Capítulo 8.- ¿Quién es?

EVELIA CARPIO

El sonido de golpes en la puerta me despierta, alguien quiere entrar, sonrió ante la ironía del momento, honestamente me da gracia que tengan ese gesto conmigo, como si quien quisiera tener esa puerta cerrada fuera yo, como si quien impidiera a las personas entrar o salir en esta habitación fuera yo.

Independientemente de lo que me divierte esa idea tan ridícula, tallo un poco mi rostro para despertarme mejor soy consciente que algo fuerte se viene y quiero estar lista. Debe serlo para que lleguen a tocar a mi puerta en medio de la noche.

— ¿Quién es?— pregunto aún con la voz ronca y la garganta un poco cerrada.

—Soy yo— dice mi madre con un tono de voz que delata lo insegura que se siente—  tu ma...— Se detiene y se corrige — Cecilia.

Me siento asombrada, dejando de lado todos los años que no estuve en esta mansión, antes de eso ella vino a visitarme en contadas ocasiones, esas en las que Leonel sabía que se había pasado de la raya y que yo necesitaría un poco de ayuda extra con la curación de mis heridas.

— Pasa — le digo nerviosa y emocionada a la vez, por fin mi madre me prestaba un poco de atención, por fin mi madre tomaba la iniciativa en algo, el corazón me palpitaba acelerado y mis manos comenzaron a sudar, esto era algo que tenía muchos años deseando en silencio pero que nunca pude expresar. « ¿A qué vendrá?» pienso « ¿querrá abrazarme?» deseo desde el fondo de mi corazón.

Se escucha el ruido de la chapa abrirse y entre sombras distingo la figura de la mujer que siempre ha estado ahí en medio de las sombras, siendo un testigo silencioso de todo mi sufrimiento, pero a pesar de todo ello, la persona a quien amo con todo mi ser.

Mi madre se acerca y noto que en sus manos tiene una pequeña cajita que agarra con delicadeza y mucho cuidado.

— Vengo — dice ella nerviosa sin atreverse a mirarme a los ojos, sin atreverse a levantar la mirada— a coser la herida que tienes abierta.

— ¿La de las costillas?— le preguntó asombrada de que se hubiera dado cuenta.

Mi madre afirma con paciencia, yo con el corazón en la garganta sentada en la cama comienzo a desvestirme para darle la oportunidad de cuidarme y para darme ese obsequio de ser cuidada por ella, por primera vez en mucho tiempo.

Mi madre se sienta a un lado de mí, sin demora comienza a sacar y a acomodar los utensilios necesarios para coser la herida, se notaba que tenía práctica, todo ya tenía un lugar y ella ya tenía un procedimiento, pasos a seguir para que todo saliera bien.

— Te va a doler — me avisó — pero es necesario para que el vestido de novia no se manche, ese dia te pondremos gasas y vendas suficientes para que no se note la sangre, por favor elige un vestido que ayude a cubrir, deseo que te veas hermosa ese día.

Yo asiento en silencio, disfrutando a pesar del dolor que me provocaba la curación de la herida la atención y el cuidado que mi madre me tenía.

Pasamos unos minutos en silencio, unos minutos agradables en los que yo no sentía necesidad de decir nada pero ella los interrumpió.

— ¿Sabes? En este mundo nadie es perfecto — comentó— y todos venimos a cumplir una función, desearía desde el fondo de mi alma que fueras de otra manera —dijo mi madre golpeando mi alma con el tono de decepción que hablaba— cuando yo era chica también era como tú, también deseaba cosas que no podía tener y peleé por mucho tiempo para seguir mis deseos.

Eso me asombró, no sabía que mi madre había sido doblegada y maltratada antes de casarse con el monstruo. Ella se había detenido de coser, sólo un momento, para darme tiempo a acostumbrarme a la atención del hilo en mi piel.

— Pero todo me llevó a un camino de dolor y sufrimiento constante e interminable que no vale la pena. — Afirmó decidida a reafirmar esa decisión que había tomado mucho tiempo atrás.

No pude evitar preguntar — ¿qué deseabas cuando eras joven?

Ella sonrió, se le escapó una ligera sonrisa que tenía mucho sin escuchar.

— Yo deseaba ser cantante — dijo con un tono de ilusión como si fuera una niña, una ilusión que jamás le había escuchado — amaba escuchar los pajaritos en la mañana, amaba la sensación que tenía cuando cantaba e inventaba mis propias letras.

— ¿Y qué pasó?—  Pregunto.

 Estaba impresionaba que a casi mis treinta años, esta fuera la primera conversación sincera que tuviera con mi madre.

— A mi padre le molestaba el ruido, ¿sabes? él amaba el silencio, él detestaba con toda su alma que es su única hija, aparte de ser mujer fuera una cualquiera que quisiera entretener hombres, seducirlos con su voz.

— Pero no era eso lo que querías.

 Ella negó delicadamente, comenzando el segundo punto en mi herida.

— No, pero no hubo manera que lo hiciera cambiar de parecer, para él todas las mujeres que no pertenecían al hogar, eran unas mujeres que deseaban ir conquistando hombres por donde pasaran.

La realidad había chocado conmigo, yo pensé que mi madre estaba hasta cierto punto de acuerdo en la forma que el monstruo nos trataba, por lo visto ella también tenía su propio infierno, mucho tiempo antes de llegar a este lugar.

— Cuando era joven y creí que podía contra todo por mis sueños, peleé, luché y me enfrenté a mi padre incontables veces, pero siempre salí lastimada, hasta que llegué a la edad en la que podía casarme, hasta que llegué a la edad en la que podía serle útil y ahí todo cambió.

El silencio que continúa esa frase, no sé si era de arrepentimiento o de consuelo.

— Mi suegro le había prestado mucho dinero a mi padre y para evitar conflictos mayores me comprometió con su hijo, tu padre, para cuando yo llegué con él ya era consciente que tipo de mujer quería por esposa y desde entonces he tomado ese papel.

— Pero no era lo que deseabas— le recuerdo desesperada al ver en ella una luz que había sido apagada.

—No importa en este momento, nada de eso importa vengo a decirte todo esto, para que trates y te esfuerces por ser feliz hija— dijo mi madre terminando de coser el último punto de la herida —Oliver no te mira como mi padre veía a mi madre, como mi esposo me mira a mí, quiérelo, ámalo, tengo la esperanza que no tendrás el mismo destino que yo. Daniela — En la penumbra entra la chica que me ha estado ayudando

«Su nombre es Daniela» pienso que jamás le pregunte eso, a pesar de haberme ayudado, me siento avergonzada por eso.

— Deja las cosas por favor es hora de irnos.

Daniela deja una charola con frutas, comida y agua e inmediatamente se retira del lugar.

«Ellas habían sido quienes me dejaron agua en la habitación» Descubro asombrada.

Sin decir más, mi madre recogió sus cosas en silencio en el momento que iba hacia la salida de la habitación no pude evitar decir:

—Mamá detente —sin esperar nada, me levanté y abracé a mi madre, llenándola de comprensión por todo el dolor que había vivido y que seguía viviendo en el presente— te quiero mamá.

Ella con el alma rota, me devuelve el abrazo con firmeza y cuidado de no lastimarme y me susurra:

 —Te quiero con toda mi alma Evelia, con toda mi alma.

Alana Aguilar

¿Qué piensan de Cecilia madre de Evelia?

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