75.

Norah suspiró y se movió con los puños cerrados a cada lado de su cuerpo. Solo tres pasos hacia Albert, pero nada más, no podía acercarse o sería devorada sin más. 

—¿Ahora podemos hablar, milord?

Albert sonrió y regresó a su silla, con un dedo le indicó el lugar donde debía sentarse para escuchar sus palabras. Su regazo. 

—Es usted…

—¿Un apuesto caballero, gallardo y galante?

—Un descarado.

Una pequeña risa inundó el salón y Norah no pudo más que sonrojarse. Sin embargo, aún sin entender la razón, le gustaba

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