La niebla desapareció como de golpe, como si un gran agujero la succionara hacia otro mundo. La figura se desvaneció en una fina nube de polvo y viento, incluso el ruido se había ido, dando paso a la tranquilidad de la luna y la visión de las estrellas en el cielo nocturno. Tampoco había rastro de la tierna llama azul, ni rastro de luz, ni de la magia. Norah no podía ver nada y a la vez, podía sentir un efímero poder surgir dentro de ella, la navegaba en cada vena, en cada hueso lo sentía. La gruesa voz de esa legendaria criatura, que apenas se había escuchado como un susurro en sus oídos, le había transmitido algo. No sabía qué, pero parecía que también había tomado algo de ella, tal vez un pedazo de su mente, un espacio en su memoria. ―¡Norah! Otra vez el clamor venía de lejos, no tanto, acercándose, pero Norah seguía con los ojos puestos sobre el muro. No podía creer lo que había visto, no podía creer lo que había pasado. Niebla densa como la espuma, una llama azul brotando de
Adrián abrió la puerta sin tocar antes, detrás de él y custodiando la entrada dos soldados hicieron un saludo al Duque antes de cerrar la puerta y hacer guardia. Se había quedado a investigar el muro con varios hombres de su escolta, temía que los cómplices de esa mujer se escaparan, así que dejó que algunos de los guardias revisaran los alrededores. Sin embargo, no hubo respuesta inmediata, era como si la mujer hubiera aparecido ahí, de repente, por arte de magia. Cuando terminó de interrogar a los vigías en turno esa noche, supo no habían visto pasar a nadie esa noche, y alguien con una apariencia tan impresionante como Norah, no era fácil de ignorar. De acuerdo a los reportes de Nina, había cerrado la puerta de la habitación con llave hace dos horas, y no había forma de que esa mujer delicada abriera la puerta a la fuerza. ¿Cómo era posible que recorriera a pie desde la mansión hasta el muro? Aun para el más rápido de los caballeros, no era tarea sencilla. ―Debió tener a alguien
Por dos días, Norah permaneció callada y dormida, su tierna respiración era lo único que su boca susurraba. Albert no dejó su lado, aun cuando tenía visitas urgentes por asuntos de la mansión o de la capital, no se movió de su lado. La veía todo el tiempo, esperando que en algún momento abriera los ojos. Marcus, por otra parte, seguía con su inspección del libro y del muro, él sabía lo que había visto, al igual que Albert. Un destello azul había iluminado el cielo, tal vez creyó escuchar una explosión, pero estaba seguro de que por algún momento pensó en un rugido, potente. Un bramido feroz de una criatura más allá de la imaginación. ―Tiene que haber algo… Se detuvo exactamente donde habían encontrado a la duquesa, estaba sentada a unos metros del muro, mirando hacia arriba, hacia las nubes. Parecía confundida, perdida en la distracción, no escuchaba cuando el Duque gritaba su nombre. Marcus, como el resto de los caballeros, se quedaron a unos pasos de la joven mujer, no solo porq
La Capital del Reino de Pearce no era cualquier otra ciudad. Esplendor se transmitía por las calles y por cada casa. Cada turista o extranjero que visitaba la plaza no podía dejar de admirar la belleza de las construcciones que se integraban con perfección a las hermosas jardineras y al río cristalino que cruzaba la ciudad en forma de dragón. Puentes por todas partes permitían a los pueblerinos cruzar con sus pequeñas carretas a diferentes puntos de la ciudad y algunos barquitos corrían por el río llevando mercancía y pasajeros a disfrutar el territorio. Mercados, suburbios y parques competían por ser los más atestados con gente de diferentes orígenes. Vendedores en las calles, comerciantes en sus tiendas y cantantes en los parques amenizaban cada día con sus voces y canciones. Así era la Capital de Pearce, iluminada con entusiasmo y movimiento. Aunque, la imagen de la ciudad no podía estar completa sin el majestuoso castillo justo en medio de la ciudad. Magnífico, alto, erigía enorm
