—Entonces, ¿a qué ha venido, Su Excelencia?
El hombre sentado frente a Norah con su taza de té humeante y sus ojos grises puestos sobre ella, la miró sin ningún ápice de ternura ni gentileza. Sin embargo, una llama de resentimiento era fácil de notar dentro de esa fiera mirada, que en otra ocasión sería tan fría e inflexible como un cubo de hielo.
Norah ya estaba acostumbrada a semejante trato. Nadie tenía que decirle que ese hombre que hace dos meses había llegado a su destartalada y abandonada mansión y le había propuesto matrimonio, realmente no la quería. Su extraña proposición era más una burla y un golpe a su ya atormentada vida, que una muestra de sinceridad.
―¿No está siendo un tanto descortés, Señorita Kobach? ―la voz del hombre era gruesa, y calmada. Siempre denotando la elegancia de su noble familia.
―Su Excelencia, como verá, no tengo el lujo de ofrecerle ni tiempo, ni cortesías. Es mejor no andar con rodeos.
Albert sonrió con una mueca sardónica. ―No pensé que la Señorita Norah Kobach fuera tan desatenta con sus invitados.
―Su Excelencia, lamentablemente a estas alturas no puedo permitirme el lujo de tener invitados, y menos aquellos tan importantes como usted. Si mi comportamiento le parece molesto, por favor, será mejor que se retire.
La mirada feroz de Norah dejó en claro que no tenía intención de continuar una conversación inútil con el hombre. Después de todo, ellos se odiaban, sus familias se odiaban desde generaciones atrás. Cada segundo que se veían a las caras, miles de dagas y espadas invisibles se batían en batalla.
Sin embargo, ahora que la familia Kobach había caído en desgracia, Norah no tenía opción más que bajar las armas, y agachar la cabeza en rendición, con la esperanza de que ese hombre la dejará ir. Aun así, no sucumbiría a su voluntad. Pero el hombre, tan descarado y cínico, le hizo esa proposición de matrimonio, dejándola con la boca abierta, pero con furia en los ojos.
Lo rechazó, como es debido, envió una carta muy respetuosa mandándolo al demonio. Pero el hombre persistió, no parecía entender la indirecta, y se volvió a aparecer frente a la puerta con su aspecto altanero e indiferente. Con esos ojos grises que parecían traspasar los pensamientos, y esa figura alta y varonil que parecía querer dominarla con su presencia. Ese hombre solo quería burlarse, su mirada lo decía. Después de todo, Norah ya no tenía nada; lo había perdido todo y estaba a merced de él.
―Señorita Kobach, ―Albert la miró con una ceja alzada y las manos cruzadas―, su padre no volverá y usted no tiene mejores ofertas, ¿o sí?
―Cualquier oferta es mucho mejor que la de un Bailler.
Albert rio, pero sus ojos contenían una furia sin disfraz. ―Señorita, usted es una obstinada.
―No lo soy, Duque, pero entiendo muy bien mis opciones.
―Entonces, eso la hace especial, señorita. Al menos alguien de la familia Kobach entiende sus opciones.
Norah no pudo más que apretar los puños. Si no fuera por el infortunio que su padre le había traído, ahora ella no estaría tratando con ese hombre de ojos grises y duros como una roca.
Luego de que el Duque Fernando Kobach huyera descaradamente con la fortuna de la familia, y dejara atrás a su esposa enferma, y a su hermosa hija, los cobradores llegaron uno tras otro a las puertas de la mansión para exigir el pago de las deudas. Muchos de ellos ya venían con gente lista para llevarse hasta la última pieza valiosa de la mansión, los muebles, los tapices, los adornos y pinturas, para después dejarla vacía. Incluso se llevaron los vestidos y joyas de la Duquesa, sin considerar a la hermosa pero enferma mujer.
