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4. Hechizo de luna nueva

Markus, que observaba a su prometida, no pudo evitar voltear para ver qué la enfurecía.

—Mi amor, espero que no estés celosa por cómo tu ex besa a su prometida —le susurró tomándola entre sus brazos—. No olvides que ahora eres mi esposa, la señora Lamash.

Alexander se había perdido en el mundo, incapaz de apartar sus labios de los de su prometida, saboreando cada instante. Solo la necesidad de respirar los separó.

Apoyando su frente en la de ella sin soltarla, la mantuvo cerca un poco más.

—La copa… —murmuró finalmente Alexander—. Debemos ir por ella y algo de comida. Luego quiero bailar contigo.

Se apartó de ella y entrelazó sus dedos nuevamente, tirando de ella hacia la barra.

Los labios de Franchesca estaban hinchados y calientes, algo que nunca antes le había pasado con un hombre, y menos aún con un cliente. Se pegó más a él, consciente de que le había hablado y dicho algo, pero solo deseaba comprobar algo. En un movimiento sutil y digno de dos amantes a punto de casarse, olfateó su cuello.

Inspiró profundamente, pero no percibió ningún olor extraño de un ser sobrenatural. Era un simple hombre. ¿Entonces por qué tenía ese magnetismo que la volvía loca?

Debía dejar de pensar en eso y concentrarse en su trabajo. Se alejó de él tras dejar un beso en su cuello.

—Sí, se me antoja un par de martinis, cariño —respondió, caminando con él con sus manos enlazadas.

Él se acercó al camarero y pidió dos martinis, uno para él y otro para ella.

—Por un día perfecto con la mejor compañía —dijo, chocando su copa con la de ella para brindar.

Tras las primeras copas, el tiempo se esfumó. Comieron y bebieron sin medida. La noche los envolvió y Alexander, con varias copas de más, se desinhibió por completo.

Mientras bailaban, la mantenía pegada a su cuerpo. La compañía de la joven había convertido en placentero lo que él creía que sería el peor día de su vida.

Franchesca no podía apartarse de él. El magnetismo que emanaba ese hombre aumentaba con la puesta de sol. No solo le encantaba su risa, su seriedad cuando algo lo disgustaba, sino que le gustaba él en su totalidad. No había nada en él que no le gustara.

La música cambió a un ritmo lento y Alexander la miró a los ojos, acercándola aún más a él.

—¿Has visto la luna? Brilla más que nunca. O quizá he bebido demasiado esta noche.

Ella alzó la vista al cielo. Era cierto, la luna brillaba con una intensidad inusual.

—Es la luna perfecta para que los lobos aúllen bajo su luz —dijo, desviando la mirada del satélite para evitar su hechizo. Sus ojos se clavaron en los de Alexander, aún más prendada de él.

“Si tan solo él supiera quién soy…” Franchesca negó con la cabeza, recordándose a sí misma los motivos por los que había huido de su hogar. Sin embargo, la luz de la luna bañando el rostro de Alexander la hizo sonreír por un momento. Sobre todo, cuando él la miró de nuevo, ella no pudo resistirse y, con ambas manos, tomó su rostro y lo besó, hechizada.

En el instante en que los labios de la joven se posaron sobre los suyos, algo hizo que la cordura de Alexander se esfumara. No lo entendía, pero anhelaba dejarse llevar por esa fuerza arrolladora, como un instinto animal que clamaba por ser liberado.

Guiándola con su cuerpo, la condujo hacia la salida del jardín, a la villa que había reservado para él tras la boda. Su mente le susurraba que debía resistirse, pero su cuerpo y sus deseos se rebelaban, exigiéndole rendirse, entregarse a la pasión que los consumía.

Era como si una droga la embriagase, y la responsable de ese efecto era el hombre que la apretaba contra su cuerpo, encendiendo una llama en su interior que la hacía perder la razón.

—Alex… —su nombre fue lo único coherente que escapó de sus labios antes de sucumbir al deseo, dejándose guiar por él sin reparo.

