Norah aún tenía planeado vender la propiedad y marcharse con su madre después de pagar a los cobradores, pero ahora ya no veía ninguna esperanza. Todo se derrumbó en un segundo.
—Yo… yo no tenía idea de esta nota. Nos… nos iremos de aquí, no tenemos mucho, así que partiremos hoy mismo―. Sus labios temblaron y sus manos no paraban de estrujar el papel. No quería derramar lágrimas, no frente a ese hombre, pero le era difícil. Por primera vez en su vida, sintió el miedo sacudirle la espina y llenar sus pulmones.
—Sigues siendo tan orgullosa, Norah, aun cuando ya no tienes nada… —Albert suspiró y se reclinó en el sofá como el dueño del lugar, por fin regresando a su trono— El terreno está rodeado, si no fuera por mis hombres que lo vigilan y protegen, tú y tu madre ya serían esclavas en algún burdel. Deberías estar agradecida conmigo.
Albert la miró de nuevo con una ceja levantada y una mueca de burla. Norah sintió cómo el color se iba de sus mejillas, al igual que toda ilusión y plan para el futuro. No podía sentir su respiración, dolía el aire que entraba en su pecho.
—¿Qué es lo que quiere?— Sus hermosos ojos azules ya no enfocaban, y su voz era cada vez más suave, casi como un suspiro. —¿Por qué hace esto?
Él soltó una pequeña risa como si responder a esa pregunta fuera inútil.
—Solo debes saber que esto es solo un trato para mí.
―¿A qué se refiere? No necesita casarse conmigo, ya tiene lo que quiere. Yo solo soy un estorbo.
―Señorita Kobach… —él se levantó despacio mientras se arreglaba la chaqueta. Después caminó hacia ella haciendo que cada paso fuera un palpitar para el corazón de Norah. Se detuvo ante ella y se inclinó tomándola por la barbilla. ―Dicen que es usted la mujer más hermosa de todo el reino de Pearce y quizá de todo el mundo.
Los ojos grises la inspeccionaron. Sus dedos le acariciaron la suave piel de sus mejillas y llegando a su cuello. El tenue vestido grisáceo en su cuerpo apenas si ocultaba la espléndida figura de la mujer frente a él. Tenía el deseo de verla sin ropa alguna, para evaluar si el tesoro que todos codiciaban realmente era tan inmaculado y puro.
―No me toque―. Ella espetó y trató de zafarse de sus manos. Pero él se movió adelante y la levantó de un jalón por la cintura hasta empujarla a su pecho.
Las dos miradas se encontraron de nuevo, sin embargo, la indiferencia se había agotado, ahora sorpresa y confusión se unía a entretenimiento y satisfacción. Albert sentía un gran placer en hacerla mirarlo con miedo, algo muy diferente a la altanería y rechazo a la que estaba acostumbrado de ella.
―Ya no tienes elección, Norah. Tú y tu madre están en mis manos.
Norah sabía que no había más que discutir, ni siquiera una pregunta más que considerar. Si no seguía a ese hombre, la vida de su madre estaría en juego. No importaba si la vida ella pendía de un hilo, pero no podía dejar que su madre sufriera.
Mordió su labio y trató de mirar a otro lado, se sentía tan humillada. Pero él no dejó que desviara la mirada. La tomó por la barbilla al mismo tiempo que la mano en su cintura la apretaba más hacia él.
Después bajó sus labios y la besó en la frente. Norah se paralizó, la suavidad y gentileza de ese hombre era tan ajena a lo que conocía de él.
Su gran estatura y su porte noble, era a la vez misterioso y a la vez atractivo. En muchas ocasiones las jóvenes señoritas lo seguían simplemente para verlo y estudiar su figura. La cara esculpida con las más bellas facciones, el cabello negro, corto y peinado hacia atrás, y ese cuerpo fornido y alto que dejaban ver los bellos músculos de su pecho, incluso a través de su ropa. Seductor en todo sentido, misterioso y feroz, pero refinado y frío al mismo tiempo.
