Norah lo empujó cuando los dedos de Albert ya se movían dentro de ella, preparándola para él. ―¡Detente… ah! La hacía gemir, pero el pequeño fuego de llamas azules en su mano no se agotaba; se volvía más grande, más fuerte con cada grito. —¡No!— gritó cuando sintió el fuego expandirse a su brazo. No quería lastimar a nadie. Entonces lo empujó con el pie. Albert la miró sorprendido. Ella estaba desnuda y asustada, con sudor en su frente y marcas en su cuerpo, sobre sus pechos y cuello. —Yo… yo no… —Norah no lo entendía, la llama se extinguió de repente. Había sentido algo dentro de ella, como si quisiera salir de ella, y explotar. No era solo el éxtasis que ese hombre le había provocado, había algo más. —¿Te arrepientes ahora? Ella lo miró con miedo, después a su mano. Parecía que lo había imaginado, la almohada no tenía marcas, pero ella estaba segura de lo que había visto. —Yo… no… —No sabía cómo explicarlo, cualquier razón ahora serviría como excusa para rechazar compartir
«Creo que los rumores no son verdad después de todo.» La noche anterior, una sirvienta había visto al Duque salir con expresión de enojo de la habitación. Nadie quería especular de más, pero la situación no parecía la mejor para los recién casados. Salir de esa manera, solo indicaba que el Duque no estaba satisfecho con su esposa, y que el título de Duquesa solo sería en nombre y para cubrir las apariencias. ―¿Nina? ―Sí, milady. Nina se apresuró a servir la taza de té. A decir verdad, ella también pensaba que la nueva Duquesa tendría una actitud horrible. Los nobles que visitaban la casa del Duque murmuraban terribles cosas acerca de ella, incluso los caballeros de la guardia y otras sirvientas de casas ajenas lo decían. Todos comentaban que su aspecto era tan hermoso como un hada, de cabellos largos y plateados y ojos azules como zafiros, pero tenía la peor actitud. Decían que era orgullosa y trataba mal a los empleados. Solo podían esperar gritos y berrinches de ella. Las m
—Déjenos solos. La voz de Albert resonó en el comedor. La enorme mesa de madera fina estaba preparada con una fina vajilla de plata. El desayuno ya estaba servido. El olor parecía convertirse en la sensibilidad de la boca, cada platillo era exquisito. Norah fue bienvenida con esa visión y sintió como si el hambre ahora la llamaba como una alarma de emergencia. Sin embargo, sus ojos nerviosos pronto se fijaron en el hombre. ―Buenos días, Su Excelencia―, Norah se inclinó y saludo. Después se quedó quieta, callada, esperando que él fuera el primero en hablar. Albert estaba nervioso también, no entendía la razón por completo, pero sabía que la noche anterior no había sido su mejor actuación. Por el resto de la noche y esa mañana sintió remordimiento, caminó por la habitación en frustración varias veces y pensó en regresar con ella y hacerla suya por la fuerza, pero se contuvo. Aún podía ver los ojos llorosos de su esposa en la cama. Lo hacían enojar, enfurecer, pero no podía hacer na
La voz del mayordomo Horace los despojó del momento de pasión y deseo. Norah bajó su cara y miró hacia otro lado, su ceño fruncido y su cara furiosa. ―Suélteme ―le dijo y trató de moverlo, pero el hombre, con su porte de guerrero, fuerte y alto, no cedió ante la fragilidad de su mujer. En cambio, la levantó de la silla con un solo brazo, rodeándole la cintura. Hace un momento se había dejado controlar de nuevo por esa mujer, por su deseo. Si eso seguía, entonces, él sería el prisionero, sería controlado por los humores de su nueva esposa. No podía permitirlo. Fue él quien la había comprado, fue él quien la había adquirido por un pedazo de tierra y por un secreto. Aún podía recordar la desvergüenza de ese hombre, aquel que ostentaba el título de Duque de Kobach, cuando le ofreció en bandeja de plata a su hija. ―¿La quieres, no es así? ―le había dicho ese hombre de cabello plateado. Sus ojos rojos por la noche de borrachera que seguramente había disfrutado en el bar o el casino no o
