Te quiero

Maximiliano tomó la mano de Ariadna con suavidad mientras salían de la consulta. Su mente aún estaba procesando todo: dos niños y una niña. Sus hijos. La felicidad le hinchaba el pecho, y cuando miraba a Ariadna, su vientre prominente, su expresión de asombro y ternura, sentía que nada en el mundo podía compararse con lo que estaba viviendo.

—¿Aún quieres verlo? —dijo él, tomando las llaves del coche.

—Claro, estoy ansiosa—respondió Ariadna, ajustándose las gafas con suavidad.

—Bien, vayamos allá —respondió Maximiliano, sin darle más detalles.

Ariadna apoyó la cabeza en el asiento y cerró los ojos por un momento, disfrutando la calidez del sol que entraba por la ventana. Acarició inconscientemente su vientre, sonriendo sin darse cuenta. Una niña y dos niños. Cada vez que lo repetía en su mente, se sentía más real.

—¿No será muy caótico? —pregunta Ariadna sin abrir los ojos—. Los bebés, tres de ellos. ¿Cómo es que ha pasado todo este tiempo y aún no me hago a la idea?

—Es más complicad
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