Capítulo 2.- Siempre me encuentra.

EVELIA CARPIO

—Gracias— susurro, ya que yo tampoco tengo mucha fuerza en este momento, con la poca energía que me queda me levanto de la cama y comienzo mi camino directamente al comedor.

Las paredes, los cuadros, incluso los floreros eran los mismos que diez años antes, nada en esta casa había cambiado, nada en esta casa había mejorado.

Al llegar al comedor y presentarme en la entrada, Adriana mi hermana sentada como una marioneta en la mesa, me vio e inmediatamente quiso levantarse.,  pero un ruido fuerte y estridente nos hizo encogernos a todas.

Leonel, mi padre, había golpeado la mesa con el puño cerrado con toda la fuerza que le permitía su brazo.

—Compórtate como una señorita educada Adriana, no quiero esta clase de situaciones, recuérdalo.

Leonel ni siquiera volteó a ver en ningún momento a mi hermana, dando por hecho que ella obedecería… y así fue.

Adriana bajó la cabeza y  visiblemente temblorosa, se sentó de nuevo como si nada de eso hubiera sucedido.

—Bienvenida hija —dijo Cecilia Carpio, mi madre. Hizo todo lo posible por ocultar el temblor de su voz y supe que me echaba de menos. No me atrevía a mirarla, tenía miedo de que llorara.

Me acerqué caminando despacio, no quería recibir más latigazos, no por caminar demasiado rápido.

—Tu madre te habla —gruñó Leonel —  ¿no te enseñamos a responder?

—Gracias madre— dije en tono bajo y controlado, como si nos hubiéramos visto sólo unas horas antes. Entonces me senté evitando en medida de lo posible golpear las heridas de los latigazos anteriores.

Todas teníamos que esperar a que el patriarca de la casa comenzara a comer para poder probar bocado todas las demás, sentía que me mareaba  por la falta de alimento, pero no estaba dispuesta a adelantarme y que me castigara de nuevo sin comida y con sus tan característicos latigazos.

Instantes después que para mi ver fueron siglos, Leonel Carpio tomó su tenedor y comió el primer bocado de la cena. Dándonos permiso de comer también.

—¿Y cómo has estado?— preguntó Adriana temerosa de que la pregunta no fuera la correcta.

—Bien —respondí a secas, no quería que mi padre pensara que estaba incitándola a que se escapara también. Tenía claro que ella había decidido solo mantenerse al margen, siempre al margen de todo.

La cena transcurrió de manera natural, en absoluto silencio, después de eso ya para terminar Leonel dijo:

— Les aviso que mañana se presentarán en esta casa Rodrigo Geacoman y su nieto Oliver  Geacoman. Y se decidirá quién de ustedes dos formará parte de la familia más poderosa del país, necesito que se comporten bien, que sean educadas y demuestren que pueden ser una digna integrante de esa familia.

Adriana esperó a que su padre terminara de hablar, él odiaba ser interrumpido para decir:

—Sí padre lo haremos.

—¡Ah no!— no pude evitarlo, esa negativa salió desde el fondo de mi alma, no me quería casar y  podría tal vez intentarlo una última vez antes de que todo se fuera a la basura.—Si ella quiere casarse, ¿Por qué tengo que estar yo? Yo no quiero casarme, no quiero ni conocerlo, por favor solo permíteme desaparecer— dije con pena.

Leonel aventó el cubierto que tenía en la mano.

—Eres una pequeña rata— me dijo con tono de odio —no me dejas ni comer tranquilo, estos  años se me hicieron cortos sin ti pero lamentablemente —dijo con asco— el señor Rodrigo Geacoman ha mencionado en reiteradas ocasiones que mi hijas son muy buenas, así que no puedes arruinar la reunión de mañana. No me importa no saber qué es lo que le gusta, tal vez hasta le gustas para él —dijo con un tono desagradable— lo que sí me importa, es formar parte de esa familia, imagínate lo que podríamos hacer nosotros con la maderera de principal proveedora de la mueblería de lujo de los Geacoman.

Leonel sonrió como si estuviera viendo barras interminables de oro, cosa que me asustó, esa sonrisa solo aparecía después de haberme dado una paliza.

—Como ya estás de contestona — continuó Leonel— imagino que lo que comiste es suficiente hasta el día de la reunión, ¡lárgate de aquí! — Leonel tronó los dedos y un hombre alto con traje apareció de la nada.

—Llévatela y enciérrala— el hombre se abalanzó sobre mí y me levantó tomándome en sus brazos.

Yo intenté con todas mis fuerzas librarme de su agarre pero era muy fuerte para mí— ¡por favor, por favor!— grité— ¡no me obligues a hacer esto!— pero ninguna de mis súplicas fue suficiente para evitar que ese hombre me aventara dentro de la habitación y cerrara de nuevo la puerta.

Despierto por el dolor punzante de las heridas en mi cuerpo, ya me había desacostumbrado a esa desesperante sensación que tienes al curar una herida abierta.

Me levanto de la cama e intento caminar de manera normal aunque una de las piernas me duele a cada paso, el roce de la  tela en la piel es como si fuera una lija, me duele y me arde la herida que tengo en el muslo.

Debo tranquilizarme y pensar cómo salir de aquí, si conseguí escapar una vez puedo hacerlo una segunda, aunque revisé toda mi habitación y la puerta por la que había salido antes ya no estaba.

Muchos años atras una ama de llaves qué tuvimos me enseñó los pasadizos secretos de la mansión para que jugara a las escondidas con mi hermanita, nunca pensé que iba a llegar a servirme tanto como hace diez años.

Recuerdo esa noche haber practicado muchas veces los laberintos interiores de la mansión hasta que esa última vez me llevó a una entrada externa.

Fui tan feliz de sentir en mi rostro el aire de la libertad, el toque de la posibilidad de ser yo misma.

Lágrimas brotan de mis ojos, debí ser más inteligente, debí ser más precavida, debí ser más aguerrida, me reclamaba pero muy en el fondo de mi ser sabía que eran ideas absurdas.

— Él me hubiera encontrado, él siempre logra encontrarme — digo en voz alta.

Escucho que esa m*****a puerta se abre de nuevo y con la vista nublada por las lágrimas alcanzó a distinguir una silueta en la puerta abierta.

—Señorita —dijo la muchacha que había venido anteriormente— vengo a ayudarla para que esté lista para la cena.

Yo solo asiento necesito mantener mi energía lo más resguardada posible, para en la primera oportunidad largarme de aquí.

Todo ese día lo paso  siendo una muñeca, me peinan, me maquillan, me visten,  yo solo soy un cuerpo vacío porque mi mente se encuentra en otra parte.

— El momento ha llegado— Escucho que Leonel dice a mi espalda, regresándome al  presente. — Espero mucho de ti, no me defraudes.

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