—Franchesca, anhelo estar a solas contigo —murmuró contra su boca cuando estuvieron lo suficientemente lejos de la fiesta.

—Yo también lo deseo, quiero estar contigo —respondió, abriendo finalmente sus ojos y adorando verse reflejada en esa mirada azul clara. Sin dudarlo, dio un brinco y enredó sus piernas en las caderas de Alexander, entregándose por completo a la pasión que los unía.

La música se escuchaba lejana mientras Alexander deslizaba las manos por las curvas de su acompañante, posándolas en sus nalgas aferrandose a ellas, caminando con ella de esa manera hasta el interior de la villa, y dirigirse hasta la puerta de la habitación llevándola en brazos.

Ella no dejaba de besarlo y de entrelazar sus dedos en su cabellera negra. El calor en su cuerpo se aliviaba cada vez que él la besaba o tocaba. No prestaba atención al lugar adonde la llevaba, solo se dejaba guiar por lo que sentía. Apenas fue consciente de que habían llegado a otro lugar mientras besaba y desabotonaba su camisa, buscando alivio al tocar su piel libre de la tela que la cubría.

—Alex, estoy ardiendo… —le susurró antes de sentir que la depositaba en una superficie suave y acolchada.

Era como si algo se hubiera apoderado de él. Jamás había sentido tanta atracción por nadie. Estaba tan excitado que no pudo evitar dejarla caer en la cama y cubrirla con su cuerpo, maniobrando como pudo para deshacerse del vestido que cubría el cuerpo que tanto anhelaba descubrir y poseer.

Franchesca jamás había deseado ser tocada por nadie, y eso que muchos hombres le habían ofrecido fuertes sumas de dinero, pero nunca había sentido lo que experimentaba esa noche de luna llena.

Ese deseo abrasador nublaba su mente y solo obedecía al impulso primitivo de pertenecer a ese hombre. Lo ayudó a desvestirla y a desvestirse también.

—Yo también quiero tocarte —musitó cuando su vestido se deslizó por su cuerpo al igual que la camisa de él por su bien definido torso.

Alex bajó por su cuello, besando su piel hasta llegar a sus perfectos senos, juntándolos y saboreándolos. Primero un pezón, luego el otro, hasta tenerlos duros y luego los tomó a ambos a la vez en la boca. No podía parar. Algo había cambiado, y no era el alcohol. Era ella. Había algo en ella que lo hacía actuar como un animal.

—Alex... —jadeó ella, arqueando su cuerpo ante la forma en que él acariciaba sus senos. Era diferente a cuando ella se tocaba, una sensación más placentera que hacía que su cabeza diera vueltas.

Ni siquiera se dio cuenta de cuándo se había deshecho de su pantalón, o quizá fue ella quien lo hizo. No importaba; lo crucial era que ahora su miembro estaba preparado para poseerla.

La agarró con la mano y la posicionó en su húmeda vagina.

— ¿Qué me has hecho? ¿Por qué no puedo controlarme? —preguntó justo en el instante en que su glande penetraba la vagina de ella, empujándose muy duro en su interior hasta quedar completamente hundido en su interior. La sensación de presión alrededor de su miembro era jodidamente deliciosa mientras ahogaba un gemido contra su pecho.

Franchesca no sabía a qué se refería. Ella, al igual que él, se encontraba ante una situación jamás vivida, deseando algo que nunca había deseado o pensado desear. Iba a contestar justo en el momento en que él embistió con fuerza en su interior.

El dolor que sintió hizo que de su boca saliera un grito que quedó ahogado por un beso, arrancándole un par de lágrimas.

Alexander se apoderó de su boca en un beso lleno de necesidad, disfrutando del placer que la húmeda vagina de la chica le proporcionaba al apretarse alrededor de su miembro. Jamás se había sentido tan necesitado de alguien. Echó la cadera hacia atrás y volvió a hundirse en su interior duramente.

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