MATRIMONIO FORZADO. En busca de la libertad.
MATRIMONIO FORZADO. En busca de la libertad.
Por: Alana Aguilar
Capítulo 1.- Bienvenida.

«Necesito reorganizar mi vida esto no puede seguir así», iba pensando mientras me movía entre las calles de la ciudad, tengo tanto tiempo de no detenerme por cinco minutos a observar mi alrededor que este lugar me parece completamente desconocido.

Estoy frente al cristal de un exhibidor, me gusta un vestido pero algo más llama mi atención, la figura de un hombre alto, vestido de negro reflejado en el cristal, algo en su rostro me parece familiar aunque no logro descifrar qué es, tiene varias cuadras que lo he visto detrás de mí a cierta distancia, pero detrás de mí siempre.

Mi corazón comienza a acelerarse, imágenes de ese rostro en mis recuerdos se van dibujando con claridad, no quiero creer que me haya encontrado, no después de tanto esfuerzo por mantenerme oculta, él hombre encargado de hacer realidad las órdenes del creador de mis pesadillas me ha encontrado, para regresarme  con él.

Comienzo a caminar de manera un poco más acelerada de lo normal, no quiero que se dé cuenta que lo he visto, necesito camuflarme entre la gente, necesito perderlo. No puedo perder ésta libertad por la que luché tanto tiempo.

La multitud que espera el cambio de luz en el semáforo me puede ayudar, me acerco y me pongo en medio de todas esas personas, las palmas de las manos han comenzado a sudarme, sé que estoy ansiosa y los recuerdos llenos de dolor y desesperación me bombardean, no quiero volver a ser ésa prisionera indefensa que suplica por un poco de comida o agua.

La luz cambia se pone en verde y yo comienzo a moverme entre todas las personas para ser de las primeras, «necesito perderlo, necesito perderlo» pienso desesperada aunque mi visión se vuelve un poco borrosa debo mantenerme firme y evitar llorar, no es momento para eso , al dar vuelta en la esquina siguiente, comienzo a  correr, corro desesperadamente, «necesito perderlo», me repito, «necesito mantener mi libertad».

«Por favor», pienso, «Por favor que no me atrape», me mantengo  corriendo y me encuentro con varios locales que están cerrados, ya está oscureciendo y  hay poca gente en este lado de la ciudad.

«Me equivoqué», pienso asustada, aquí es difícil encontrar un lugar en el cual esconderme.

Doy vuelta a la izquierda esperando mirar una tienda abierta, un lugar en el cual protegerme y que ese hombre solamente se vaya y me deje tranquila.

—No puede haberme encontrado —grito desesperada —no puede, mi cuerpo se pone en alerta, la sensación de ser golpeada en cualquier instante provoca picazón en mi piel anticipándolo.

Siento como mi pecho comienza a sentir afiladas navajas atascarse en él, duele demasiado, disimuladamente volteo hacia el reflejo de uno de los cristales, él viene detrás de mí, no lo disimula viene corriendo y me está agarrando ventaja. 

Otra vuelta en otra esquina y en ese momento choco con un hombre alto y fuerte, lo cual provoca que caiga impactándome en la banqueta.

— ¡Ouch!— grito, el impacto en el piso me recibe con un dolor punzante en mi cadera, pero debo mantener el ritmo, para seguir, para levantarme y seguir corriendo.

Veo un callejón al fondo  uno que alcanzo a reconocer, ese sí lo conozco, necesito llegar a él.

Las personas se me quedan viendo pero yo sé que no me ayudarán, nunca lo hacen, siempre miran desde su privilegio a los más desfavorecidos, pero no hacen nada por intervenir, siempre cierran los ojos y voltean hacia otro lado, siempre otra cosa es más importante que yo.

Comienzo a sentir el sabor de la victoria, sé que si llego ahí voy a poder escapar pero unos pasos antes siento un impacto en la espalda lo que provoca que pierda el equilibrio y caiga hacia el suelo.

Al voltear me doy cuenta que ese hombre me ha alcanzado, sin esperarlo recibo un golpe en la nuca de alguien más detrás de mí, provocándome un dolor punzante el cual se distribuye por todo mi cuerpo, mientras voy perdiendo la conciencia me doy cuenta que he perdido de nuevo, sin importar cuánto luche estoy entre sus garras.

  

****

Siento un dolor fuerte en la cabeza, me tallo los ojos para poder despertarme bien.

—¿Qué me pasó? —Susurro.

Cuando repentinamente todos los recuerdos llegan a mí, estar caminando en el centro, ver un vestido, un hombre vestido de negro y después ser capturada.

