89.

La pequeña llama azul regresó a su forma original y desapareció. Sin rastro ni huella, se fue. Albert miró a Norah con la ceja alzada y sonrió al verla sonrojarse hasta las orejas. Se veía tan cautivadora que apenas si podía resistirse a llevarla a la cama y tomarla con furia.

―Di… dijiste que esperarías a mi respuesta… me… me lo prometiste…

Albert sonrió, sabía que le reclamaría y sacaría la promesa que le hizo el día anterior. No quería espantarla, pero tampoco quería que ella pensara que solo porque no llegaría hasta el final, se abstendría de tocarla. En cambio, a cada momento con ella, la haría disfrutar de sus toquidos hasta hacerla suplicar. La llenaría de tentaciones y, entonces, ella serí

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