Pero el hombre, era tan inexpresivo que no parecía tener interés en ninguna mujer por atrevida que se mostrara ante él. Sus ojos fríos solo dejaban brotar un peligro cruel cada vez que cruzaba mirada con alguien. Sin embargo, era bien sabido que, quién se ganará esos ojos, obtendría una pasión salvaje, casi abrumadora del deseo de ese hombre. Valía la pena arriesgarse a cruzar miradas con el Duque.
―Norah… ―la hizo arquear su espina para hacerse paso hacia su cuello, pálido, suave, casi como un bombón dulce. Sus labios llegaron lentamente a la abertura del escote que apenas si ocultaba su bello pecho. Tan blando y delicado, la calidez detrás de esa tela lo tentaba a arrebatarle el vestido y tomarla justo ahí. Ella no tendría opción más que obedecerle, someterse ante él y abrirse completamente. La añoraba.
—No… no… espera… ―Norah sintió el peligro caminar por su piel. Lo trató de empujar, pero el calor se volvió remolino cuando el hombre la tomó de la cintura y más abajo para apretarla a su cuerpo.
―No te resistas, sabes que no tienes opción.
―No tiene que hacer esto…
Los ojos del hombre se levantaron de su fina inspección hasta llegar a la cara de Norah. El enrojecimiento y la desesperación se confundían con el miedo y la palidez de su rostro. Unas pequeñas lagrimitas bordeaban esos ojos azules, que no dejaban de parpadear mientras la respiración apresurada la hacía levantar el pecho tentándolo aún más. Albert solo tragaba saliva y trataba de controlarse. La tentación de tomarla ahí, de arrebatarle el vestido y sumergirse en esa piel, era tan abrumadora que casi le traga la razón. Sabía muy bien que ahora ella estaba indefensa, sin medios para combatirle, y aunque ella lo rechazara… él podría forzarla.
―Yo aceptaré la propuesta, pero… ―La tenue respuesta lo hizo entrecerrar los ojos con un poco de alegría, aunque trató de congelarla en su mirada.
―¿Quieres ponerme condiciones, Norah? ¿Aun en estas circunstancias?
―Yo… yo no me iré sin mi madre.
Albert sonrió y la separó de él mientras le arreglaba el frente del vestido que había bajado ligeramente para besarle los hombros. Un poco más y la habría descubierto por completo, entonces ya no necesitaría su permiso para casarse; ella sería de él. Le arrebataría su pureza y se haría responsable.
—Mis hombres la escoltarán a mi mansión del sur.
—¿Por qué? Ella debe estar conmigo… no puede estar separada de mí.
Albert se detuvo un segundo y suspiró. —Considéralo mi único seguro. No puedo dejar que mi prometida se escape el día de la boda, ¿no lo crees, Norah?
Esas palabras la hicieron morderse el labio. Pero Norah sabía muy bien qué significaban esas palabras, una advertencia, quizá, una amenaza, muy probable. Si ella planeaba o intentaba escapar, su madre sufriría las consecuencias.
Albert la miró palidecer de nuevo y la estrujó en sus brazos mientras acariciaba su espalda. ―Si te comportas como es debido, no tendrás nada que temer.
―Es usted un monstruo.
El suave murmullo lo hizo reír.
―Tal vez lo sea, mi amor, pero este monstruo ha capturado a una bella esposa para él.
Entonces, la miró mientras ella apretaba los labios con furia contenida. ―No hagas eso, mi dulce esposa, no quiero que la mercancía quede marcada antes de la boda.
Le acarició los labios con delicadeza. Suaves, tersos, llamándolo a un beso. Sus ojos chocaron con los de ella de nuevo, se miraron y se sorprendieron al verse. Había oculto algo en sus pupilas, algo que se mostraba sin el disfraz de indiferencia y odio que se tenían las familias. Era un anhelo, un deseo incontrolable y oculto que habían olvidado, pero seguía vivo en su interior.
Se quedaron así, sin moverse, solo respirando el aire del otro, hasta que el Duque se movió hacia ella, hacia su boca, pero no pudo saborear su tierna piel cuando el sonido de la puerta hizo eco en la habitación.
―Señor, los carruajes ya están preparados.
Albert miró a Norah sonrojarse después de haberse perdido en la cercanía, y sonrió con placer.