Cerca de la frontera norte del reino, un joven apuesto de cabello rubio, apenas descubierto por la capucha negra sobre su cabeza, galopaba en el largo camino enredado entre pinos y nieve. Un grupo de doce caballeros detrás de él trataba de seguir su paso, incluso a través del clima exuberante. Las enormes capas y pieles que los cubrían, apenas podían cubrirlos del congelante clima que solo significaba muerte para quiénes se atrevieran a cruzar esos bosques. Sin embargo, el grupo de caballeros parecía acostumbrado a la desventura de la tempestad, donde la vida solo podía ser enterrada bajo metros de nieve y su supervivencia dependía de mantenerse unidos. Nunca bajaron la velocidad, sabían del temor a que una tormenta se acercara mientras seguían a mitad del camino, y el miedo a morir los impulsaba a seguir adelante. En cambio, para el apuesto rubio de ojos color oro, con su bella sonrisa apenas visible bajo su capa, la imagen de una joven de ojos azules y cabello plateado era los que
―¿Qué es lo que te dijo? ―Marcus y Adrián estaban fuera de la habitación para esperar a Albert. La curiosidad los mataba, tenían que saber lo que había pasado. El símbolo, la extraña explosión azul, todo era un misterio que se descubriría solo con la ayuda de la Duquesa. Sin embargo, esas solo eran las consideraciones de Marcus, para Adrián, el verdadero misterio era si ella había hecho eso sola o había llamado a alguien para ayudarla a escapar. Tal vez les ocultaba algo. Albert los miró y no dijo nada, solo los llevó al estudio a solas. No discutiría nada de lo sucedido donde cientos de oídos podían escucharlos. ―No dijo nada, no lo recuerda. Marcus se cayó en la silla, decepcionado y sin entusiasmo. Pensaba que por fin habría una pista, que tal vez, un indicio de que estaban por acercarse se les presentaría como un regalo, pero parecía que no. Ahora su única esperanza era descifrar el condenado libro, aun cuando le llevara años hacerlo. Por otra parte, el hombre de cabello ondul
Los preparativos para ir a la Capital revolvieron a la mansión. El Duque y su esposa ser irían por dos semanas, pero nunca era tan sencillo. El conflicto entre la casa Bailler y la Corona se había despertado desde que el rey absolvió al Duque de Kobach de todo cargo y cualquier investigación. Ahora el reino estaba dividido en dos bandos, los que seguían fervientemente a la Corona y a su rey, mientras que el otro, seguía con lealtad al Duque Bailler. La pelea no era abierta, apenas si los conflictos y discusiones rozaban la superficie de la política, pero debajo, donde las mentiras e hipocresías ya no valían la pena, los nobles se enfrentaban a diario. Por posiciones en instituciones de alto poder, por rangos en el ejército, por dinero, por territorios y más adeptos. Había llegado el punto en que ahora cada persona debía escoger un bando y aceptarlo con claridad. Si se le descubría andando por lugares diferentes a los de su lealtad, entonces sería desechado. Así las cosas, en la capit
―No, no es cierto. Usted es un pervertido. Yo no hice nada. «Descarada» El Duque soltó una ligera risa cuando su pequeña esposa ya tenía las mejillas rojas a punto de estallar en vergüenza. Tenía las mejillas infladas con enojo y no podía mirarlo directo a los ojos. Albert la estudió de nuevo mientras la tenía en sus brazos, con su ligero vestido blanco y los listones que amarraban y detenían el frente del vestido. Era como si le lanzara miradas de peligro a ese listón blanco que descaradamente lo tentaba para romperlo hace algunos minutos. Si no fuera porque la ráfaga de aire fresco había decidido ayudarlo a controlar la tentación y el calor de su cuerpo, habría saltado desde el balcón justo en el segundo en que la vio seducirlo, hasta llegar a la terraza. Por todos los dioses, lo habría hecho sin pensar. ―Norah… ―volvió a susurrar a los oídos de su querida esposa. El suave rosa de su timidez ya empapaba su cuello, blanco, largo y seductor. ―¿Qué esperabas que pasara? ―Na… nada