La noche fue solitaria, pero Norah tenía los ojos clavados afuera, hacia el jardín por donde una vez anduvo. Se fue a acostar temprano con un pequeño de dolor en la cabeza, y tal vez en el pecho. No había terminado su cena, el apetito se le había ido con la pesadez y confusión de los sentimientos que la hacían temblar.
Ese hombre, su esposo, no la amaba. Ella lo sabía, pero aun así, guardaba una esperanza para ella misma. Creía que esa hermosa emoción que los invadió el día de su boda, y a la mañana siguiente podría hacer echar raíces para después crecer y florecer. Aún tenía un poco de anhelo, pero este pronto se apagó los siguientes días.
La luz de la luna se colaba por las cortinas y ella segu&ia
—Déjenos solos.La voz de Albert resonó en el comedor. La enorme mesa de madera fina estaba preparada con una vajilla de plata. El desayuno ya estaba servido. El olor parecía convertirse en la sensibilidad de la boca, se veía exquisito.Norah fue bienvenida con esa visión y sintió como si el hambre ahora la llamaba como una alarma de emergencia. Sin embargo, sus ojos nerviosos estaban fijos en el hombre.―Buenos días, Su Excelencia―, Norah se inclinó y saludo. Después se quedó quieta, callada, esperando que él fuera el primero en hablar.Albert estaba nervioso, no entendía la razón por completo, pero sabía que la noche anterior no había ido bie
Diez días pasaron después de la boda, y Norah ya se había acostumbrado al ritmo de vida en la enorme Mansión del Duque.Se levantaba muy temprano por la mañana, tomaba un refrescante baño con agua tibia, y a veces casi fría. No entendía la razón, pero necesitaba esperar a que el agua fuera lo suficiente refrescante para apagar el calor que sentía dentro de sí cada mañana.Después, Nina le preparaba un desayuno delicioso y el resto del día lo aprovechaba para leer en el cuarto contiguo a su habitación. Rara vez salía al jardín a dar un paseo después de la cena, o antes.Cuando tenía tiempo, y eso era bastante, aprovechaba para escribir y mandar cartas a su madre. Sabía que
La tarde pasó tranquila, no había ningún toquido a la puerta para anunciar a la modista, y aunque Nina había salido varias veces a averiguar, regresaba sin noticias. Solo con la palabra de que se había ido a informar al pueblo para conseguir a alguien, pero por el tiempo en que había transcurrido, o no había nadie disponible o no había nadie que quisiera tomar el encargo.Seguramente lo último era la razón.―Hah… ―Norah se estiró en el asiento de la mesa, ya se había cansado de estar en la misma posición por varios minutos.―¡Milady, son hermosos!―¿Te gustan?―Son impresionantes, me gustaría
Albert se levantó de su mesa, y se abalanzó contra el idiota de su amigo. Ni siquiera tuvo compasión por lo cansado y débil que su rostro y su cuerpo se veían. No consideró por un segundo que eran primos y amigos cercanos de la infancia. Nada. Ahora solo veía a un cretino que se atrevía a insultar a su esposa, en su casa y frente a él.―¡Espera! ¿Qué… qué te pasa, Albert? Detente…Marcus se levantó con premura del sofá y corrió hacia la puerta, sabía que no tenía ninguna oportunidad peleándose a los puños con Albert. Ya había experimentado ese dolor varias veces, en sus años en la Academia, y no le gustaría repetir la desgraciada experiencia, no cuando aún le faltaba disfrutar
Al abrir la puerta, la visión que esperaba no había aparecido ante los brillantes ojos de Albert. La mujer que debía tendida en su cama y tentándolo a tomarla no se encontraba por ningún lado.Sin embargo, justo cuando se preparaba para llamar a alguien y empezar a buscarla, el suave y dulce aroma del jardín recorrió la habitación. Fue como una invitación a un mundo fantástico, donde una hermosa sirena lo seducía con su canto. Dicha sirena de cabello plateado estaba tendida en uno de los sillones del jardín con sus piernas estiradas y durmiendo profundamente. Se veía tan pacífica y en calma.―¡Su Excelencia!Albert giró hacia Nina quién estaba entretenida cociendo una servilleta al
La tina se llenó de agua, clara, templada, con una pequeña nube de vapor saliendo de ella y alcanzando el techo del cuarto de baño. Albert cargó a Norah con agilidad, al mismo tiempo que las sirvientas dejaban la habitación.Muchas de ellas no pudieron evitar dejar salir miradas de extrañeza, después de todo, nunca habían visto a su joven amo actuar de esa manera. Tan atento y gentil, si bien lo habían visto hablar con la Señorita Gina sin tanta frialdad, nunca había llegado al extremo de mirarla con semejante cariño.Ahora no había duda, el Duque estaba encantado con su bella esposa y pronto los rumores correrían por todo el territorio.―No tienes que quedarte aquí, yo puedo sola.
Norah tomó el libro, sentía un extraño retumbar en su corazón que le decía que las respuestas a todo lo que necesitaba estaban en esas páginas. La pequeña llama se subió en la cubierta y la abrió.Parecía expectante a lo que los ojos de Norah pudieran encontrar dentro de esas hojas.«¿Qué es esto?»La primera página era una advertencia. Simple.«Solo los herederos de la sangre pueden leer las palabras, solo los herederos tienen derecho a saber. Aléjate extranjero e intruso si tu sangre no es furia, si tu sangre no es fuego, si tu sangre no es de dragón.»Cada letra era un símbolo
El sonido de la pluma en el suelo despertó a los dos de su distracción. Norah sintió un extraño miedo subir por su espalda. No esperaba que él la encontrara tan pronto.―Yo… ―No sabía cómo explicar la situación. Cualquier excusa parecería un invento del momento. ―Yo…Albert la tomó de los brazos antes de que pudiera continuar hablando. ―¡Te he prometido que cuidaría a tu madre! ¡No hay necesidad de que hagas esto, no encontrarás nada con lo que puedas escapar de aquí!La voz de Albert era fuerte, enojada, como si el bello sueño que había tenido hace unos minutos hubiera sido un engaño. Como si el afecto que se habían dado el día anterior hubiera sid