94.

Norah siguió caminando por la Mansión, los sirvientes la veían pasar y la señalaban, ni siquiera se mostraban cuidadosos con sus murmullos y sus miradas. 

―Milady, ―la voz de Madame Miria pronto se hizo paso a ella. El tono exigente, sin recato a su estatus era de poco disimulo. ―Por favor, se nos ha indicado que no debe abandonar sus aposentos. 

―¿Quién?

―¿Perdone milady?   

―¿Quién le ha dado la orden? Yo jamás escuché semejante instrucción de los labios de mi esposo. Y si es así, debe una muestra de que dice la verdad. 

―Yo…

―Yo puedo atestiguar de que

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