Norah pidió ayuda, a los amigos, a sus familiares más cercanos, a todos sus conocidos a los que podía acudir; sin embargo, esas personas decidieron abandonarlas también. No hubo compasión en sus palabras ni afecto por su cercanía. Cada vez que Norah trataba de pedirles, casi suplicarles, por un poco de ayuda, se le negaba la entrada; o en el peor de los casos, se le insistía que se casara con un noble rico sin escrúpulos, alguien conocido de ellos y que les beneficiaría en el futuro.
En el peor de los momentos, nadie le extendió la mano, no hubo ni un solo gesto de ayuda, ni caridad.
Norah vio cómo los deudores devoraban todas las posesiones y terrenos de la familia Kobach sin que ella pudiera hacer o decir nada. Por días, solo más y peores noticias llegaban. Al final, la desesperación la dejó al alcance de sus enemigos de toda una vida, los Bailler.
Un día, sin previo aviso, el Duque Albert Bailler llegó tocando a las puertas. La casa vacía resonó con el eco de los golpes y Norah fue quien le abrió, ya no había servidumbre, todos habían desaparecido con lo poco de valor que todavía quedaba en la mansión.
—¿Crees que puedes negarte, Norah?— dijo Albert con una voz serena, pero a la vez con cinismo. Su alta y respetable figura veía a Norah como siempre la había notado en el pasado, una mujer hermosa y llena de orgullo. Con su mirada altanera y su espalda erguida que denotaba la alta educación y los modales de una dama.
—Sí, aún puedo, ¿qué es lo que busca aquí, Su Excelencia? ¿Por qué se aparece sin invitación cuando mi familia y yo ya no poseemos nada? Ya le he dicho que no aceptaré su propuesta.
Norah lo miró con un gesto aún lleno de dignidad que la hija de un Duque debía tener. Sus hermosos ojos azules y cabello plateado, que, a pesar de los días difíciles y las noches frías, aún poseían la nobleza de su estatus. Aunque ya era inútil en ese momento. Para ese hombre, esa fiera personalidad no era más que un último esfuerzo de un animal herido para mantenerse con vida.
—En eso tienes razón, ya no hay valor en esta casa, ni siquiera tú eres suficiente para tentarme.
Albert la miró con burla en sus ojos. Entendía el orgullo de la hija de un noble, pero el de ella siempre le causaba tanto desprecio. Si no fuera porque hizo un trato con su padre para proponerle matrimonio, nunca hubiera pensado en pisar esa mansión.
Norah lo miró, pero no respondió con rudeza, después de todo, el hombre era un Duque y cualquier insulto a su persona solo le causaría más problemas. Bajó los ojos a sus manos que ya estaban arrugando la falda de su vestido.
—Por favor, le suplico que, si ya no hay más de que hablar, nos deje con lo único que nos queda.
Él la volvió a mirar con desdén y le tiró una nota de papel en el regazo, no sin antes dejar salir una pequeña risa.
—¿Qué es…?
Los ojos de Norah se abrieron con horror al leer el pedazo de papel. La nota era una cesión de propiedad, tanto de la Mansión como del territorio. Su padre la había firmado a cambio de una suma inmensa de dinero, el cual, sin duda, se había llevado sin pagar las deudas.
―No puede ser, esto tiene que ser un error. Él nunca…
―Ya no tiene opción, Señorita Kobach. Cásese conmigo o puede irse sin nada.
