del hombre a su lado, sintiendo su frustración y amargura. No pudo evitar lanzarle una mirada llena de furia a la novia que aparecía radiante ante todos, atravesando el pasillo lleno de pétalos de flores.

No importaba cuánto deseara evitarla, no pasó mucho tiempo desde que comenzó la música para verla pasar por el pasillo frente a él, con la mirada fija en el hombre con quien uniría su vida. Ni siquiera lo buscó entre los invitados. Eso le dio a Alexander la confirmación que necesitaba: Teresa solo tenía ojos para el Dragón de Vegas.

La ceremonia comenzó cuando los novios estuvieron frente a frente. El ministro dio un discurso excepcional que dejó a todos con la respiración contenida y que se prolongó hasta el momento en que ambos dijeron "sí". El ministro hizo la última pregunta:

—¿Hay alguien que se oponga a esta unión?

Alexander debía estar feliz por ella, lo sabía. La mujer que amaba se casaba, pero no con él. Había necesitado presenciarlo para creerlo por completo, pero ahora lo tenía claro: Teresa amaba a Markus. Y ahora tal vez él solo podría ser eso: un buen amigo. Un buen amigo que la dejaría ser feliz, sin interrumpir su boda.

Franchesca, por primera vez, se vio sin palabras. Lo único que podía hacer era apretar la mano de Alexander entre las suyas para hacerle saber que estaba ahí para él.

—No lo hagas— le dijo, apretando aún más su mano ante el repentino temor de que se levantara de su asiento.

Él giró el rostro hacia ella y se encontró con su expresión preocupada. Asintió con una sonrisa que no era del todo sincera, pero era la única que podía ofrecerle en ese instante.

—No lo haré — se llevó sus dedos a los labios y los besó con delicadeza. —Pero tú y yo vamos a pasarlo muy bien en esta fiesta. Comeremos, bailaremos y beberemos hasta que no podamos más.

Franchesca asintió ante las palabras de Alexander. No solo él estaba lleno de emociones encontradas. Cuanto más tiempo pasaba con su cliente, sentía que  se involucraba más con él.

Alexander se dio cuenta de que todo había terminado cuando los aplausos del resto de los invitados lo hicieron volver a mirar a los novios. Soltó la mano de Franchesca y se unió al aplauso.

—Vamos por una copa, es lo primero que quiero.

Alexander le tendió la mano a la chica, esperando a que la tomara, y la guió hasta la zona del jardín habilitada para la recepción.

—Vayamos por esa copa — le dijo, devolviéndole la sonrisa.

Franchesca trataba de evitar que su camino se cruzara con el de los felices novios, pero al final no pudo evitarlo por completo.

Frente a ellos estaban los novios, radiantes de felicidad con una sonrisa de oreja a oreja. La imagen hizo que el corazón de Franchesca se acelerara al pensar en lo que Alexander debía estar sintiendo en ese momento.

—Lo siento, debimos tomar otro camino — le susurró Franchesca a Alexander al oído.

Teresa sonrió rápidamente al ver a Alexander acercándose con Markus sosteniendo su mano hasta donde se encontraba él para abrazarlo..

—Gracias por venir — le dijo Teresa —Me alegra mucho que al final hayas podido venir a mi boda.

Alexander se quedó inmóvil por un instante, con el corazón palpitando desesperadamente. Algo dentro de él dolía intensamente, pero se limitó a esperar a que ella se apartara. La miró a los ojos y le dijo:

—No podía faltar. Soy tu mejor amigo, ¿no? — Intentó esbozar la sonrisa más amplia que pudo fingir en todo el día. —Por cierto… — Se dio cuenta de que, a pesar del abrazo de Teresa, no había soltado la mano de Franchesca. Así que la atrajo hacia él en cuanto ella se separó.

Franchesca no había quitado la vista de la novia mientras observaba atentamente. Había algo en ella que no le gustaba, algo que no lograba descifrar y que la hacía desconfiar. Se controló en el momento en que los brazos de Alexander la envolvieron alrededor de su cuerpo.

—Te presento a mi prometida — dijo él, intentando salir del apuro sin que se le notara demasiado cómo se sentía en realidad.

—¿Tu prometida? — La mujer miró a la joven de arriba abajo con curiosidad. —Vaya… tu novia es muy guapa, y muy joven. Tal vez demasiado, ¿no crees?

—Gracias por decir que soy joven y si soy su prometida — respondió Franchesca con una sonrisa hacia la mujer.

Fue en ese preciso momento cuando supo lo que le molestaba: el olor de Teresa. Esa mujer no era humana. ¿Pero qué era? Era algo que el agudo olfato de Franchesca no podía identificar. Lo había percibido también en su ahora esposo: esos dos no eran humanos.

—Querido Alex, no podemos seguir robándole tiempo a los novios —susurró mimosa Franchesca, mordiendo el lóbulo de su oreja mientras sus dedos recorrían su pecho con estudiada sensualidad.

Alexander sonrió, consciente de la molestia que Teresa había expresado al mencionar la juventud de Franchesca. Iba a responder, pero la sutil caricia y el cosquilleo de su aliento en su oído lo hicieron olvidar del mundo por un instante. Su corazón se aceleró bajo la mano que ahora apretaba su pectoral.

—Sí, mi prometida tiene razón —respondió con voz ronca, sin apartar la vista de sus labios—. Mejor vayamos por una copa.

Al despedirse de los novios, Alexander no podía dejar de observar a Franchesca. Sus ojos, sus labios, la curva de su cadera... Era una visión hipnótica.

De pronto, recordó la cláusula del contrato: no podían tener relaciones sexuales, pero sí besos apasionados en público para dar credibilidad a su historia. En ese momento, la credibilidad era lo último que le importaba. Lo que anhelaba era probar esos labios que lo habían cautivado desde el primer instante.

La atrajo hacia sí, rodeándola con posesividad. No entendía la intensidad de su deseo, pero era irresistible. Ella, experta en complacer sin contacto físico, se encontró sucumbiendo ante la irresistible atracción que emanaba de Alexander. Se acercó más a su cuerpo, anticipando el beso que ambos anhelaban.

Llevando su mano libre a su rostro, Alexander acunó su mejilla y, sin mediar palabra, se apoderó de sus labios en un beso que pretendía ser suave. Pero en el mismo instante en que sus bocas se unieron, la pasión se desató, transformando el beso en algo posesivo y demandante.

Franchesca se rindió ante la arrolladora intensidad de Alexander. Sus labios se movían en perfecta sincronía, explorando cada rincón de sus bocas. Sus cuerpos se fundían en uno, entregándose a la embriagadora danza de la pasión.

Si esto fuera un cuento de hadas, Franchesca sería la Cenicienta. Pero en lugar de huir a la medianoche, lo haría por la vorágine de emociones que ese hombre despertaba en su cuerpo. Era un magnetismo irresistible que aumentaba con cada roce, cada caricia, cada beso. No quería que parara. Anhelaba que la siguiera besando hasta perderse en el abismo de la pasión.

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