81.

—Déjenos solos.

La voz de Albert resonó en el comedor. La enorme mesa de madera fina estaba preparada con una vajilla de plata. El desayuno ya estaba servido. El olor parecía convertirse en la sensibilidad de la boca, se veía exquisito.

Norah fue bienvenida con esa visión y sintió como si el hambre ahora la llamaba como una alarma de emergencia. Sin embargo, sus ojos nerviosos estaban fijos en el hombre.

―Buenos días, Su Excelencia―, Norah se inclinó y saludo. Después se quedó quieta, callada, esperando que él fuera el primero en hablar.   

Albert estaba nervioso, no entendía la razón por completo, pero sabía que la noche anterior no había ido bie

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