97.

―Su Excelencia, yo…

―No hay excusa para lo que hiciste, Guillén. ―Albert miró al anciano encerrado en la pequeña y oscura celda. Apenas si tenía solo una silla para recargar su frágil cuerpo. Sin embargo, y aún con la consigna de que había hecho algo imperdonable, no parecía arrepentido, en cambio, la dignidad que se mostraba en sus ojos era más pura que nunca. 

―Yo no lo entiendo, milord, usted es un Bailler, el Duque y heredero de todo un legado, ¿por qué dejó que esa mujer...?

―Ella no tiene nada que ver con lo que ocurrió.

―¡Ella es hija de ese hombre!

―Y por esa razón, ha sufrido más que ninguno.&nbs

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