¿Que si estaba bien? ¿Cómo demonios esperaba que estuviera bien? Solo pensaba en no desmoronarse cuando Teresa apareciera y diera el sí a ese hombre. Solo anhelaba ser capaz de fingir alegría cuando lo único que deseaba era tomarla de la mano y sacarla de ahí, incluso a la fuerza.
Pero no podía compartir esas ideas con la joven que había contratado para acompañarlo, así que simplemente asintió y le sonrió. —Todo está bien, no te preocupes — dijo. —Atraes todas las miradas, así que elegí a la acompañante perfecta. Incluso diría que el novio te miró más de lo que debería hacerlo cualquier hombre a punto de casarse. —Si por un momento creí que me pediría el número — bromeó Franchesca, tratando de alejarse de sus propios pensamientos agobiantes. El hombre a su lado era un libro abierto para ella. Tomó un par de respiraciones profundas antes de fijar la mirada en el pasillo por donde la novia iba a entrar. La marcha nupcial resonó aún más fuerte por todo el lugar, y todos se levantaron de sus asientos. Algunas mujeres curiosas se giraban para ver el vestido de la novia, pero Alex no. Buscó la mano de Francesca y entrelazó sus dedos con los de ella como si así pudiera tener un poco más de fuerza para mantenerse tranquilo. Al menos en apariencia, no podía mirarla o se derrumbaría. Ella enlazó sus manos con las del hombre a su lado, sintiendo su frustración y amargura. No pudo evitar lanzarle una mirada llena de furia a la novia que aparecía radiante ante todos, atravesando el pasillo lleno de pétalos de flores. No importaba cuánto deseara evitarla, no pasó mucho tiempo desde que comenzó la música para verla pasar por el pasillo frente a él, con la mirada fija en el hombre con quien uniría su vida. Ni siquiera lo buscó entre los invitados. Eso le dio a Alexander la confirmación que necesitaba: Teresa solo tenía ojos para el Dragón de Vegas. La ceremonia comenzó cuando los novios estuvieron frente a frente. El ministro dio un discurso excepcional que dejó a todos con la respiración contenida y que se prolongó hasta el momento en que ambos dijeron "sí". El ministro hizo la última pregunta: —¿Hay alguien que se oponga a esta unión? Alexander debía estar feliz por ella, lo sabía. La mujer que amaba se casaba, pero no con él. Había necesitado presenciarlo para creerlo por completo, pero ahora lo tenía claro: Teresa amaba a Markus. Y ahora tal vez él solo podría ser eso: un buen amigo. Un buen amigo que la dejaría ser feliz, sin interrumpir su boda. Franchesca, por primera vez, se vio sin palabras. Lo único que podía hacer era apretar la mano de Alexander entre las suyas para hacerle saber que estaba ahí para él. —No lo hagas— le dijo, apretando aún más su mano ante el repentino temor de que se levantara de su asiento. Él giró el rostro hacia ella y se encontró con su expresión preocupada. Asintió con una sonrisa que no era del todo sincera, pero era la única que podía ofrecerle en ese instante. —No lo haré — se llevó sus dedos a los labios y los besó con delicadeza. —Pero tú y yo vamos a pasarlo muy bien en esta fiesta. Comeremos, bailaremos y beberemos hasta que no podamos más. Franchesca asintió ante las palabras de Alexander. No solo él estaba lleno de emociones encontradas. Cuanto más tiempo pasaba con su cliente, sentía que se involucraba más con él. Alexander se dio cuenta de que todo había terminado cuando los aplausos del resto de los invitados lo hicieron volver a mirar a los novios. Soltó la mano de Franchesca y se unió al aplauso. —Vamos por una copa, es lo primero que quiero. Alexander le tendió la mano a la chica, esperando a que la tomara, y la guió hasta la zona del jardín habilitada para la recepción. —Vayamos por esa copa — le dijo, devolviéndole la sonrisa. Franchesca trataba de evitar que su camino se cruzara con el de los felices novios, pero al final no pudo evitarlo por completo. Frente a ellos estaban los novios, radiantes de felicidad con una sonrisa de oreja a oreja. La imagen hizo que el corazón de Franchesca se