Abro los ojos desesperada y enfrento la realidad, este es el lugar que desee de todo corazón jamás volver a ver.

—¡Aquí estoy de nuevo! ¿Por qué?— grito desesperada— ¿Qué quieres de mí?

Veo como la puerta se abre rápidamente dejando entrar a esta habitación que por muchos años fue mía al demonio creador de mi infierno personal.

— Eve bienvenida a tu casa querida hija.

El hombre de edad avanzada que acaba de entrar por la puerta tiene una mirada fría y penetrante que a pesar que he crecido y de ya tener veintiocho años siento cómo se me eriza la piel al verlo, el miedo es instintivo.

— ¿Para qué me trajiste? ¿Para qué me buscaste? Solo déjame ir por favor — le pido intentando encontrar un poco de misericordia en su dañado o tal vez inexistente corazón.

Él comienza a negar sonriendo — Querida hija es increíble que a pesar de tener diez años sin ver a tu padre, no le des un beso y un abrazo, yo que moví cielo, mar y tierra para que mi malagradecida hija volviera a su hogar— reclama Leonel Carpio, uno de los hombres con más poder en el área de maderera.

Leonel comenzó a acercarse amenazadoramente, yo instintivamente me alejé hasta que la pared chocó con mi espalda.

— No quiero estar aquí, por favor, déjame ir…— repetí, me resistía fervientemente a llamarlo padre, él no tenía derecho a ser llamado así nunca.

Era un hombre cruel que siempre cedía ante la furia y frustración de la misma manera, lanzando golpes a diestra y siniestra contra quién se pusiera enfrente.

— No, espero hayas disfrutado estos diez años en los que estuviste fingiendo ser ¿cuál era el nombre?— Leonel fingió que pensaba, porque sabía perfectamente cuál era el nombre que su hija había adoptado para mantenerse oculta— ¡ah sí! Evelyn Prados, muy bonito nombre seguro si volvieras a nacer ese podría haberte puesto, pero bueno dejemos esas ideas atrás, el tuyo Evelia me agrada más.

— ¿Cómo me encontraste?— pregunto desesperada, creí haber hecho las cosas bien, creí haberme podido mantener oculta.

—Eres una muchachita estúpid* ignorante y realmente ingenua si crees que todos estos años no supe de ti, de mesera —dijo con desprecio— una despreciable mesera, insignificante en este mundo ¿prefieres ser eso que una mujer con poder? —preguntó Leonel que no entendía cómo una de sus hijas prefería la mediocridad ante la grandeza.

—Ser mesera no es despreciable —trago saliva no quiero pronunciar la palabra padre— soy feliz, solo déjame ir.

— No, ¡el tiempo se te terminó! —Gritó Leonel furioso contra mí — suficiente de jueguitos ha llegado el momento de que te cases Oliver Geacoman, ha cumplido treinta y cinco años y es momento de que elija esposa.

— Tienes a Adriana —digo desesperada, si las cosas no habían cambiado ella estaba encantada con ese chico  y  le pedía a este hombre que la comprometiera a ella— ella con todo el placer del mundo se casaría con ese hombre, pero por favor, solo déjame ir— en este momento no me importa suplicar me hinco en la cama rogándole, a ese hombre que se dice ser mi padre que me deje tranquila que se olvide de mi existencia para poder ser libre.

— Querida Evelia —dice con sarcasmo — no depende de ti, en unos días más, será momento de presentarte ante él, y él elegirá quién de ustedes dos será su esposa, espero te sepas comportar —me amenaza o ya sabes las consecuencias.

La rabia me inunda recuerdo cada uno de los golpes que recibí hasta los dieciocho años cuando finalmente uno de mis intentos por huir de esta cárcel por fin dio resultado.

— No pienso caer en tu juego entiendes maldit0 monstruo— le grito altiva.

— Tan estúpida y rezongona, como siempre, creí que la edad te había hecho más inteligente pero solamente me prueba que eres un desperdicio de energía.

Él toma una vara delgada de madera que siempre trae ajustada a su cinturón y supe perfectamente lo que iba a suceder.

Instantes después mi cuerpo sintió el primer latigazo, ante el dolor serpenteante, mordí mi labio para no darle el gusto de que me escuchara gritar.

Segundo latigazo esta vez dio en un muslo, yo ya sabía cómo protegerme en estos casos me hice un ovillo abrazando mis piernas protegiendo mi cara, protegiendo mis órganos internos y pidiendo en silencio que no fueran tantos latigazos como los que recordaba.

En el quinto golpe ese hombre se detuvo solo para decir entre susurros:

—Bienvenida a casa Evelia Carpio.

Sin decir más se dio media vuelta y cerró la puerta de mi celda.

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