Markus, que observaba a su prometida, no pudo evitar voltear para ver qué la enfurecía.
—Mi amor, espero que no estés celosa por cómo tu ex besa a su prometida —le susurró tomándola entre sus brazos—. No olvides que ahora eres mi esposa, la señora Lamash. Alexander se había perdido en el mundo, incapaz de apartar sus labios de los de su prometida, saboreando cada instante. Solo la necesidad de respirar los separó. Apoyando su frente en la de ella sin soltarla, la mantuvo cerca un poco más. —La copa… —murmuró finalmente Alexander—. Debemos ir por ella y algo de comida. Luego quiero bailar contigo. Se apartó de ella y entrelazó sus dedos nuevamente, tirando de ella hacia la barra. Los labios de Franchesca estaban hinchados y calientes, algo que nunca antes le había pasado con un hombre, y menos aún con un cliente. Se pegó más a él, consciente de que le había hablado y dicho algo, pero solo deseaba comprobar algo. En un movimiento sutil y digno de dos amantes a punto de casarse, olfateó su cuello. Inspiró profundamente, pero no percibió ningún olor extraño de un ser sobrenatural. Era un simple hombre. ¿Entonces por qué tenía ese magnetismo que la volvía loca? Debía dejar de pensar en eso y concentrarse en su trabajo. Se alejó de él tras dejar un beso en su cuello. —Sí, se me antoja un par de martinis, cariño —respondió, caminando con él con sus manos enlazadas. Él se acercó al camarero y pidió dos martinis, uno para él y otro para ella. —Por un día perfecto con la mejor compañía —dijo, chocando su copa con la de ella para brindar. Tras las primeras copas, el tiempo se esfumó. Comieron y bebieron sin medida. La noche los envolvió y Alexander, con varias copas de más, se desinhibió por completo. Mientras bailaban, la mantenía pegada a su cuerpo. La compañía de la joven había convertido en placentero lo que él creía que sería el peor día de su vida. Franchesca no podía apartarse de él. El magnetismo que emanaba ese hombre aumentaba con la puesta de sol. No solo le encantaba su risa, su seriedad cuando algo lo disgustaba, sino que le gustaba él en su totalidad. No había nada en él que no le gustara. La música cambió a un ritmo lento y Alexander la miró a los ojos, acercándola aún más a él. —¿Has visto la luna? Brilla más que nunca. O quizá he bebido demasiado esta noche. Ella alzó la vista al cielo. Era cierto, la luna brillaba con una intensidad inusual. —Es la luna perfecta para que los lobos aúllen bajo su luz —dijo, desviando la mirada del satélite para evitar su hechizo. Sus ojos se clavaron en los de Alexander, aún más prendada de él. “Si tan solo él supiera quién soy…” Franchesca negó con la cabeza, recordándose a sí misma los motivos por los que había huido de su hogar. Sin embargo, la luz de la luna bañando el rostro de Alexander la hizo sonreír por un momento. Sobre todo, cuando él la miró de nuevo, ella no pudo resistirse y, con ambas manos, tomó su rostro y lo besó, hechizada. En el instante en que los labios de la joven se posaron sobre los suyos, algo hizo que la cordura de Alexander se esfumara. No lo entendía, pero anhelaba dejarse llevar por esa fuerza arrolladora, como un instinto animal que clamaba por ser liberado. Guiándola con su cuerpo, la condujo hacia la salida del jardín, a la villa que había reservado para él tras la boda. Su mente le susurraba que debía resistirse, pero su cuerpo y sus deseos se rebelaban, exigiéndole rendirse, entregarse a la pasión que los consumía. Era como si una droga la embriagase, y la responsable de ese efecto era el hombre que la apretaba contra su cuerpo, encendiendo una llama en su interior que la hacía perder la razón. —Alex… —su nombre fue lo único coherente que escapó de sus labios antes de sucumbir al deseo, dejándose guiar por él sin reparo. —Franchesca, anhelo estar a solas contigo —murmuró contra su boca cuando estuvieron lo suficientemente