Norah salió con paso decidido fuera de la habitación, sin embargo, no más de dos pasos fuera, una mujer con aspecto estricto y un hombre viejo con cabello blanco, pero igualmente con mirada severa, detuvieron sus pasos. Hicieron una ligera reverencia a modo de saludo y se voltearon a verla de nuevo.
―Milady, ¿ha tenido algún inconveniente con Madame Hill?
El hombre fue quien habló primero, él era el mayordomo de la mansión, el Señor Guillén. A diferencia del resto de los empleados, él había sido un noble de una familia muy antigua, sin embargo, la fortuna de su casa se hundió en desastre cuando la enfermedad y la plaga sacudió su territorio. Si no fuera por la pronta ayuda de los médicos enviados por el Duque Bailler, padre de Albert, no hubiera sobrev
Tres días antes de la boda, Norah se acomodó en una pequeña alcoba con vista a un maravilloso jardín de flores blancas y pequeñas fuentes. El cuarto apenas si tenía una cama con dosel de cortinas blancas y transparentes, un ropero con algo de su ropa que apenas si ocupaba un pedazo del enorme espacio yacía en una esquina, y una mesita con una silla se veía en un rincón, la adornaba un pequeño florero y un espejo.Era simple, limpio y tranquilo, un lugar perfecto para descansar y relajarse de la áspera vida que había llevado los últimos meses. Pero, incluso con la calma y paz disfrazada, faltaba la risa de su madre, su cálida voz que la despertaba cada mañana y la hacía sonreír todo el tiempo. No importaba cuán lujosa era su vida ahora, nunca estaría completa
―Llama a los guardias estacionados alrededor de la Capital, haz que dos grupos entren en secreto. Los demás que vigilen a los alrededores. Habrá más ataques.Albert se levantó, estaba por irse, pero se detuvo. ―Haz que te revisen esas heridas antes de hacer algo, llama a Kaine.Adrián quiso refutar la orden, no tenía intención de quedarse a esperar cuando estaban a punto de ser atacados de nuevo. Sin embargo, el dolor en su pecho y en su brazo volvió como una punzada. Albert envió dos sirvientes a que se lo llevaran a una habitación antes de que se desmayara.―Albert ―Marcus caminó detrás de Albert con paso apresurado.―No hay tiempo de continuar con la búsqueda. Por el momento no podemos seguir adelante. Hay demasiados ojos apuntando hacia nosotros.―Lo sé, ―suspiró Marcus. ―Sin embargo, hay algo que debes saber.Albert se detuvo y gir&o
―Milady, debemos irnos, el carruaje ya está preparado.Nina regreso después de algunos minutos de su dormitorio. Se veía feliz y satisfecha por alguna razón. Norah ya sabía que era una joven audaz e inocente, así que debía haber pasado algo muy bueno para ponerla más contenta todavía.Un par de caballeros la escoltaban con sus armaduras plateadas y el escudo de los Bailler en sus capas. Uno más alto que el otro, pero con facciones similares.Sus ojos dejaban ver que no eran los guardias normales de la mansión, sino caballeros y escoltas del Duque, soldados amaestrados en la fiera guerra. Tenían un aura diferente, salvaje y hábil.―Milady, ―un caballero de ojos verdes y cabello castaño oscuro se inclino y la saludo con respeto. ―Mi nombre es Richard Miller, yo seré su escolta junto a mi hermano James Miller. Estaremos a cargo de su protección dur
La noche fue solitaria, pero Norah tenía los ojos clavados afuera, hacia el jardín por donde una vez anduvo. Se fue a acostar temprano con un pequeño de dolor en la cabeza, y tal vez en el pecho. No había terminado su cena, el apetito se le había ido con la pesadez y confusión de los sentimientos que la hacían temblar.Ese hombre, su esposo, no la amaba. Ella lo sabía, pero aun así, guardaba una esperanza para ella misma. Creía que esa hermosa emoción que los invadió el día de su boda, y a la mañana siguiente podría hacer echar raíces para después crecer y florecer. Aún tenía un poco de anhelo, pero este pronto se apagó los siguientes días.La luz de la luna se colaba por las cortinas y ella segu&ia
—Déjenos solos.La voz de Albert resonó en el comedor. La enorme mesa de madera fina estaba preparada con una vajilla de plata. El desayuno ya estaba servido. El olor parecía convertirse en la sensibilidad de la boca, se veía exquisito.Norah fue bienvenida con esa visión y sintió como si el hambre ahora la llamaba como una alarma de emergencia. Sin embargo, sus ojos nerviosos estaban fijos en el hombre.―Buenos días, Su Excelencia―, Norah se inclinó y saludo. Después se quedó quieta, callada, esperando que él fuera el primero en hablar.Albert estaba nervioso, no entendía la razón por completo, pero sabía que la noche anterior no había ido bie
Diez días pasaron después de la boda, y Norah ya se había acostumbrado al ritmo de vida en la enorme Mansión del Duque.Se levantaba muy temprano por la mañana, tomaba un refrescante baño con agua tibia, y a veces casi fría. No entendía la razón, pero necesitaba esperar a que el agua fuera lo suficiente refrescante para apagar el calor que sentía dentro de sí cada mañana.Después, Nina le preparaba un desayuno delicioso y el resto del día lo aprovechaba para leer en el cuarto contiguo a su habitación. Rara vez salía al jardín a dar un paseo después de la cena, o antes.Cuando tenía tiempo, y eso era bastante, aprovechaba para escribir y mandar cartas a su madre. Sabía que
La tarde pasó tranquila, no había ningún toquido a la puerta para anunciar a la modista, y aunque Nina había salido varias veces a averiguar, regresaba sin noticias. Solo con la palabra de que se había ido a informar al pueblo para conseguir a alguien, pero por el tiempo en que había transcurrido, o no había nadie disponible o no había nadie que quisiera tomar el encargo.Seguramente lo último era la razón.―Hah… ―Norah se estiró en el asiento de la mesa, ya se había cansado de estar en la misma posición por varios minutos.―¡Milady, son hermosos!―¿Te gustan?―Son impresionantes, me gustaría
Albert se levantó de su mesa, y se abalanzó contra el idiota de su amigo. Ni siquiera tuvo compasión por lo cansado y débil que su rostro y su cuerpo se veían. No consideró por un segundo que eran primos y amigos cercanos de la infancia. Nada. Ahora solo veía a un cretino que se atrevía a insultar a su esposa, en su casa y frente a él.―¡Espera! ¿Qué… qué te pasa, Albert? Detente…Marcus se levantó con premura del sofá y corrió hacia la puerta, sabía que no tenía ninguna oportunidad peleándose a los puños con Albert. Ya había experimentado ese dolor varias veces, en sus años en la Academia, y no le gustaría repetir la desgraciada experiencia, no cuando aún le faltaba disfrutar