Esa noche, Norah no pudo dormir tranquila, se sentía agotada, se sentía frustrada. No había más que tristeza en su interior, y añoranza en sus ojos. La luna avanzaba dentro de la habitación, pero los ojos de Norah estaban fijos en una esquina, donde yacía una pequeña flor azul, seca, muriendo. Todavía recordaba cuando el Duque mandó traer esa flor para ella, para adornar con el color de sus ojos el amanecer. Sin embargo, ahora esa misma flor estaba marchita. El color azul que tanto le gustaba, ya no se veía por ningún lado, y solo una flor a punto de dar su último respiro caía poco a poco. «Quiero irme de aquí. Mamá, quiero irme.» Sus súplicas a la luz de la luna no parecían ser escuchadas por nadie. Caían en un vacío inaguantable y frío. Pronto la
Otra vez la oscuridad recorrió la mente de Norah, no veía nada hasta que una luz se acercó a ella, poco a poco, flotando. Un poco más, y la luz se volvió llama, más grande, más fuerte, recorriendo la oscuridad y atrapándola adentro. Un círculo de fuego la estaba a punto de alcanzar, después descubrió que estaba en su habitación de la mansión Kobach. Gritaba, pedía ayuda, pero nadie se acercaba, apenas si tenía trece años, y veía todo, todo se incendiaba, incluso ella. Las llamas se volvían más fuertes. Entonces, Lara perdió el sentido. Pero, no dejó de ver desde afuera lo que estaba pasando. Los sirvientes corrían por todos lados, tirando agua, tratando de romper las puertas, pero era imposible detenerlo. Muchos lloraban, gritaban el nombre de Norah, pero ya no había tiempo. Entonces, una mujer,
Norah se quedó quieta, no podía ver a dónde ir, «¿Cómo voy a seguirte?» Como respuesta a su pregunta, un pequeño viento frío cruzó hacia su costado haciendo que guiara sus ojos al suelo, donde había un rastro azulado que brillaba con el paso de la luz de luna. Brillante, como si alguien hubiera esparcido polvo de estrellas en una alfombra de pasto, solo para ella. El primer paso requirió todo su coraje, pero lo siguió sin pensar demasiado. Aún tenía confusión reflejada en los ojos, miedo también, pero dentro de sí misma, había curiosidad y un poco de encanto. Era magia lo que estaba viendo, magia real. Aquello ya había estaba rebasado el límite de la locura o desesperación, el fuego azul, la voz extraña, los recuerdos de su madre, era algo más que una simple ilusión o fantasía. Sintió que la verdad se repro
El primer lugar a donde Albert se dirigió sin dudar fue a la habitación de Norah, sus pies lo guiaron a través de los amplios pasillos. A pesar de la vista brumosa, él caminaba sin titubear como si no importaran sus ojos que apenas podían distinguir sus pisadas. Conocía la mansión, cada puerta, cada pasillo, cada cruce y cada escalera. Sus recuerdos del castillo eran de toda su vida, no era difícil para él seguir sus memorias. Por otra parte, Marcus apenas si podía continuar en pie, la extraña y fría bruma lo hacía toser y no podía ver nada, pero se hizo de fuerza para continuar. No siguió a Albert, pero continuó su camino, lento, hacia el estudio donde el libro del dragón estaba resguardado. Si la bruma tenía que ver con la magia de dragón, entonces el libro reaccionaría de alguna forma. Sería su oportunidad para encontrar una pista. Parecía que el tiempo apenas si transcurría, cada segundo era una eternidad. Cuando llegó a la puerta del estudio, escuchó pasos detrá
Dejando claro su posición, la irritación en las palabras de Norah dejó un eco en la habitación. Albert se alejó dos pasos atrás de su esposa colérica, aún tenía su pierna en sus manos y ella a punto de caerse hacia atrás, tenía los codos contra la mesa, casi ofreciéndose a él. Norah notó la extraña posición en la que estaba, y trató de zafarse de su agarre, pero con todo el movimiento que hacía, solo lograba que el camisón la descubriera más y más. Albert no la soltaba, y sonreía con el pequeño juego de su esposa que no hacía más que tentarlo cada vez que veía un pedazo de su pálida piel. ―¡Suélteme ahora! ―No, ―la tomó de las dos piernas y la jaló hacia él. Un pequeño golpe resonó en la mesa cuando ella quedó pegada al escritorio. Albert sintió un poco de pena y quiso levantarla, pero ella solo le envió una patada al pecho. ―¡No se acerque a mí! Norah trató de bajarse del escritorio, pero Albert no se lo permitió, en cambio, no importando los
El par de ojos se vieron por algunos segundos hasta calmarse. Albert sabía que debía controlarse o la tomaría ahí y, entonces, la perdería para siempre. La volvió a besar, tímidamente, sobre los ojos, sobre la boca. Suave, para aliviar su llanto y calmar la tensión en su espalda. Después la levantó. Tenía el cabello frío, con pequeñas gotitas de agua helada escurriendo sobre su cara. Su frágil cuerpo, delgado pero hermoso, temblaba. Tal vez, no solo por el frío de la noche, pero por los delicados dedos de su esposo navegando su cara, su cuello. Norah no dijo nada, dejó que el hombre la tocara y se la llevara, ya no le importaba a dónde. Incluso si la encerraba en un calabozo le daba igual. Solo esperaría el momento adecuado para escapar y buscar a su madre. Después vería qué hacer. Cuando Albert abrió la puerta, Marcus seguía afuera, dando vueltas por el pasillo con pasos agitados. Quería saber lo que había ocurrido, el estado del libro o si hab
―Despídelas, a todas ellas, no les entregues ninguna carta de recomendación. Has que todos los demás sepan. Que entiendan las consecuencias de actuar en contra de la casa Bailler y de todos sus integrantes. El mayordomo asintió, un sudor frío corrió por su frente arrugada, ya sabía que había errado, y esperaba una severa reprimenda junto a sus empleados, pero nunca pensó que el castigo fuera tan duro. A aquellas jóvenes doncellas se les cerraría todo tipo de oportunidad; sin carta de recomendación, su futuro sería cortado sin piedad. Ninguna casa respetable les ofrecería trabajo jamás, no habría familia de nobles que les proporcionara una posición sin una carta de recomendación y de referencias. ―Mi lord, esto es… Los ojos de Albert solo enviaron una fría advertencia. No soportaría más desaciertos hacia su esposa. Incluso si el viejo mayordomo era uno de sus más leales sirvientes, no dejaría pasar esos insultos hacia la Duquesa. Horace salió d
―¿Qué haces despierta? Albert tomó la suave barbilla de Norah y la hizo mirarlo a los ojos. Se veía pálida, enferma, con los ojos llorosos. Esa apariencia, tan frágil, como si se fuera a desvanecer al siguiente segundo, era tan encantadora, como si pidiera ser acompañada y adorada. ―Debes descansar más, regresa a la cama. Norah lo ignoró y esperó a que la soltara, cuando abrió la puerta, no tenía idea de que el hombre estaría detrás, y menos aún, con una mujer discutiendo sobre sus planes de venganza hacía ella. Pensó que la habían llevado a otro lado de la mansión, un lugar más encerrado, más custodiado por guardias y caballeros, incluso más alejado de la bella mujer, la famosa amante del Duque. Pensó que ahora sí sería una verdadera prisionera. Que sorpresa que no fuera así. Suspiró y su pecho se elevó varias veces para calmarle el corazón. Tenía enojo y sorpresa en los ojos, pero no estaba de humor para saltar a la pelea. &nbs