acelerara al pensar en lo que Alexander debía estar sintiendo en ese momento. —Lo siento, debimos tomar otro camino — le susurró Franchesca a Alexander al oído. Teresa sonrió rápidamente al ver a Alexander acercándose con Markus sosteniendo su mano hasta donde se encontraba él para abrazarlo.. —Gracias por venir — le dijo Teresa —Me alegra mucho que al final hayas podido venir a mi boda. Alexander se quedó inmóvil por un instante, con el corazón palpitando desesperadamente. Algo dentro de él dolía intensamente, pero se limitó a esperar a que ella se apartara. La miró a los ojos y le dijo: —No podía faltar. Soy tu mejor amigo, ¿no? — Intentó esbozar la sonrisa más amplia que pudo fingir en todo el día. —Por cierto… — Se dio cuenta de que, a pesar del abrazo de Teresa, no había soltado la mano de Franchesca. Así que la atrajo hacia él en cuanto ella se separó. Franchesca no había quitado la vista de la novia mientras observaba atentamente. Había algo en ella que no le gustaba, algo que no lograba descifrar y que la hacía desconfiar. Se controló en el momento en que los brazos de Alexander la envolvieron alrededor de su cuerpo. —Te presento a mi prometida — dijo él, intentando salir del apuro sin que se le notara demasiado cómo se sentía en realidad. —¿Tu prometida? — La mujer miró a la joven de arriba abajo con curiosidad. —Vaya… tu novia es muy guapa, y muy joven. Tal vez demasiado, ¿no crees? —Gracias por decir que soy joven y si soy su prometida — respondió Franchesca con una sonrisa hacia la mujer. Fue en ese preciso momento cuando supo lo que le molestaba: el olor de Teresa. Esa mujer no era humana. ¿Pero qué era? Era algo que el agudo olfato de Franchesca no podía identificar. Lo había percibido también en su ahora esposo: esos dos no eran humanos. —Querido Alex, no podemos seguir robándole tiempo a los novios —susurró mimosa Franchesca, mordiendo el lóbulo de su oreja mientras sus dedos recorrían su pecho con estudiada sensualidad. Alexander sonrió, consciente de la molestia que Teresa había expresado al mencionar la juventud de Franchesca. Iba a responder, pero la sutil caricia y el cosquilleo de su aliento en su oído lo hicieron olvidar del mundo por un instante. Su corazón se aceleró bajo la mano que ahora apretaba su pectoral. —Sí, mi prometida tiene razón —respondió con voz ronca, sin apartar la vista de sus labios—. Mejor vayamos por una copa. Al despedirse de los novios, Alexander no podía dejar de observar a Franchesca. Sus ojos, sus labios, la curva de su cadera... Era una visión hipnótica. De pronto, recordó la cláusula del contrato: no podían tener relaciones sexuales, pero sí besos apasionados en público para dar credibilidad a su historia. En ese momento, la credibilidad era lo último que le importaba. Lo que anhelaba era probar esos labios que lo habían cautivado desde el primer instante. La atrajo hacia sí, rodeándola con posesividad. No entendía la intensidad de su deseo, pero era irresistible. Ella, experta en complacer sin contacto físico, se encontró sucumbiendo ante la irresistible atracción que emanaba de Alexander. Se acercó más a su cuerpo, anticipando el beso que ambos anhelaban. Llevando su mano libre a su rostro, Alexander acunó su mejilla y, sin mediar palabra, se apoderó de sus labios en un beso que pretendía ser suave. Pero en el mismo instante en que sus bocas se unieron, la pasión se desató, transformando el beso en algo posesivo y demandante. Franchesca se rindió ante la arrolladora intensidad de Alexander. Sus labios se movían en perfecta sincronía, explorando cada rincón de sus bocas. Sus cuerpos se fundían en uno, entregándose a la embriagadora danza de la pasión. Si esto fuera un cuento de hadas, Franchesca sería la Cenicienta. Pero en lugar de huir a la medianoche, lo haría por la vorágine de emociones que ese hombre despertaba en su cuerpo. Era un magnetismo irresistible que aumentaba con cada roce, cada caricia, cada beso. No quería que parara. Anhelaba que la siguiera besando hasta perderse en el abismo de la pasión.Markus, que observaba a su prometida, no pudo evitar voltear para ver qué la enfurecía.