Pocos minutos después, Nina abrió la puerta con una charola de comida en la mano. Norah la miró, pero no dijo nada, aún seguía en la cama con las rodillas dobladas y los brazos alrededor. ―Mi… milady, le he traído el desayuno. Nina había escuchado el escándalo en el pasillo, también lo había visto, a la Duquesa siendo cargada como saco de papas tan insolentemente. Sin embargo, y como las otras sirvientas, también habían visto la extraña mueca de triunfo en la expresión del Duque, algo tan extraño en tan inexpresiva cara. ―Déjalo en la mesita, Nina, ahora no tengo hambre. ―Pero milady, no ha probado bocado desde ayer, debe tener algo en el estómago. Norah suspiró, Nina le recordaba a su madre, siempre preocupándose por ella, siempre queriendo que coma más. ―No te preocupes, Nina, ya verás que más tarde me devoro todo lo que me pongas en frente, solo ahora no tengo apetito. Nina asintió y volvió a suspirar. Parecía que el Duque era el único satisfecho con la boda. Aunque era de
Unas horas antes… La tarde ya había dado paso a la tierna brisa de la noche, las ventanas y la puerta del balcón seguían cerradas, pero el frío del exterior aún se escurría y combinaba con la temperatura de la habitación. A Norah no le importaba que la chimenea estuviera apagada y que no hubiera suficientes calentadores. Desde niña tenía una extraña afinidad con el frío, sentía relajación con la temperatura fresca que la hacía calmar y pensar con claridad. Sin embargo, ella sabía que el calor y el fuego le provocaban un singular anhelo que no podía controlar, un instinto bestial. Si alguien le preguntaba cuál era su predilección, no sabía qué responder. Tal vez, en esos momentos, cuando estaba sola, el frío era el único que podía calmar su ansiedad, su temor, sus instintos y coraje, pero también sedaba el deseo y la necesidad de volver a probar los labios de ese hombre. Suaves, tiernos, pero a la vez, llenos de pasión. Norah volvió a recordar aquella noche que pasaron juntos, los
Su pierna derecha dolía, también parecía que se había doblado el tobillo y sentía punzantes golpes en el brazo derecho y la espalda baja. Se le había ido la respiración por un segundo al caer por el golpe y le dolían las costillas, pero había apretado los labios fuertemente para no dejar salir ningún sonido, lo que pensó ser otro error más. Al menos hubiera alertado a alguien para ayudarla. Norah no pudo más que quedarse quieta por el dolor, en ese estado no podría caminar ni seguir a una estela de fuego que parecía más una alucinación o un fantasma que algo real. —Por fin me volví loca. —se dijo así misma, conteniendo las ganas de llorar por el dolor, pero no se movió de su posición. Ahora lo único que le quedaba era esperar a que Nina volviera pronto con ayuda. Le causaba angustia y vergüenza no saber cómo explicar la situación. No podía andar ahí diciendo que pensó ver una llama de azul danzante que salía de su mano y que la llamaba a seguirla, tampoco podía decir que había una
La niebla desapareció como de golpe, como si un gran agujero la succionara hacia otro mundo. La figura se desvaneció en una fina nube de polvo y viento, incluso el ruido se había ido, dando paso a la tranquilidad de la luna y la visión de las estrellas en el cielo nocturno. Tampoco había rastro de la tierna llama azul, ni rastro de luz, ni de la magia. Norah no podía ver nada y a la vez, podía sentir un efímero poder surgir dentro de ella, la navegaba en cada vena, en cada hueso lo sentía. La gruesa voz de esa legendaria criatura, que apenas se había escuchado como un susurro en sus oídos, le había transmitido algo. No sabía qué, pero parecía que también había tomado algo de ella, tal vez un pedazo de su mente, un espacio en su memoria. ―¡Norah! Otra vez el clamor venía de lejos, no tanto, acercándose, pero Norah seguía con los ojos puestos sobre el muro. No podía creer lo que había visto, no podía creer lo que había pasado. Niebla densa como la espuma, una llama azul brotando de