Buenos días, feliz inicio de semana
Ariadna llegó a casa justo a la hora de la cena. Se sentía cansada, un poco agobiada, pero al menos tranquila después de haber hablado con su madre. Al entrar en el salón, encontró a Maximiliano sentado en uno de los sofás, hojeando algo en su teléfono. Levantó la mirada en cuanto la vio. —Vamos a cenar —le avisó con naturalidad. Ariadna se detuvo a unos metros, se quitó la chaqueta y la dejó sobre una silla. —Quiero tomar una ducha primero. —Está bien, te espero en la mesa. Ella asintió y subió las escaleras, frotándose la sien con los dedos. Sentía el cuerpo pesado y el agua caliente le vendría bien. Al llegar a su habitación, abrió la puerta del armario para buscar ropa limpia, pero algo no estaba bien. Estaba vacío. Ariadna frunció el ceño. Miró de un lado a otro, como si sus cosas pudieran aparecer de repente. ¿Qué demonios…? Antes de que pudiera procesarlo del todo, escuchó un golpe en la puerta. —Voy a pasar. Era la voz de Maximiliano. La puerta se abrió y él entr
Ariadna caminó con rapidez por el pasillo.Su corazón latía con fuerza, el enojo nublándole la vista.Pero antes de llegar a la puerta principal, una sombra se interpuso en su camino.Maximiliano.Bloqueando la salida con su cuerpo, su postura firme, sus ojos oscuros clavados en ella con una intensidad que la hizo estremecer.—Muévete —espetó Ariadna, su voz temblorosa por la ira contenida.Él no lo hizo.—No.Ariadna apretó los dientes y dio un paso hacia un lado, intentando esquivarlo, pero él volvió a moverse, bloqueándola de nuevo.—Maximiliano, no hagas esto.—No quiero que te vayas.—Pues yo sí quiero.—No. —Su voz fue más baja, más amenazante—. No de esta manera.Ariadna sintió una mezcla de frustración y miedo escalar por su pecho.—¿Qué demonios crees que estás haciendo?—Evitar que cometas una estupidez.—¡No eres mi dueño! El único estúpido aquí eres tú que quieres forzarme a dormir contigo. ¡No me das mi habitación! Entonces me marcho. ¿Crees que puedes retenerme?Intentó a
El sonido del agua cayendo contra los azulejos llenaba la habitación, creando un eco suave y constante. Maximiliano estaba bajo la ducha, dejando que el agua tibia recorriera cada músculo de su cuerpo. El vapor comenzaba a empañar el espejo y la puerta de vidrio, envolviendo la escena en un aire denso y cálido. Se pasó una mano por el rostro, sintiendo la humedad deslizarse por su piel. Había despertado temprano, pero no quiso moverse demasiado para no despertarla. La noche anterior aún estaba muy presente en su mente y en su cuerpo. Cuando giró ligeramente la cabeza, una sombra llamó su atención. Ariadna estaba de pie en la puerta del baño, desnuda, sus ojos fijos en él, con la respiración contenida. No apartó la mirada. Sus pupilas se dilataron un poco, como si estuviera atrapada en el momento, incapaz de hacer otra cosa más que observar. Maximiliano sonrió de lado, dejando que el agua siguiera resbalando por su cuerpo, sus manos yendo de un lado a otro con cierta insinuación.
