Para Alexander, el tiempo había volado. La semana había pasado en un abrir y cerrar de ojos, tan absorto en la compañía de Franchesca que había perdido la noción del calendario. Una alarma en su teléfono lo despertó abruptamente esa mañana, anunciando el fin de sus vacaciones y el regreso a su agitada realidad.A su lado, ella dormía plácidamente. Deseaba con todo su ser permanecer a su lado para siempre, pero sabía que era imposible. No podía pedirle que extendiera su contrato. Alexander tenía un plan, uno arriesgado, pero que podría asegurar la presencia de esa mujer en su vida. Se marchó antes de que ella despertara, no sin antes ordenar un suculento desayuno para ella, con la instrucción de que lo dejaran en la habitación sin despertarla. Con suerte, regresaría antes de que terminara.Se apresuró en llevar a cabo su plan, pues un extraño presentimiento lo carcomía. Era como si percibiera la impaciencia de la joven, una sensación que había surgido de repente. No tardó en regresar a
Franchesca se encontraba no solo sorprendida por la proposición de Alexander, también sentía que su voz había desaparecido a causa de la emoción y alegría que sus palabras habían provocado en ella. Por lo que, antes de responderle, dio un salto gritando y tapándose el rostro antes de decirle su respuesta.—¡Por supuesto que sí acepto! —sus palabras salieron más rápido de lo que su cerebro las procesó.Sin embargo, era lo que deseaba: permanecer a su lado. No importaba si apenas tenían dos semanas de conocerse. Ella no podía imaginar su vida lejos de ese hombre. Era como si toda su existencia tuviera sentido, que la decisión de escapar de su manada de sus padres y abuelos era precisamente para llevarla a conocer al hombre frente a él.Silas, por su parte, se quedó sorprendido por la certeza en las acciones de ese hombre. Era como si, en vez de temer comprometerse con Franchesca, hubiera estado esperando alguna señal para proponerle quedarse con él.Era algo imposible para él de compren
—No crees que esto es demasiado excesivo —le dijo Franchesca a Alex, justo cuando él se acercaba para darle un beso y dejarla con todas las empleadas para elegir su vestido.—Nada es demasiado excesivo para nuestra boda —respondió Alex. Sabía que no podía darle el tipo de boda que ella merecía, una digna de la nobleza de la que descendía, y que su matrimonio debía guardarse en secreto por el momento. Sin embargo, no descartaba hacerlo grande más adelante. —Y algún día te daré una gran boda con muchos invitados y una gran fiesta.La respuesta de Alex no la sorprendió, de hecho, hizo latir su corazón más rápido. Se despidieron con un beso y él se dirigió al área de caballeros.—Nos veremos en el registro, uno de mis hombres vendrá a por ti —fue lo último que dijo él con la esperanza de volverla a ver en menos de dos horas.:Dimitri, por su parte, no solo había tenido que dejar a su amante para encargarse de la boda exprés de su primo, sino que también había tenido que contratar a un bue
Alexander casi no escuchaba nada, porque no podía dejar de observar lo perfecta que se veía su esposa. Suya. Solo tenía que dar el sí, y eso hizo exactamente en el instante en que el juez se calló.—Sí. Claro que quiero.El juez de paz asintió ante las palabras de Alexander y volvió su mirada hacia la novia.—Ahora me dirijo a la señorita Franchesca Devaroux…Franchesca , al igual que Alex, no podía escuchar con claridad lo que decía el juez de paz. Lo único que podía oír en ese instante era el sonido de su corazón latiendo cada vez más rápido, deteniéndose en el momento exacto en que el ministro paró, sabiendo que Alex y todos los presentes estaban esperando por su respuesta.—¡Sí, acepto! —dijo emocionada, con una mirada soñadora y una voz cargada de ilusiones.Hasta el juez de paz se sintió contagiado por la alegría y euforia de los dos novios, por lo que no perdió más tiempo y dio por culminada la ceremonia con la peculiar frase:—Por el poder que me confiere el estado de Palermo
