37. Solo no se sorprendan.

Teresa seguía nerviosa. Markus le había quitado el frasco con la poción matalobos, llevándola hasta la habitación de ambos y ordenándole meterse a bañar para eliminar cualquier rastro del olor de la poción en su piel.

—No tardaré, me desharé de este maldito frasco y al volver, tú y yo hablaremos —le había dicho Markus dejándola a solas.

El agua cayendo por el cuerpo de Teresa, en vez de tranquilizarla, la hacía sentir más culpable. El ardor que el agua causaba sobre su pecho, justo en el lugar donde había tenido contacto su piel con el acónito, la hizo gimotear de dolor, llevándola a recordar todo lo ocurrido desde el momento que su padre le dio la orden.

Salió media hora después de la ducha, dándose cuenta de que Markus aún no había regresado a la habitación. Ella no pudo evitar estremecerse de miedo al escuchar ruidos, imaginando que tal vez los guardias lo habían encontrado con el frasco en su poder.

—Markus, por favor… no tardes—pidió Teresa,
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