―Te dejaré despedirte de tu madre, después vendrás conmigo a la mansión. Nos casaremos en una semana. ―Esto es demasiado pronto… yo… yo… ―Los preparativos ya están listos. Desde hace dos meses, Norah. Albert se separó de ella, pero bajó sus labios para besar con gentileza su mano y despedirse. Después abrió la puerta y la cerró al salir sin mirar atrás, dejando a Norah con el corazón palpitando como un tambor de guerra. Fuerte, sin aliento y con ansia y deseo al mismo tiempo. Su mano ardía con el beso dulce y tenue, con la sensación de los labios centelleando en su piel. Sentía las piernas hechas gelatina y se tuvo que sentar de nuevo para tranquilizar su corazón y respirar profundo. No entendía qué la había hecho dejarse llevar por tan extraña sensación. Nunca había sentido algo parecido. Todo el tiempo pensó que con ese hombre siempre era lo mismo. Tan altanero, irritante e indiferente. Parecía despreciar a cualquier ser humano que tuviera frente a él, y mucho más a ella, las mi
Tres días antes de la boda, Norah se acomodó en una pequeña alcoba con vistas a un maravilloso jardín de flores blancas y pequeñas fuentes. La habitación apenas si tenía una cama con dosel de cortinas blancas y transparentes; un ropero con algo de su ropa, que apenas si ocupaba un pedazo del enorme espacio, y una mesita con una silla en un rincón, adornada un pequeño florero y un espejo. Era simple, limpio y tranquilo, un lugar perfecto para descansar y relajarse de la áspera vida que había llevado los últimos meses. Pero, incluso con la calma y paz disfrazada, faltaba la risa de su madre, su cálida voz que la despertaba cada mañana y la hacía sonreír todo el tiempo. No importaba cuán lujosa era su vida ahora, nunca estaría completa sin las personas que amaba. Esa mañana se levantó como siempre, con el sonido de la sirvienta entrando y preparando el agua y sirviendo el desayuno. El vestido que eligió era llano y sencillo, sin ningún adorno en las muñecas o el cabello. Después de
Tres días después… Un vestido largo y blanco con pequeñas gemas cayendo de la suave falda de seda, con arreglos de flores azules y hermosos detalles en el corsé, adornaba la hermosa y esbelta figura de Norah. Sus finos cabellos plateados, tan delicados como porcelana, estaban peinados en un estilo elegante, con una pequeña corona de gemas blancas y azules adornando su cabeza. Un velo transparente y delicado bajaba sobre su espléndida cara, aunque de ninguna manera arruinaba la fascinante imagen de la novia, en cambio, la exaltaba con misterio y expectación. Nadie en el reino podría negar que ella era una mujer que se había ganado con su belleza y elegancia, la adoración de una larga fila de pretendientes. Nadie, sin embargo, había esperado que el Duque Albert Bailler, el eterno enemigo de la familia Kobach, sería el ganador de semejante doncella. Sin embargo, la bella doncella no parecía estar contenta. Ese día Norah sellaría su vida como esposa de un hombre que no la amaba, y por
―Mmm… espera… ―No… eres mía… solo mía... La boca de Norah se abrió más y Albert procedió con un beso más profundo, más íntimo. Las manos de Norah sujetaban los fuertes brazos que la tenían contra él, no dejando que se moviera ni un solo centímetro. Fuerte, hacia su pecho, Norah sintió el palpitar de su corazón retumbar como un tambor de guerra, pero no podía separarse. Él la seguía guiando, seduciendo a plena vista de los asistentes y de los dioses que habían presenciado su unión. La mano que rodeaba su cintura y la apretaba hacia él, transmitía más que calor y deseo. No era el pulcro beso de una ceremonia de bodas, ni siquiera tierno o gentil, pero lleno de pasión y sentimiento, como si quisiera transmitirle un secreto, pero a la vez, esperaba a que ella se diera cuenta por si sola. —No… espera...— Norah trató de apartarlo, pero Albert seguía conquistando sus labios. Poco a poco, explorando cada orilla de su boca, con su lengua y su aliento. Norah nunca pensó que ese hombre frí