lejos de la fiesta. —Yo también lo deseo, quiero estar contigo —respondió, abriendo finalmente sus ojos y adorando verse reflejada en esa mirada azul clara. Sin dudarlo, dio un brinco y enredó sus piernas en las caderas de Alexander, entregándose por completo a la pasión que los unía. La música se escuchaba lejana mientras Alexander deslizaba las manos por las curvas de su acompañante, posándolas en sus nalgas aferrandose a ellas, caminando con ella de esa manera hasta el interior de la villa, y dirigirse hasta la puerta de la habitación llevándola en brazos. Ella no dejaba de besarlo y de entrelazar sus dedos en su cabellera negra. El calor en su cuerpo se aliviaba cada vez que él la besaba o tocaba. No prestaba atención al lugar adonde la llevaba, solo se dejaba guiar por lo que sentía. Apenas fue consciente de que habían llegado a otro lugar mientras besaba y desabotonaba su camisa, buscando alivio al tocar su piel libre de la tela que la cubría. —Alex, estoy ardiendo… —le susurró antes de sentir que la depositaba en una superficie suave y acolchada. Era como si algo se hubiera apoderado de él. Jamás había sentido tanta atracción por nadie. Estaba tan excitado que no pudo evitar dejarla caer en la cama y cubrirla con su cuerpo, maniobrando como pudo para deshacerse del vestido que cubría el cuerpo que tanto anhelaba descubrir y poseer. Franchesca jamás había deseado ser tocada por nadie, y eso que muchos hombres le habían ofrecido fuertes sumas de dinero, pero nunca había sentido lo que experimentaba esa noche de luna llena. Ese deseo abrasador nublaba su mente y solo obedecía al impulso primitivo de pertenecer a ese hombre. Lo ayudó a desvestirla y a desvestirse también. —Yo también quiero tocarte —musitó cuando su vestido se deslizó por su cuerpo al igual que la camisa de él por su bien definido torso. Alex bajó por su cuello, besando su piel hasta llegar a sus perfectos senos, juntándolos y saboreándolos. Primero un pezón, luego el otro, hasta tenerlos duros y luego los tomó a ambos a la vez en la boca. No podía parar. Algo había cambiado, y no era el alcohol. Era ella. Había algo en ella que lo hacía actuar como un animal. —Alex... —jadeó ella, arqueando su cuerpo ante la forma en que él acariciaba sus senos. Era diferente a cuando ella se tocaba, una sensación más placentera que hacía que su cabeza diera vueltas. Ni siquiera se dio cuenta de cuándo se había deshecho de su pantalón, o quizá fue ella quien lo hizo. No importaba; lo crucial era que ahora su miembro estaba preparado para poseerla. La agarró con la mano y la posicionó en su húmeda vagina. — ¿Qué me has hecho? ¿Por qué no puedo controlarme? —preguntó justo en el instante en que su glande penetraba la vagina de ella, empujándose muy duro en su interior hasta quedar completamente hundido en su interior. La sensación de presión alrededor de su miembro era jodidamente deliciosa mientras ahogaba un gemido contra su pecho. Franchesca no sabía a qué se refería. Ella, al igual que él, se encontraba ante una situación jamás vivida, deseando algo que nunca había deseado o pensado desear. Iba a contestar justo en el momento en que él embistió con fuerza en su interior. El dolor que sintió hizo que de su boca saliera un grito que quedó ahogado por un beso, arrancándole un par de lágrimas. Alexander se apoderó de su boca en un beso lleno de necesidad, disfrutando del placer que la húmeda vagina de la chica le proporcionaba al apretarse alrededor de su miembro. Jamás se había sentido tan necesitado de alguien. Echó la cadera hacia atrás y volvió a hundirse en su interior duramente.