Maximiliano tomó la mano de Ariadna con suavidad mientras salían de la consulta. Su mente aún estaba procesando todo: dos niños y una niña. Sus hijos. La felicidad le hinchaba el pecho, y cuando miraba a Ariadna, su vientre prominente, su expresión de asombro y ternura, sentía que nada en el mundo podía compararse con lo que estaba viviendo.—¿Aún quieres verlo? —dijo él, tomando las llaves del coche.—Claro, estoy ansiosa—respondió Ariadna, ajustándose las gafas con suavidad.—Bien, vayamos allá —respondió Maximiliano, sin darle más detalles.Ariadna apoyó la cabeza en el asiento y cerró los ojos por un momento, disfrutando la calidez del sol que entraba por la ventana. Acarició inconscientemente su vientre, sonriendo sin darse cuenta. Una niña y dos niños. Cada vez que lo repetía en su mente, se sentía más real.—¿No será muy caótico? —pregunta Ariadna sin abrir los ojos—. Los bebés, tres de ellos. ¿Cómo es que ha pasado todo este tiempo y aún no me hago a la idea?—Es más complicad
El sonido de la tetera silbando llenó el aire, seguido del delicado tintineo de las tazas al ser servidas. La tarde transcurría tranquila en la terraza de la casa de Camila, con la brisa acariciando las hojas de los árboles y un leve aroma floral envolviendo el ambiente.Vivian en un nuevo lugar, más acogedor, más amplio.Ariadna llevó su taza de té a los labios, disfrutando del calor reconfortante que se extendía por su cuerpo mientras miraba distraídamente la porcelana blanca con detalles dorados. —Yo recuerdo siempre estar cansada —dijo su madre de repente, observando a su hija con una sonrisa llena de nostalgia—. No sé cómo lo llevas tan bien. Ariadna soltó una suave risa y dejó la taza sobre el platillo. —Yo también lo estoy, mamá —respondió—. Pero duermo bastante, o al menos lo intento. Camila asintió con ternura y volvió a fijarse en el abultado vientre de su hija. Parecía increíble que ya estuviera tan avanzado su embarazo, que dentro de ella crecieran tres pequeñas vidas,
El sonido del reloj en la gran sala de la mansión Valdés marcaba cada segundo con una melodía monótona y solemne.Aisha cruzó las piernas con elegancia, sentada en el lujoso sofá de terciopelo. Sus uñas recién pintadas recorrieron distraídamente el borde de la copa de vino que tenía en la mano mientras sus pensamientos danzaban con una mezcla de anticipación y diversión. Esa noche sería interesante. Llevaba días esperando este momento. Ariadna estaba por llegar junto a su esposo, el gran Maximiliano Valenti, y Aisha no podía contener la sonrisa burlona que le adornaba los labios. "Debe estar horrorosa." Ese pensamiento le llenaba de placer. Su dulce hermanita, la pequeña y delicada Ariadna, ahora era una mujer hinchada por el embarazo, con la piel tensa y el vientre deformado por los tres parásitos que llevaba dentro. "Debe de estar tan miserable." Aisha soltó una risa baja y llevó la copa a sus labios, saboreando el vino como si se tratara de una victoria anticipada. No podí
Cuando la cena terminó, Ariadna dejó su servilleta sobre la mesa con un suspiro. —Me siento cansada, iré a acostarme —anunció con tranquilidad. —Descansa, hija —dijo Leonardo con una sonrisa afectuosa. Ariadna asintió y se puso de pie. Maximiliano hizo el ademán de levantarse también, pero su suegro le detuvo con una mirada—. Quédate un poco más, Maximiliano. Podemos charlar sobre algunos asuntos. Maximiliano, sin perder su educación, sonrió con cortesía. —Lo siento, Leonardo. También estoy cansado por el viaje. Será mejor que descansemos, mañana será un día largo. Leonardo observó a su yerno con una leve expresión de desaprobación, pero asintió. —Como quieras. —Buenas noches —dijo Maximiliano antes de seguir a Ariadna escaleras arriba. Caminaron en silencio por el pasillo, hasta llegar a la habitación de Ariadna. Ella abrió la puerta y dejó que él entrara primero. Maximiliano dio un par de pasos, recorriendo el lugar con la mirada. Era, sin duda, la habitación de una joven.
