Capítulo 18. Una Obsesión
La Capital del Reino de Pearce no era cualquier otra ciudad. Esplendor se transmitía por las calles y por cada casa. Cada turista o extranjero que visitaba la plaza no podía dejar de admirar la belleza de las construcciones que se integraban con perfección a las hermosas jardineras y al río cristalino que cruzaba la ciudad en forma de dragón. Puentes por todas partes permitían a los pueblerinos cruzar con sus pequeñas carretas a diferentes puntos de la ciudad y algunos barquitos corrían por el río llevando mercancía y pasajeros a disfrutar el territorio.

Mercados, suburbios y parques competían por ser los más atestados con gente de diferentes orígenes. Vendedores en las calles, comerciantes en sus tiendas y cantantes en los parques amenizaban cada día con sus voces y canciones.

Así era la Capital de Pearce, iluminada con entusiasmo y movimiento. Aunque, la imagen de la ciudad no podía estar completa sin el majestuoso castillo justo en medio de la ciudad. Magnífico, alto, erigía enorm
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