El día había pasado volando. Maximiliano no había tenido un solo momento libre. Entre reuniones con inversores, ajustes en los planos de la construcción y la interminable burocracia del hospital, su tiempo se había evaporado sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Las cosas estaban avanzando mucho más rápido de lo que esperaba. Eso, en teoría, debería hacerlo sentir satisfecho. Pero no lo estaba del todo. Su mente seguía volviendo a lo mismo. Ariadna. El recuerdo de la mañana en la ducha seguía quemándole la piel. La sensación de su cuerpo contra el suyo. El sabor de sus labios. El sonido de su voz gimiendo su nombre. Maximiliano se pasó una mano por la nuca con frustración. Ella no había vuelto a mencionarlo. Ni un comentario, ni una indirecta. Nada. Y eso lo jodía más de lo que quería admitir. Suspiró profundamente mientras esperaba en el banco. El gerente finalmente se acercó con un sobre negro y lo dejó sobre la mesa. —Aquí está la tarjeta que solicitó, señor Va
La mesa estaba servida con elegancia, pero lo que más destacaba era la enorme bandeja de sushi frente a Ariadna. Había una pequeña porción para Maximiliano, pero la mayoría del sushi estaba dispuesto para ella. No había ni una pizca de vergüenza en su expresión. Ariadna tomó los palillos con naturalidad, sumergió un rollo en la salsa de soya y lo llevó a su boca con una satisfacción evidente. Cerró los ojos brevemente mientras el sabor se expandía en su paladar y luego suspiró con un placer tan genuino que Maximiliano no pudo evitar notarlo. —Eso es un verdadero antojo—comentó él, observándola con una leve sonrisa. Ariadna abrió los ojos y lo miró con tranquilidad. —Sí, y lo estoy disfrutando. —No hubo rastro de vergüenza. Era un hecho. Estaba disfrutando de su comida, y no veía necesidad de disimularlo. Maximiliano tomó un rollo de su porción y lo probó, asintiendo con aprobación. —Está realmente bueno. Ricardo sabe lo que hace. Ariadna tomó otro trozo y se permitió saborearl
A pesar del clima templado y la tranquilidad de la carretera, el ambiente entre ellos era diferente, más calmo que de costumbre. Habían pasado muchas cosas en las últimas semanas, pero al menos ahora podían sentarse uno al lado del otro sin pelear o estar a la defensiva. Él se estaba acostumbrando a esa calma. Empezaba a gustarle. Le daba más tiempo para mirarla, para contemplar a su esposa.Ariadna estaba distraída, revisando su teléfono sin mucho interés. De vez en cuando suspiraba, perdida en sus propios pensamientos, mientras las montañas se alzaban a su alrededor. —Deberías descansar un poco —sugirió Maximiliano, sin apartar la vista del camino. Ella parpadeó y lo miró por un segundo. —No estoy cansada. —Se te cierran los ojos cada tres minutos. —Bueno… es que anoche estabas muy parlanchín. —Ariadna frunció el ceño y resopló con suavidad, pero terminó rindiéndose ante el sueño. Se acomodó en el asiento, apoyando la cabeza contra la ventana, y en pocos minutos su respiración
Encontraron un hotel boutique justo frente a la playa. Maximiliano hizo la reserva, y en cuestión de minutos estaban entrando en una habitación amplia y luminosa, con grandes ventanales que daban directamente al mar. Ariadna dejó su bolso en la cama y, sin perder tiempo, tomó el bikini y se dirigió al baño para cambiarse.Maximiliano se quedó en la habitación, tratando de distraerse con la vista, pero sabía que no podría concentrarse en nada hasta que ella saliera. Cuando finalmente lo hizo, él se quedó sin palabras.El bikini rojo ceñía su cuerpo de manera perfecta, resaltando cada curva. Ariadna caminó hacia él con cierta timidez, pero de igual modo lo dejaba sin aliento, y Maximiliano no pudo evitar mirarla de arriba abajo, sintiendo cómo el deseo lo invadía por completo.—¿Te gusta? —preguntó ella, con una sonrisa tímida que lo dejó aún más perdido.Maximiliano se acercó a ella, su voz gruesa y cargada de deseo cuando respondió:—¿Puedo comerte ahora? Por favor, dime que sí. Recla
Maximiliano tomó la mano de Ariadna con suavidad mientras salían de la consulta. Su mente aún estaba procesando todo: dos niños y una niña. Sus hijos. La felicidad le hinchaba el pecho, y cuando miraba a Ariadna, su vientre prominente, su expresión de asombro y ternura, sentía que nada en el mundo podía compararse con lo que estaba viviendo.—¿Aún quieres verlo? —dijo él, tomando las llaves del coche.—Claro, estoy ansiosa—respondió Ariadna, ajustándose las gafas con suavidad.—Bien, vayamos allá —respondió Maximiliano, sin darle más detalles.Ariadna apoyó la cabeza en el asiento y cerró los ojos por un momento, disfrutando la calidez del sol que entraba por la ventana. Acarició inconscientemente su vientre, sonriendo sin darse cuenta. Una niña y dos niños. Cada vez que lo repetía en su mente, se sentía más real.—¿No será muy caótico? —pregunta Ariadna sin abrir los ojos—. Los bebés, tres de ellos. ¿Cómo es que ha pasado todo este tiempo y aún no me hago a la idea?—Es más complicad