77.

Tres días antes de la boda, Norah se acomodó en una pequeña alcoba con vista a un maravilloso jardín de flores blancas y pequeñas fuentes. El cuarto apenas si tenía una cama con dosel de cortinas blancas y transparentes, un ropero con algo de su ropa que apenas si ocupaba un pedazo del enorme espacio yacía en una esquina, y una mesita con una silla se veía en un rincón,  la adornaba un pequeño florero y un espejo.  

Era simple, limpio y tranquilo, un lugar perfecto para descansar y relajarse de la áspera vida que había llevado los últimos meses. Pero, incluso con la calma y paz disfrazada, faltaba la risa de su madre, su cálida voz que la despertaba cada mañana y la hacía sonreír todo el tiempo. No importaba cuán lujosa era su vida ahora, nunca estaría completa

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