Norah aún tenía planeado vender la propiedad y marcharse con su madre después de pagar a los cobradores, pero ahora ya no veía ninguna esperanza. Todo se derrumbó en un segundo. —Yo… yo no tenía idea de esta nota. Nos… nos iremos de aquí, no tenemos mucho, así que partiremos hoy mismo―. Sus labios temblaron y sus manos no paraban de estrujar el papel. No quería derramar lágrimas, no frente a ese hombre, pero le era difícil. Por primera vez en su vida, sintió el miedo sacudirle la espina y llenar sus pulmones. —Sigues siendo tan orgullosa, Norah, aun cuando ya no tienes nada… —Albert suspiró y se reclinó en el sofá como el dueño del lugar, por fin regresando a su trono— El terreno está rodeado, si no fuera por mis hombres que lo vigilan y protegen, tú y tu madre ya serían esclavas en algún burdel. Deberías estar agradecida conmigo. Albert la miró de nuevo con una ceja levantada y una mueca de burla. Norah sintió cómo el color se iba de sus mejillas, al igual que toda ilusión y plan p
―Te dejaré despedirte de tu madre, después vendrás conmigo a la mansión. Nos casaremos en una semana. ―Esto es demasiado pronto… yo… yo… ―Los preparativos ya están listos. Desde hace dos meses, Norah. Albert se separó de ella, pero bajó sus labios para besar con gentileza su mano y despedirse. Después abrió la puerta y la cerró al salir sin mirar atrás, dejando a Norah con el corazón palpitando como un tambor de guerra. Fuerte, sin aliento y con ansia y deseo al mismo tiempo. Su mano ardía con el beso dulce y tenue, con la sensación de los labios centelleando en su piel. Sentía las piernas hechas gelatina y se tuvo que sentar de nuevo para tranquilizar su corazón y respirar profundo. No entendía qué la había hecho dejarse llevar por tan extraña sensación. Nunca había sentido algo parecido. Todo el tiempo pensó que con ese hombre siempre era lo mismo. Tan altanero, irritante e indiferente. Parecía despreciar a cualquier ser humano que tuviera frente a él, y mucho más a ella, las mi
Tres días antes de la boda, Norah se acomodó en una pequeña alcoba con vistas a un maravilloso jardín de flores blancas y pequeñas fuentes. La habitación apenas si tenía una cama con dosel de cortinas blancas y transparentes; un ropero con algo de su ropa, que apenas si ocupaba un pedazo del enorme espacio, y una mesita con una silla en un rincón, adornada un pequeño florero y un espejo. Era simple, limpio y tranquilo, un lugar perfecto para descansar y relajarse de la áspera vida que había llevado los últimos meses. Pero, incluso con la calma y paz disfrazada, faltaba la risa de su madre, su cálida voz que la despertaba cada mañana y la hacía sonreír todo el tiempo. No importaba cuán lujosa era su vida ahora, nunca estaría completa sin las personas que amaba. Esa mañana se levantó como siempre, con el sonido de la sirvienta entrando y preparando el agua y sirviendo el desayuno. El vestido que eligió era llano y sencillo, sin ningún adorno en las muñecas o el cabello. Después de
Tres días después… Un vestido largo y blanco con pequeñas gemas cayendo de la suave falda de seda, con arreglos de flores azules y hermosos detalles en el corsé, adornaba la hermosa y esbelta figura de Norah. Sus finos cabellos plateados, tan delicados como porcelana, estaban peinados en un estilo elegante, con una pequeña corona de gemas blancas y azules adornando su cabeza. Un velo transparente y delicado bajaba sobre su espléndida cara, aunque de ninguna manera arruinaba la fascinante imagen de la novia, en cambio, la exaltaba con misterio y expectación. Nadie en el reino podría negar que ella era una mujer que se había ganado con su belleza y elegancia, la adoración de una larga fila de pretendientes. Nadie, sin embargo, había esperado que el Duque Albert Bailler, el eterno enemigo de la familia Kobach, sería el ganador de semejante doncella. Sin embargo, la bella doncella no parecía estar contenta. Ese día Norah sellaría su vida como esposa de un hombre que no la amaba, y por