Las manos de Franchesca no dudaron en deslizarse por la abertura de su camisa, donde un par de botones ya habían cedido a su toque travieso momentos antes.—Quiero cumplir todas y cada una de tus fantasías.—Tú eres mi fantasía —respondió Alexander con voz ronca, rozando los labios de su esposa. Con una mano en su nalga, la levantó, obligándola a rodearlo con las piernas mientras se apoyaba en el cristal para mantenerla así.Ella se dejó atrapar entre el cuerpo de su esposo y los enormes ventanales de la torre Eiffel. El calor de su cuerpo aumentó justo cuando las manos de Alexander recorrieron sus piernas hasta sus nalgas, levantándole la falda. Casi gruñó al sentirlo alejarse.Alex se desabrochó los pantalones como pudo y liberó su erección. Le resultaba difícil controlarse; la necesidad animal que su esposa le provocaba era algo que jamás había experimentado con ninguna amante, novia, ni siquiera con Teresa.Era una mezcla extraña de sentimientos, pasión y necesidad que, si pudiera
Teresa entró a paso acelerado a la mansión Di Angelo. Caminó hasta el estudio y dejó caer sobre el escritorio unas fotos que el investigador privado le había puesto tras de que Alexander le hiciera llegar.—Tu hijo acaba de casarse con una prostituta. ¿Qué vas a hacer al respecto?La sonrisa que Alexandra Di Angelo mostraba en ese momento tras saber que Teresa, la mejor amiga de su hijo, se encontraba visitándola después de su matrimonio con un rico hombre estadounidense, desapareció en el momento en que la joven le dio la noticia del casamiento de su propio hijo.—Eso no puede ser posible, Alexander no puede casarse con una cualquiera —dijo Alexandra tomando las fotos que Teresa dejó caer en su escritorio.Las pruebas eran más que claras: en cada una de sus fotos, su hijo se encontraba acompañado de una mujer mucho más joven que él, y también había fotos de ellos dos besándose.—No creo que esta mujer sea algo serio —dijo Alexandra tratando de aparentar calma—. Ya conoces a mi hijo y
Ni bien Alexander pisó suelo inglés y regresó a su trabajo un mes después de su boda, Alexandra se preparó para ir a visitar a su hijo.La felicidad de Alexander se vio empañada por la inesperada visita de su madre en su oficina.—¿Qué haces aquí, madre? —preguntó con tono frío y distante.—¿Acaso no puedo venir a ver a mi único hijo? —replicó Alexandra con una sonrisa forzada. La ironía en las palabras de Alexander no pasó desapercibida para ella.—Así que ahora jugaremos a la madre devota y al hijo ingrato —espetó Alexander con sarcasmo.La sonrisa de la bella mujer se desvaneció ante la mordacidad de su hijo.—En fin, he venido a darte esta invitación —dijo entregándole un sobre—. Andrew y yo hemos decidido que ya es hora de que sientes cabeza si quieres seguir al frente de la farmacéutica.—¿Desde cuándo tu amante y tú se creen con derecho a tomar decisiones sobre mi vida? —replicó Alexander con furia contenida.—Andrew no es mi amante, es mi esposo y también tu tío, por si no lo
Después de que Franchesca se sentara, Alexander ocupó la silla frente a ella, tomó su mano y la miró a los ojos.—Agradezco cada uno de los días que hemos vivido juntos. Me enamoro más de ti con cada día que pasa, y nada ni nadie podrá alejarme de ti —dijo, llevando la mano de Franchesca a sus labios y besando sus nudillos—. Debo acudir a una fiesta organizada por mi madre, y odio tener que exponerte a ella.—Sin embargo, hay un "pero" —dijo Franchesca con voz juguetona, observando a su esposo. Alexander era un libro abierto para ella—. No es solo que no quieras exponerme, sino que hay algo más. Dime, ¿qué es eso que no quieres que sepa?—Verás, cariño, es que… —Alexander no pudo terminar de hablar.En ese momento, el maitre, acompañado de un par de meseros, se acercó y colocó los platillos en la mesa. Eran delicias del mar Mediterráneo, la comida favorita de Franchesca.—Solo esperamos que nos digan con qué vino desean acompañar su cena —dijo el maitre.Alexander tomó la carta de vin