8. Despedida.

Silas, oculto entre las sombras que rodeaban la lujosa villa, llevaba ya una hora observando. Su jefe le había encomendado una misión crucial: encontrar a la joven Franchesca y traerla de vuelta a la manada. El alfa lo había ordenado, y Silas no podía desobedecer.

Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio salir al hombre que acompañaba a Franchesca. Era la oportunidad perfecta para abordarla, o mejor dicho, acorralarla.

Franchesca, por su parte, disfrutaba de sus últimas horas junto a Alexander, el noble que la había contratado para fingir ser su prometida. Lo que comenzó como un simple trabajo se había convertido en una semana llena de pasión y afecto. Alexander se había convertido en su primer amante, y en sus brazos no solo había encontrado el placer físico, sino también un sentido de pertenencia que la asustaba.

"Franchesca, deja de tonterías", se repitió a sí misma. "Esto es solo un trabajo, él solo un cliente". Se golpeó suavemente la mejilla y se dispuso a regresar al inter
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