—¿Qué… qué hace aquí? Norah despertó después de unas horas de preciado descanso. Luego de la fiesta y la cena, se había despedido temprano para descansar y dormir. A los invitados no parecían importarles su ausencia. El vino y la charla eran ahora la mayor distracción, que la calma y la belleza de la nueva Duquesa. Cuando llegó a la habitación donde viviría por el resto de sus días, no hizo gesto de llamar a las sirvientas para ayudarla a quitarse el vestido, las dejó irse y se tendió en la cama. Durmió. El cielo ya había oscurecido y solo la luz de las velas alumbraba la lujosa habitación. Sin embargo, ella no estaba sola, al menos por esa noche tendría que dormir acompañada por su nuevo esposo. —Es nuestra primera noche juntos, esposa―, Albert la miró desde el otro extremo de la cama— No creerás que haré que corran rumores por ahí de que nuestra unión no es más que una simple transacción. ¿O sí? —Yo… Albert la veía con una ceja alzada, ya no tenía puesta la chaqueta llena de e
Norah lo empujó cuando los dedos de Albert ya se movían dentro de ella, preparándola para él. ―¡Detente… ah! La hacía gemir, pero el pequeño fuego de llamas azules en su mano no se agotaba; se volvía más grande, más fuerte con cada grito. —¡No!— gritó cuando sintió el fuego expandirse a su brazo. No quería lastimar a nadie. Entonces lo empujó con el pie. Albert la miró sorprendido. Ella estaba desnuda y asustada, con sudor en su frente y marcas en su cuerpo, sobre sus pechos y cuello. —Yo… yo no… —Norah no lo entendía, la llama se extinguió de repente. Había sentido algo dentro de ella, como si quisiera salir de ella, y explotar. No era solo el éxtasis que ese hombre le había provocado, había algo más. —¿Te arrepientes ahora? Ella lo miró con miedo, después a su mano. Parecía que lo había imaginado, la almohada no tenía marcas, pero ella estaba segura de lo que había visto. —Yo… no… —No sabía cómo explicarlo, cualquier razón ahora serviría como excusa para rechazar compartir
«Creo que los rumores no son verdad después de todo.» La noche anterior, una sirvienta había visto al Duque salir con expresión de enojo de la habitación. Nadie quería especular de más, pero la situación no parecía la mejor para los recién casados. Salir de esa manera, solo indicaba que el Duque no estaba satisfecho con su esposa, y que el título de Duquesa solo sería en nombre y para cubrir las apariencias. ―¿Nina? ―Sí, milady. Nina se apresuró a servir la taza de té. A decir verdad, ella también pensaba que la nueva Duquesa tendría una actitud horrible. Los nobles que visitaban la casa del Duque murmuraban terribles cosas acerca de ella, incluso los caballeros de la guardia y otras sirvientas de casas ajenas lo decían. Todos comentaban que su aspecto era tan hermoso como un hada, de cabellos largos y plateados y ojos azules como zafiros, pero tenía la peor actitud. Decían que era orgullosa y trataba mal a los empleados. Solo podían esperar gritos y berrinches de ella. Las m
—Déjenos solos. La voz de Albert resonó en el comedor. La enorme mesa de madera fina estaba preparada con una fina vajilla de plata. El desayuno ya estaba servido. El olor parecía convertirse en la sensibilidad de la boca, cada platillo era exquisito. Norah fue bienvenida con esa visión y sintió como si el hambre ahora la llamaba como una alarma de emergencia. Sin embargo, sus ojos nerviosos pronto se fijaron en el hombre. ―Buenos días, Su Excelencia―, Norah se inclinó y saludo. Después se quedó quieta, callada, esperando que él fuera el primero en hablar. Albert estaba nervioso también, no entendía la razón por completo, pero sabía que la noche anterior no había sido su mejor actuación. Por el resto de la noche y esa mañana sintió remordimiento, caminó por la habitación en frustración varias veces y pensó en regresar con ella y hacerla suya por la fuerza, pero se contuvo. Aún podía ver los ojos llorosos de su esposa en la cama. Lo hacían enojar, enfurecer, pero no podía hacer na