Franchesca asintió, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. El instinto protector de su alfa era casi tangible, y ella sabía que juntos enfrentarían lo que viniera. Se giró hacia Alexander, susurrando palabras de calma y amor antes de dirigirse hacia las habitaciones reales, donde los reyes se encontraban con el traidor.
El ambiente en el castillo estaba cargado de tensión, y a cada paso que daban, Franchesca y Alexander sentían las miradas curiosas y temerosas de los sirvientes y guardias. Al llegar a las habitaciones reales, vieron a Antuan y Sophie de pie, con la mirada fija en el licántropo capturado, que estaba arrodillado y encadenado.—Abuelos—dijo Franchesca con voz firme, aunque su interior temblaba—. Estamos aquí.Sophie se giró hacia ellos, su rostro una mezcla de rabia y alivio al ver a su nieta a salvo.—Franchesca, Alexander—dijo ella—. Este es el licántropo que se atrevió a hacerte daño.Antuan, con una expresión implacTeresa giró el rostro y ofreció el cuello, estremeciéndose por completo al notar la caricia de los colmillos de Markus, preparada para sentir cómo se hundían en su piel. Justo en ese momento, la puerta se abrió y un aroma conocido inundó la sala.—Lo siento, no quería interrumpir —dijo Alexandra, algo sonrojada al darse cuenta de que había interrumpido un momento importante.Markus se incorporó rápidamente, su rostro retornó al estado normal y fijó su mirada en la mujer que acababa de entrar sin decir nada, pareciendo por un momento congelado.—Alexandra —Teresa también se apartó, avergonzada, girándose para observar a la madre de Alexander—, no te preocupes.—Yo… estaba buscando a mi hijo —dijo Alexandra, preocupada—. Me informaron de su ceguera y estaba algo nerviosa y creo que me equivoqué de habitación.Markus seguía sin decir nada, retiró la mano del cuello de su esposa y, sin dejar de observar a la recién llegada, se dirigió hasta l
—Estoy bien, madre —respondió Alexander con sobriedad—. El médico me dijo que es muy probable que recupere la vista pronto, así que parece que el intento de envenenamiento que recibimos quedará en un simple susto.Alexandra se alegró ante las palabras de su hijo, también al verlo feliz con su luna a su lado.—Me alegra que pronto estés bien. También escuché que ahora son una pareja bendecida por la diosa Selene. Princesa Franchesca, gracias por cuidar de mi hijo.Franchesca escuchó lo dicho por la madre de Alexander, notando en el tono de su voz que decía la verdad.—No tiene nada que agradecer. Alexander es mi alfa, mi mate, mi otra mitad. Daría mi vida por él, así como yo sé que él daría su vida por mí.Esas últimas palabras, por supuesto, no iban dirigidas a la madre de Alexander, sino a la mujer que parecía tratar de esconderse tras ella.—Ahora lo único que deseo es encontrar a la persona que se atrevió a envenenar a mi espo
Tres días después de la captura del Duque Crawley, nuevamente se encontraba frente a frente con Alexander en medio de la arena destinada para los duelos. Era la segunda vez en más de dos siglos que se veían a dos grandes alfas enfrentarse. No desde que la diosa Selene había intervenido enviando a sus lunas al clan Deveroux, y estas eligiendo no solo a los más poderosos alfas, sino también dándoles a sus mates el poder sobre todos los demás alfas, convirtiéndolos en los reyes alfas.No obstante, era inevitable la lucha entre el conde y el duque. Era una lucha no solo de poder sino de advertencia para todos los demás. La diosa estaba enfadada y reclamaba la sangre del alfa que se había atrevido a mancillar a una de sus hijas directas.Alexander todavía no había recuperado la visión al cien por ciento, pero estaba lo suficientemente bien como para ver todo a su alrededor. Tal vez en algún momento se le empañara la vista, pero nada que le impidiera luchar.La
Teresa detuvo el andar de su esposo antes de que caminara a felicitar a Alexander por su victoria y presentar sus respetos. —Markus, creo que no te he dicho el nombre de mi padre —le dijo—, pero creo que ya es momento de decírtelo. Markus le sonrió, tomándola del mentón. Ella no tenía que decir nada, sabía perfectamente quién era su padre. —No tienes que decirme quién es. Sé quién es. —¿Pero cómo es que lo has sabido? —le preguntó ella, en su mirada se podía notar el miedo que tenía al imaginar lo que su padre podría hacerle a Markus si se enteraba de que ella le había hablado de él. —Descuida, no importa cómo lo haya sabido. Lo importante es que lo sé y que ya no dejaré que él te haga daño, ni a ti ni a tu madre. Teresa asintió a lo dicho por Markus. Confiaba en él. —Ahora debemos ir a celebrar el triun