La sensación que tuvo al inicio, aquel día en el hospital cuando supo que era acusado de semejante barbaridad, no se comparaba con lo que ahora sentía en aquel momento. Siempre tuvo la certeza de que no lo hizo, jamás existió la duda de ello y cuando Ariadna quitó la denuncia, sintió que se hacía justicia.Pero nunca se hizo justicia para Ariadna, ahora lo sabía.Los recuerdos iban encajando uno tras otro, la droga en su sistema, su falta de recuerdos de esa fiesta porque era Aisha, siempre lo fue. Esperar en la puerta… la otra puerta en la habitación.Se giró hacia ella y la vio sonreír tan tranquila mientras él sentía que se desmoronaba desde dentro.—¿Qué le hiciste a Ariadna? —preguntó con un hilo de voz, la imagen de Ariadna llegando a su cabeza mientras le señalaba fuerte y claro, gritando “ha sido él”.Ha sido… él.—Nada. Yo no hice nada.—¡Tú la drogaste! —Maximiliano la sujeta del brazo y tira de ella hasta acercarla a él con una fuerza increíble, sus dedos se cierran en su pi
Apretó la mandíbula con fuerza, sintiendo que su propia sangre hervía en su interior. Aisha… su hija, había destruido a su hermana de la manera más vil y cruel. La condenó a un infierno sin pestañear, con una sonrisa en los labios, mientras él, su propio padre, se convirtió en el verdugo que ejecutó la sentencia. La desterró, la humilló, la obligó a casarse con un hombre que, sin saberlo, había sido su abusador. Y todo porque creyó en la hija equivocada.Desde que Aisha envió todas las pruebas de lo ocurrido, Leonardo no se lo cuestionó, cometiendo el primer error.Debió de confiar más en Ariadna o indagar al respecto, pero las pruebas le sirvieron de mucho y no buscó más.Lo abrumó la realidad de los hechos y quiso corregir de inmediato al conducta de Ariadna. Llegaba suficiente tiempo de relación con Víctor, parecían una pareja estable, felices, con planes cercanos que se vieron manchados por lo que ella hizo en Londres… Por lo que Aisha le hizo a su hermana. Si tan solo en ese mome
La música y las voces se mezclaban en un murmullo constante, la atmósfera estaba cargada de risas y conversaciones entrelazadas, pero Leonardo solo tenía una cosa en mente: sus hijas.Para Leonardo todo eso se reducía a una sola búsqueda. Sus ojos recorrieron el salón con precisión, escaneando la multitud hasta encontrar a sus hijas. Aisha estaba en la barra, rodeada de un par de hombres que parecían completamente embelesados con ella. Movía su copa con gracia, dejando caer sonrisas provocadoras, inclinando su cabeza en un gesto calculado de coquetería. Era la imagen exacta de una mujer que sabía cómo manipular la atención a su favor. A unos metros de distancia, Ariadna estaba sentada junto a la mesa de aperitivos. Su expresión era completamente distinta. Nada en ella reflejaba la seguridad artificial de su hermana. En su lugar, tenía una sonrisa genuina, de satisfacción simple y pura mientras miraba el plato que tenía en sus manos, lleno de comida. Leonardo la observó con detenimi
La última copa de vino aún descansaba sobre la mesa, su contenido rojo oscuro brillando bajo la luz de la habitación.El silencio era denso, cargado de una tensión que podía cortarse con un cuchillo. Aisha se encontraba de pie, con los brazos cruzados, mirando a Leonardo con una expresión neutral. Sabía que algo andaba mal, pero no esperaba lo que estaba por venir.Leonardo se giró hacia ella lentamente, su rostro impasible, pero sus ojos ardían con una furia contenida que hacía que el aire a su alrededor pareciera vibrar. No dijo una palabra. No hizo un gesto. Simplemente avanzó hacia ella con pasos firmes y directos, como un depredador acorralando a su presa.El golpe resonó en la habitación vacía como un látigo. La mano de Leonardo cruzó el rostro de Aisha con una brutalidad que la hizo tambalearse. Un gemido ahogado se escapó de sus labios, y cayó al suelo de rodillas, sujetándose la mejilla con la mano temblorosa. El dolor era agudo, pero el miedo que la invadía era aún más inten