―Mmm… espera… ―No… eres mía… solo mía... La boca de Norah se abrió más y Albert procedió con un beso más profundo, más íntimo. Las manos de Norah sujetaban los fuertes brazos que la tenían contra él, no dejando que se moviera ni un solo centímetro. Fuerte, hacia su pecho, Norah sintió el palpitar de su corazón retumbar como un tambor de guerra, pero no podía separarse. Él la seguía guiando, seduciendo a plena vista de los asistentes y de los dioses que habían presenciado su unión. La mano que rodeaba su cintura y la apretaba hacia él, transmitía más que calor y deseo. No era el pulcro beso de una ceremonia de bodas, ni siquiera tierno o gentil, pero lleno de pasión y sentimiento, como si quisiera transmitirle un secreto, pero a la vez, esperaba a que ella se diera cuenta por si sola. —No… espera...— Norah trató de apartarlo, pero Albert seguía conquistando sus labios. Poco a poco, explorando cada orilla de su boca, con su lengua y su aliento. Norah nunca pensó que ese hombre frí
—¿Qué… qué hace aquí? Norah despertó después de unas horas de preciado descanso. Luego de la fiesta y la cena, se había despedido temprano para descansar y dormir. A los invitados no parecían importarles su ausencia. El vino y la charla eran ahora la mayor distracción, que la calma y la belleza de la nueva Duquesa. Cuando llegó a la habitación donde viviría por el resto de sus días, no hizo gesto de llamar a las sirvientas para ayudarla a quitarse el vestido, las dejó irse y se tendió en la cama. Durmió. El cielo ya había oscurecido y solo la luz de las velas alumbraba la lujosa habitación. Sin embargo, ella no estaba sola, al menos por esa noche tendría que dormir acompañada por su nuevo esposo. —Es nuestra primera noche juntos, esposa―, Albert la miró desde el otro extremo de la cama— No creerás que haré que corran rumores por ahí de que nuestra unión no es más que una simple transacción. ¿O sí? —Yo… Albert la veía con una ceja alzada, ya no tenía puesta la chaqueta llena de e
Norah lo empujó cuando los dedos de Albert ya se movían dentro de ella, preparándola para él. ―¡Detente… ah! La hacía gemir, pero el pequeño fuego de llamas azules en su mano no se agotaba; se volvía más grande, más fuerte con cada grito. —¡No!— gritó cuando sintió el fuego expandirse a su brazo. No quería lastimar a nadie. Entonces lo empujó con el pie. Albert la miró sorprendido. Ella estaba desnuda y asustada, con sudor en su frente y marcas en su cuerpo, sobre sus pechos y cuello. —Yo… yo no… —Norah no lo entendía, la llama se extinguió de repente. Había sentido algo dentro de ella, como si quisiera salir de ella, y explotar. No era solo el éxtasis que ese hombre le había provocado, había algo más. —¿Te arrepientes ahora? Ella lo miró con miedo, después a su mano. Parecía que lo había imaginado, la almohada no tenía marcas, pero ella estaba segura de lo que había visto. —Yo… no… —No sabía cómo explicarlo, cualquier razón ahora serviría como excusa para rechazar compartir
«Creo que los rumores no son verdad después de todo.» La noche anterior, una sirvienta había visto al Duque salir con expresión de enojo de la habitación. Nadie quería especular de más, pero la situación no parecía la mejor para los recién casados. Salir de esa manera, solo indicaba que el Duque no estaba satisfecho con su esposa, y que el título de Duquesa solo sería en nombre y para cubrir las apariencias. ―¿Nina? ―Sí, milady. Nina se apresuró a servir la taza de té. A decir verdad, ella también pensaba que la nueva Duquesa tendría una actitud horrible. Los nobles que visitaban la casa del Duque murmuraban terribles cosas acerca de ella, incluso los caballeros de la guardia y otras sirvientas de casas ajenas lo decían. Todos comentaban que su aspecto era tan hermoso como un hada, de cabellos largos y plateados y ojos azules como zafiros, pero tenía la peor actitud. Decían que era orgullosa y trataba mal a los empleados. Solo podían esperar gritos y berrinches de ella. Las m