—¿Estás seguro de que quieres que sea hoy? Mira que podemos esperar a mañana —dijo Franchesca a su alfa—. No es necesario que me revise el médico hoy. La única razón por la que se encontraba frente a la puerta de la consulta del médico real del castillo Deveroux era por una plática que había surgido durante la cena de victoria, donde Sophie, la reina, relataba lo duro que había sido su embarazo al ser un lobo negro. —No me pasará lo mismo que a mi abuela. Ella siempre ha sido de salud muy delicada. Mi abuelo siempre lo ha dicho. Alexander sí se había quedado preocupado por la forma en que la abuela de su esposa había relatado el embarazo y posterior parto de su difunto suegro, sobre todo la parte en la que los lobos negros nacen en forma animal y como en medio de los dolores de las fuertes contracciones por el parto, tuvo que transformarse para tener a su bebé como loba. Pero lo que más le había impactado era saber que de no ser así, el cachorro la habría desgarrado abriéndose paso
—¡Alex, tu madre! La voz de Franchesca fue lo único que escuchó Alexander antes de sentir cómo caía al vacío, un pozo lleno de recuerdos que se agolpaban en su mente como un río desbordado. Imágenes de su madre más joven, paseando por los bosques, siendo perseguida por cazadores no solo humanos, sino también sobrenaturales en busca de su poder. Siendo rescatada por un lobo negro, que luchó contra aquellos que deseaban capturarla. El lobo se convirtió en un apuesto joven justo frente a sus ojos, tendiendo su mano y manteniéndola a salvo al llevarla hasta su manada. La pelea que se había suscitado entre el joven y su padre, al declararse enamorado de ella. Todos esos recuerdos se abrían paso de manera dolorosa a través de la mente de Alexandra, recuerdos que habían sido enterrados en su interior por algo o alguien y que ahora corrían libres. Mientras Alexandra se encontraba inconsciente, Andrew fue tomado de las solapas de su costoso traje y azotado contra un muro por Alexander, en
Alexandra despertó con un dolor de cabeza intenso y sin saber dónde estaba. Necesitaba desesperadamente llegar a la ventana y cerrar completamente las cortinas. Anhelaba silencio y oscuridad total.Se levantó con dificultad, trastabillando al intentar dar su primer paso fuera de la cama. Cerró los ojos, esperando el dolor de la caída, pero nunca llegó. En cambio, se encontró de pie, sostenida por unos brazos suaves y fuertes.No pudo evitar abandonarse a esos brazos, tan familiares y al mismo tiempo tan dolorosamente extraños. Aún cegada por el dolor de cabeza, llevó sus manos por los brazos y hombros del hombre que la sostenía.—Robert… ¿Eres tú? —preguntó, llevando sus manos temblorosas hasta su rostro.Sintió la familiaridad de su piel, la forma de sus mejillas y la línea de su mandíbula. No obstante, al abrir los ojos, no fue a Robert a quien encontró observándola con una mirada preocupada. En su lugar, se encontraba Markus, el esposo y alfa de Teresa.—No soy él, pero estoy aquí
Él no podía confesar quién era en realidad, pero podía mostrárselo. Podía hacerle sentir, con cada movimiento de su cuerpo, cuánto la había amado y cuánto la amaba todavía, a pesar de estar casado con otra mujer.Bajó por su cuerpo, acariciando y saboreando sus senos, entreteniéndose en besar uno y luego el otro, succionando sus pezones hasta que estuvieron erectos, disfrutando de los gemidos que lograba arrancarle.Alexandra se perdió en esas nuevas sensaciones, en las caricias de ese hombre. Sus labios saboreaban esa parte sensible de su cuerpo, haciéndola gemir de placer.—Por favor, no pares…No quería pensar, solo dejarse llevar. Además, el dolor de cabeza parecía haber menguado desde el momento en que él se acercó a ella.—Quiero saborearte entera, Alexandra —murmuró, dejando besos por su piel hasta su vientre. Recordó el miedo que tuvo cuando pensó que ella moriría al dar a luz a su hijo, pero logró salvarla.Abrió sus piernas y acarició su vulva con dos dedos, observando su re