—Mi amor, espero que no estés celosa por cómo tu ex besa a su prometida —le susurró tomándola entre sus brazos—. No olvides que ahora eres mi esposa, la señora Lamash.Alexander se había perdido en el mundo, incapaz de apartar sus labios de los de su prometida, saboreando cada instante. Solo la necesidad de respirar los separó.Apoyando su frente en la de ella sin soltarla, la mantuvo cerca un poco más.—La copa… —murmuró finalmente Alexander—. Debemos ir por ella y algo de comida. Luego quiero bailar contigo.Se apartó de ella y entrelazó sus dedos nuevamente, tirando de ella hacia la barra.Los labios de Franchesca estaban hinchados y calientes, algo que nunca antes le había pasado con un hombre, y menos aún con un cliente. Se pegó más a él, consciente de que le había hablado y dicho algo, pero solo deseaba comprobar algo. En un movimiento sutil y digno de dos amantes a punto de casarse, olfateó
—Alex... Alex... —era lo único que podía salir de los labios de Franchesca. Su cuerpo dolía, especialmente su intimidad. La rudeza con la que Alexander la poseía era brutal. No podía dejar de sentir cómo su miembro golpeaba su vientre una y otra vez. Aunque el dolor disminuía a medida que él la besaba y acariciaba, la forma en que la tomaba seguía siendo salvaje.Algo le sucedía a Alexander y no era el exceso de alcohol en su cuerpo; era algo más. Era como si una bestia se hubiera liberado en su interior y actuara por él. Sus caderas se movían con urgencia, dejándose arrastrar por el placer, por la manera en que la humedad de Franchesca lo hacía resbalar en su interior, mientras se sentía apretado y caliente en cada embestida.—Déjate llevar, disfruta del placer —exigió Alexander con voz ronca mientras deslizaba una mano entre sus cuerpos, encontrando el clítoris de la joven. Comenzó a estimularlo con movimientos suaves al principio, luego más bruscos y rápidos, sincronizándolos con
Alexander no pudo evitar observar a Franchesca alejarse, su cuerpo desnudo envuelto en la sábana. Un torrente de celos y rabia lo invadió. Imaginó a otros hombres disfrutando de ella, y sus puños se apretaron con fuerza. Si tan solo hubiera visto la mancha en las sábanas, tal vez su ira se habría calmado. Pero en ese momento, los celos lo consumían de una manera que nunca antes había experimentado. No era la tristeza que lo embargó cuando Teresa lo dejó por otro; era una necesidad visceral de eliminar a cualquiera que osara tocar o hubiera tocado a Franchesca. Respiró profundamente para controlar sus emociones..—No tardes —dijo con voz tensa—. Te espero en la piscina para desayunar.Bajo el brazo llevaba un nuevo contrato, redactado apresuradamente por su abogado e impreso en la impresora de la villa.Se sentó en una de las sillas junto a la piscina y contempló el abundante desayuno que acababan de servir. Sin embargo, no tenía apetito. Lo único que anhelaba en ese instante era devor
La revelación de la virginidad de Franchesca lo dejó atónito. No podía creer que una mujer tan hermosa e inteligente no hubiera experimentado el placer sexual hasta ahora. Sintió una mezcla de culpa, curiosidad y una extraña emoción que no supo definir.Franchesca, por su parte, se sentía vulnerable y avergonzada. Nunca había imaginado que su primera vez sería de esa manera, tan inesperada y llena de emociones encontradas.Alexander apartó todo lo que había en la mesa con un movimiento de su brazo, dejando el espacio libre. La alzó y la sentó sobre la mesa, abriendo sus piernas para observar lo que había sido solo suyo. Ojalá la noche anterior hubiera sido más dueño de sus actos, porque la habría hecho disfrutar mucho más, asegurándose de que se mojara lo suficiente para que nada le doliera y todo fuera más placentero.Franchesca se quedó muda por un momento, sorprendida por la forma en que se comportó Alexander. No podía discernir si le molestaba que él fuera su primer hombre o si es
