La pequeña llama azul regresó a su forma original y desapareció. Sin rastro ni huella, se fue. Albert miró a Norah con la ceja alzada y sonrió al verla sonrojarse hasta las orejas. Se veía tan cautivadora que apenas si podía resistirse a llevarla a la cama y tomarla con furia.
―Di… dijiste que esperarías a mi respuesta… me… me lo prometiste…
Albert sonrió, sabía que le reclamaría y sacaría la promesa que le hizo el día anterior. No quería espantarla, pero tampoco quería que ella pensara que solo porque no llegaría hasta el final, se abstendría de tocarla. En cambio, a cada momento con ella, la haría disfrutar de sus toquidos hasta hacerla suplicar. La llenaría de tentaciones y, entonces, ella serí
―¿Milady, necesita que le traiga algo de comer?Nina había sido llamada para atender a Norah al medio día. La pobre y hermosa Duquesa no tenía energía para levantar un brazo o para hablar. Su voz era ronca y apenas un murmullo se escuchaba de ella.Desde la noche anterior, Nina había estado preocupada por Norah. Esa noche, el Duque estaba furioso y Nina temía por su señora. Solo esperaba que algo o alguien distrajera al Duque de su ira y el castigo no fuera tan pesado.Para su sorpresa, escuchó a las demás sirvientas y guardias decir que el Duque había encontrado a su esposa y la había llevado a su recámara. Nina tenía miedo y estaba a punto de correr hacia las alcobas principales cuando escuchó el ch
―Voy a dar una vuelta por el jardín, Nina.―Pero… milady, el Duque dijo…―No importa lo que haya dicho, ya estoy cansada de estar encerrada aquí. No te preocupes, no iré muy lejos y puedes acompañarme.―Pero…―Vamos, no iré lejos, solo a los jardines más cercanos.Norah ya se había cansado de estar encerrada dentro de las habitaciones del Duque, no sabía porqué, pero no podía ir a ningún lado. Había guardias en cada puerta y en cada ventana.El Duque había salido a unos negocios urgentes dos días antes, y después de devorarla c&oacut
La tarde pasó a gusto, la temperatura era la correcta en la mansión y en el ducado. Un sol brillante, pero no ardiente se asomaba a lo lejos, mientras la suave brisa hacía que el aroma de las flores inundara la mansión. Se sentía una tranquilizadora vibra en todas partes.A Norah le gustaba ese clima, fresco y tranquilo, sin embargo, sabía que algo faltaba. Aún no dejaba de pensar en el hombre que le causaba tantos conflictos a su alma. El corazón de piedra que pensaba tener, se había convertido en carne y sangre, y palpitaba rápido como feroz tambor de guerra por ese hombre.«Lo extraño»Se sorprendió pensando en él, en cuanto significaba su presencia para ella. El hombre tiró a Norah al suelo cuando la llama se extendió hasta subir por su espalda. Sin embargo, no parecía tan alarmado y solo se quitó la capa para tirarla al suelo.Norah se dio la vuelta para tratar de levantarse y correr, pero cuando vio al hombre, se quedó quieta. La capa que ocultaba su cabello plateado, sus ojos color zafiro y su cuerpo alto y fornido, se había consumido por completo con el fuego azul.―¿Quién eres?Norah nunca había visto un color de cabello semejante que no fuera el de ella o el de su padre.―No es necesario que sepas, pero debes venir conmigo.―¿Por qué?―Porque93.
Norah siguió caminando por la Mansión, los sirvientes la veían pasar y la señalaban, ni siquiera se mostraban cuidadosos con sus murmullos y sus miradas.―Milady, ―la voz de Madame Miria pronto se hizo paso a ella. El tono exigente, sin recato a su estatus era de poco disimulo. ―Por favor, se nos ha indicado que no debe abandonar sus aposentos.―¿Quién?―¿Perdone milady?―¿Quién le ha dado la orden? Yo jamás escuché semejante instrucción de los labios de mi esposo. Y si es así, debe una muestra de que dice la verdad.―Yo…―Yo puedo atestiguar de que
Los sirvientes y los otros caballeros se quedaron atónitos por la fiereza de la Duquesa, nunca habían pensado que tomara la espada y los enfrentara.Para Norah, el uso de la espada no era nada inusual. Su padre la había entrenado, su madre también era diestra en varios tipos de armas. Sin embargo, nunca pensó verse obligada a utilizar esa habilidad para defenderse dentro de su propia casa. Incluso pensó haber perdido el toque y la fuerza para levantar la pesada arma.Pero, quién iba a pensar que su pequeña llama azul le daría tantas ventajas. Se sintió vigorizada y con una energía sin igual. Incluso creía poder acabar sola con esos caballeros que no tenían nada de nobles. Si se atrevían a levantar sus armas contra su amo, aunque fuera una prisionera con
La voz de Albert tomó a todos por sorpresa, pero la flecha que el Señor Guillén había dado la señal de disparar, ya estaba en curso. Quien quiera que hubiera disparado la flecha tenía un objetivo muy claro, la mujer de cabello plateado.Norah no se había movido a tiempo cuando, pero Sir Caplin la envolvió en sus brazos y tomó la flecha con su cuerpo. Fue breve, fue rápido, solo un respiro y en un segundo los dos cayeron al suelo. Norah sin ningún rasguño, pero el hombre con una estaca clavada en su hombro. Sangre brotaba de su cuerpo y un quejido salía dolorosamente de su boca.―Sir Caplin… ―Norah lo sintió desfallecer, los ojos del hombre se cerraban poco a poco con una neblina cubriendo su mirada. ―Quédese despierto, no se duerma.<
―Su Excelencia, yo…―No hay excusa para lo que hiciste, Guillén. ―Albert miró al anciano encerrado en la pequeña y oscura celda. Apenas si tenía solo una silla para recargar su frágil cuerpo. Sin embargo, y aún con la consigna de que había hecho algo imperdonable, no parecía arrepentido, en cambio, la dignidad que se mostraba en sus ojos era más pura que nunca.―Yo no lo entiendo, milord, usted es un Bailler, el Duque y heredero de todo un legado, ¿por qué dejó que esa mujer...?―Ella no tiene nada que ver con lo que ocurrió.―¡Ella es hija de ese hombre!―Y por esa razón, ha sufrido más que ninguno.&nbs