—Alex... Alex... —era lo único que podía salir de los labios de Franchesca. Su cuerpo dolía, especialmente su intimidad. La rudeza con la que Alexander la poseía era brutal. No podía dejar de sentir cómo su miembro golpeaba su vientre una y otra vez. Aunque el dolor disminuía a medida que él la besaba y acariciaba, la forma en que la tomaba seguía siendo salvaje.Algo le sucedía a Alexander y no era el exceso de alcohol en su cuerpo; era algo más. Era como si una bestia se hubiera liberado en su interior y actuara por él. Sus caderas se movían con urgencia, dejándose arrastrar por el placer, por la manera en que la humedad de Franchesca lo hacía resbalar en su interior, mientras se sentía apretado y caliente en cada embestida.—Déjate llevar, disfruta del placer —exigió Alexander con voz ronca mientras deslizaba una mano entre sus cuerpos, encontrando el clítoris de la joven. Comenzó a estimularlo con movimientos suaves al principio, luego más bruscos y rápidos, sincronizándolos con
Alexander no pudo evitar observar a Franchesca alejarse, su cuerpo desnudo envuelto en la sábana. Un torrente de celos y rabia lo invadió. Imaginó a otros hombres disfrutando de ella, y sus puños se apretaron con fuerza. Si tan solo hubiera visto la mancha en las sábanas, tal vez su ira se habría calmado. Pero en ese momento, los celos lo consumían de una manera que nunca antes había experimentado. No era la tristeza que lo embargó cuando Teresa lo dejó por otro; era una necesidad visceral de eliminar a cualquiera que osara tocar o hubiera tocado a Franchesca. Respiró profundamente para controlar sus emociones..—No tardes —dijo con voz tensa—. Te espero en la piscina para desayunar.Bajo el brazo llevaba un nuevo contrato, redactado apresuradamente por su abogado e impreso en la impresora de la villa.Se sentó en una de las sillas junto a la piscina y contempló el abundante desayuno que acababan de servir. Sin embargo, no tenía apetito. Lo único que anhelaba en ese instante era devor
La revelación de la virginidad de Franchesca lo dejó atónito. No podía creer que una mujer tan hermosa e inteligente no hubiera experimentado el placer sexual hasta ahora. Sintió una mezcla de culpa, curiosidad y una extraña emoción que no supo definir.Franchesca, por su parte, se sentía vulnerable y avergonzada. Nunca había imaginado que su primera vez sería de esa manera, tan inesperada y llena de emociones encontradas.Alexander apartó todo lo que había en la mesa con un movimiento de su brazo, dejando el espacio libre. La alzó y la sentó sobre la mesa, abriendo sus piernas para observar lo que había sido solo suyo. Ojalá la noche anterior hubiera sido más dueño de sus actos, porque la habría hecho disfrutar mucho más, asegurándose de que se mojara lo suficiente para que nada le doliera y todo fuera más placentero.Franchesca se quedó muda por un momento, sorprendida por la forma en que se comportó Alexander. No podía discernir si le molestaba que él fuera su primer hombre o si es
Silas, oculto entre las sombras que rodeaban la lujosa villa, llevaba ya una hora observando. Su jefe le había encomendado una misión crucial: encontrar a la joven Franchesca y traerla de vuelta a la manada. El alfa lo había ordenado, y Silas no podía desobedecer.Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio salir al hombre que acompañaba a Franchesca. Era la oportunidad perfecta para abordarla, o mejor dicho, acorralarla.Franchesca, por su parte, disfrutaba de sus últimas horas junto a Alexander, el noble que la había contratado para fingir ser su prometida. Lo que comenzó como un simple trabajo se había convertido en una semana llena de pasión y afecto. Alexander se había convertido en su primer amante, y en sus brazos no solo había encontrado el placer físico, sino también un sentido de pertenencia que la asustaba."Franchesca, deja de tonterías", se repitió a sí misma. "Esto es solo un trabajo, él solo un cliente". Se golpeó suavemente la mejilla y se dispuso a regresar al inter