Silas, oculto entre las sombras que rodeaban la lujosa villa, llevaba ya una hora observando. Su jefe le había encomendado una misión crucial: encontrar a la joven Franchesca y traerla de vuelta a la manada. El alfa lo había ordenado, y Silas no podía desobedecer.Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio salir al hombre que acompañaba a Franchesca. Era la oportunidad perfecta para abordarla, o mejor dicho, acorralarla.Franchesca, por su parte, disfrutaba de sus últimas horas junto a Alexander, el noble que la había contratado para fingir ser su prometida. Lo que comenzó como un simple trabajo se había convertido en una semana llena de pasión y afecto. Alexander se había convertido en su primer amante, y en sus brazos no solo había encontrado el placer físico, sino también un sentido de pertenencia que la asustaba."Franchesca, deja de tonterías", se repitió a sí misma. "Esto es solo un trabajo, él solo un cliente". Se golpeó suavemente la mejilla y se dispuso a regresar al inter
Para Alexander, el tiempo había volado. La semana había pasado en un abrir y cerrar de ojos, tan absorto en la compañía de Franchesca que había perdido la noción del calendario. Una alarma en su teléfono lo despertó abruptamente esa mañana, anunciando el fin de sus vacaciones y el regreso a su agitada realidad.A su lado, ella dormía plácidamente. Deseaba con todo su ser permanecer a su lado para siempre, pero sabía que era imposible. No podía pedirle que extendiera su contrato. Alexander tenía un plan, uno arriesgado, pero que podría asegurar la presencia de esa mujer en su vida. Se marchó antes de que ella despertara, no sin antes ordenar un suculento desayuno para ella, con la instrucción de que lo dejaran en la habitación sin despertarla. Con suerte, regresaría antes de que terminara.Se apresuró en llevar a cabo su plan, pues un extraño presentimiento lo carcomía. Era como si percibiera la impaciencia de la joven, una sensación que había surgido de repente. No tardó en regresar a
Franchesca se encontraba no solo sorprendida por la proposición de Alexander, también sentía que su voz había desaparecido a causa de la emoción y alegría que sus palabras habían provocado en ella. Por lo que, antes de responderle, dio un salto gritando y tapándose el rostro antes de decirle su respuesta.—¡Por supuesto que sí acepto! —sus palabras salieron más rápido de lo que su cerebro las procesó.Sin embargo, era lo que deseaba: permanecer a su lado. No importaba si apenas tenían dos semanas de conocerse. Ella no podía imaginar su vida lejos de ese hombre. Era como si toda su existencia tuviera sentido, que la decisión de escapar de su manada de sus padres y abuelos era precisamente para llevarla a conocer al hombre frente a él.Silas, por su parte, se quedó sorprendido por la certeza en las acciones de ese hombre. Era como si, en vez de temer comprometerse con Franchesca, hubiera estado esperando alguna señal para proponerle quedarse con él.Era algo imposible para él de compren
—No crees que esto es demasiado excesivo —le dijo Franchesca a Alex, justo cuando él se acercaba para darle un beso y dejarla con todas las empleadas para elegir su vestido.—Nada es demasiado excesivo para nuestra boda —respondió Alex. Sabía que no podía darle el tipo de boda que ella merecía, una digna de la nobleza de la que descendía, y que su matrimonio debía guardarse en secreto por el momento. Sin embargo, no descartaba hacerlo grande más adelante. —Y algún día te daré una gran boda con muchos invitados y una gran fiesta.La respuesta de Alex no la sorprendió, de hecho, hizo latir su corazón más rápido. Se despidieron con un beso y él se dirigió al área de caballeros.—Nos veremos en el registro, uno de mis hombres vendrá a por ti —fue lo último que dijo él con la esperanza de volverla a ver en menos de dos horas.:Dimitri, por su parte, no solo había tenido que dejar a su amante para encargarse de la boda exprés de su primo, sino que también había tenido que contratar a un bue