Para Alexander, el tiempo había volado. La semana había pasado en un abrir y cerrar de ojos, tan absorto en la compañía de Franchesca que había perdido la noción del calendario. Una alarma en su teléfono lo despertó abruptamente esa mañana, anunciando el fin de sus vacaciones y el regreso a su agitada realidad.A su lado, ella dormía plácidamente. Deseaba con todo su ser permanecer a su lado para siempre, pero sabía que era imposible. No podía pedirle que extendiera su contrato. Alexander tenía un plan, uno arriesgado, pero que podría asegurar la presencia de esa mujer en su vida. Se marchó antes de que ella despertara, no sin antes ordenar un suculento desayuno para ella, con la instrucción de que lo dejaran en la habitación sin despertarla. Con suerte, regresaría antes de que terminara.Se apresuró en llevar a cabo su plan, pues un extraño presentimiento lo carcomía. Era como si percibiera la impaciencia de la joven, una sensación que había surgido de repente. No tardó en regresar a
Franchesca se encontraba no solo sorprendida por la proposición de Alexander, también sentía que su voz había desaparecido a causa de la emoción y alegría que sus palabras habían provocado en ella. Por lo que, antes de responderle, dio un salto gritando y tapándose el rostro antes de decirle su respuesta.—¡Por supuesto que sí acepto! —sus palabras salieron más rápido de lo que su cerebro las procesó.Sin embargo, era lo que deseaba: permanecer a su lado. No importaba si apenas tenían dos semanas de conocerse. Ella no podía imaginar su vida lejos de ese hombre. Era como si toda su existencia tuviera sentido, que la decisión de escapar de su manada de sus padres y abuelos era precisamente para llevarla a conocer al hombre frente a él.Silas, por su parte, se quedó sorprendido por la certeza en las acciones de ese hombre. Era como si, en vez de temer comprometerse con Franchesca, hubiera estado esperando alguna señal para proponerle quedarse con él.Era algo imposible para él de compren
—No crees que esto es demasiado excesivo —le dijo Franchesca a Alex, justo cuando él se acercaba para darle un beso y dejarla con todas las empleadas para elegir su vestido.—Nada es demasiado excesivo para nuestra boda —respondió Alex. Sabía que no podía darle el tipo de boda que ella merecía, una digna de la nobleza de la que descendía, y que su matrimonio debía guardarse en secreto por el momento. Sin embargo, no descartaba hacerlo grande más adelante. —Y algún día te daré una gran boda con muchos invitados y una gran fiesta.La respuesta de Alex no la sorprendió, de hecho, hizo latir su corazón más rápido. Se despidieron con un beso y él se dirigió al área de caballeros.—Nos veremos en el registro, uno de mis hombres vendrá a por ti —fue lo último que dijo él con la esperanza de volverla a ver en menos de dos horas.:Dimitri, por su parte, no solo había tenido que dejar a su amante para encargarse de la boda exprés de su primo, sino que también había tenido que contratar a un bue
Alexander casi no escuchaba nada, porque no podía dejar de observar lo perfecta que se veía su esposa. Suya. Solo tenía que dar el sí, y eso hizo exactamente en el instante en que el juez se calló.—Sí. Claro que quiero.El juez de paz asintió ante las palabras de Alexander y volvió su mirada hacia la novia.—Ahora me dirijo a la señorita Franchesca Devaroux…Franchesca , al igual que Alex, no podía escuchar con claridad lo que decía el juez de paz. Lo único que podía oír en ese instante era el sonido de su corazón latiendo cada vez más rápido, deteniéndose en el momento exacto en que el ministro paró, sabiendo que Alex y todos los presentes estaban esperando por su respuesta.—¡Sí, acepto! —dijo emocionada, con una mirada soñadora y una voz cargada de ilusiones.Hasta el juez de paz se sintió contagiado por la alegría y euforia de los dos novios, por lo que no perdió más tiempo y dio por culminada la ceremonia con la peculiar frase:—Por el poder que me confiere el estado de Palermo