Feliz fin de semana
Apretó la mandíbula con fuerza, sintiendo que su propia sangre hervía en su interior. Aisha… su hija, había destruido a su hermana de la manera más vil y cruel. La condenó a un infierno sin pestañear, con una sonrisa en los labios, mientras él, su propio padre, se convirtió en el verdugo que ejecutó la sentencia. La desterró, la humilló, la obligó a casarse con un hombre que, sin saberlo, había sido su abusador. Y todo porque creyó en la hija equivocada.Desde que Aisha envió todas las pruebas de lo ocurrido, Leonardo no se lo cuestionó, cometiendo el primer error.Debió de confiar más en Ariadna o indagar al respecto, pero las pruebas le sirvieron de mucho y no buscó más.Lo abrumó la realidad de los hechos y quiso corregir de inmediato al conducta de Ariadna. Llegaba suficiente tiempo de relación con Víctor, parecían una pareja estable, felices, con planes cercanos que se vieron manchados por lo que ella hizo en Londres… Por lo que Aisha le hizo a su hermana. Si tan solo en ese mome
La música y las voces se mezclaban en un murmullo constante, la atmósfera estaba cargada de risas y conversaciones entrelazadas, pero Leonardo solo tenía una cosa en mente: sus hijas.Para Leonardo todo eso se reducía a una sola búsqueda. Sus ojos recorrieron el salón con precisión, escaneando la multitud hasta encontrar a sus hijas. Aisha estaba en la barra, rodeada de un par de hombres que parecían completamente embelesados con ella. Movía su copa con gracia, dejando caer sonrisas provocadoras, inclinando su cabeza en un gesto calculado de coquetería. Era la imagen exacta de una mujer que sabía cómo manipular la atención a su favor. A unos metros de distancia, Ariadna estaba sentada junto a la mesa de aperitivos. Su expresión era completamente distinta. Nada en ella reflejaba la seguridad artificial de su hermana. En su lugar, tenía una sonrisa genuina, de satisfacción simple y pura mientras miraba el plato que tenía en sus manos, lleno de comida. Leonardo la observó con detenimi
La última copa de vino aún descansaba sobre la mesa, su contenido rojo oscuro brillando bajo la luz de la habitación.El silencio era denso, cargado de una tensión que podía cortarse con un cuchillo. Aisha se encontraba de pie, con los brazos cruzados, mirando a Leonardo con una expresión neutral. Sabía que algo andaba mal, pero no esperaba lo que estaba por venir.Leonardo se giró hacia ella lentamente, su rostro impasible, pero sus ojos ardían con una furia contenida que hacía que el aire a su alrededor pareciera vibrar. No dijo una palabra. No hizo un gesto. Simplemente avanzó hacia ella con pasos firmes y directos, como un depredador acorralando a su presa.El golpe resonó en la habitación vacía como un látigo. La mano de Leonardo cruzó el rostro de Aisha con una brutalidad que la hizo tambalearse. Un gemido ahogado se escapó de sus labios, y cayó al suelo de rodillas, sujetándose la mejilla con la mano temblorosa. El dolor era agudo, pero el miedo que la invadía era aún más inten
Maximiliano tenía los ojos abiertos en la oscuridad, inmóvil en la cama, mirando al techo sin realmente verlo.No podía dormir. No podía cerrar los ojos sin que la sensación de ahogo lo consumiera. Su respiración era pesada, su mente un campo de batalla donde el miedo y la culpa se enredaban como serpientes. Finalmente, se levantó de la cama con brusquedad. Necesitaba hacer algo. Cualquier cosa que lo ayudara a no enloquecer con sus propios pensamientos. Salió del dormitorio en silencio y caminó por el pasillo de la mansión Valdés. Tomó su teléfono y marcó el número de Leonardo. Nada. Marcó otra vez. Buzón de voz. Maldición. Leonardo no contestaba, y eso lo inquietaba hasta el punto de sentir miedo. ¿Qué había hecho? ¿Dónde estaba Aisha? ¿Se volverían a ver ella y Ariadna? ¿La dejaría regresar para decirle toda la verdad? La sola idea lo paralizó. Aisha era impredecible, cruel y ruin. Ahora que él le había dicho la verdad a Leonardo, no sabía lo que podía pasar.La incertidumb
Leonardo los llevó al aeropuerto en silencio. No se había mencionado el tema de Aisha ni lo que había pasado la noche anterior. Ariadna no había preguntado por su hermana, y Leonardo tampoco tenía intenciones de traerla a la conversación.El chofer sacó las maletas del coche y Leonardo los acompañó hasta dentro del aeropuerto. A pesar del bullicio del lugar, la tensión entre ellos tres era casi palpable. Tomaron asiento en la sala de espera, donde los vuelos internacionales eran anunciados constantemente a través de los altavoces.Leonardo suspiró y extendió la mano hacia su hija, sujetándola con suavidad.—¿Cómo te sientes? —preguntó con una voz tranquila, aunque su mirada buscaba algo más profundo en el rostro de Ariadna.Ella apartó la vista y se acomodó en la silla.—Me siento bien —respondió secamente, sin darle más vueltas al asunto.Leonardo entrecerró los ojos con un leve asentimiento. Sabía que no era cierto. Ariadna podía pretender que todo estaba bien, pero él la conocía lo
El frío la despertó. No el frío del clima, sino el de la losa de concreto contra su piel desnuda. Aisha abrió los ojos de golpe, sintiendo el cuerpo entumecido por la postura en la que había dormido, sucio, sucio y adolorido. Intentó moverse, pero las esposas alrededor de sus muñecas se lo impidieron. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que llegó. En ese lugar no había ventanas, ni relojes, ni forma de medir el tiempo. Solo había órdenes. Órdenes y castigos. Había intentado resistirse. Desde el primer día, desde que la arrancaron de allí con gritos y golpes, desde que la subieron a un coche con vidrios polarizados y la llevaron a un lugar que no reconocía. Ella gritó, pataleó.Nada funcionó. Le arrancaron la ropa fina, le quitaron las joyas, le cortaron el cabello hasta dejarlo apenas por encima de sus hombros. Le dieron un uniforme gris, áspero, sin forma. Le dieron un número en vez de un nombre. Aquí no eres nadie. Aquí no importa de qué familia vienes. Aquí solo obed
El día previo a su ingreso en el hospital había llegado más rápido de lo que Ariadna esperaba. La ansiedad por la cesárea flotaba en el aire, aunque ella intentaba no demostrarlo demasiado. Maximiliano había pasado la mayor parte del día asegurándose de que todo estuviera listo, verificando que la maleta para el hospital tuviera lo necesario y coordinando con el equipo médico que estaría a cargo del procedimiento. Pero, a pesar de lo mucho que se esforzaba por mantener la calma, su esposa podía notar la tensión en sus hombros cada vez que pasaba las manos por su rostro o cuando suspiraba con más frecuencia de lo habitual. Esa noche, después de la cena, Ariadna se recostó en la cama, sintiendo el peso de su vientre más que nunca. Sus pies estaban hinchados, su espalda dolía y la incomodidad se había vuelto su compañera diaria. Aun así, cuando Maximiliano entró en la habitación y la observó con una suave sonrisa, sus preocupaciones parecieron disiparse, aunque fuera por un instante. —
El hospital se sentía más cálido de lo habitual. No era solo por la luz tenue que iluminaba la habitación, sino por la emoción que flotaba en el ambiente. Ariadna estaba recostada en la cama, exhausta, aunque radiante, sosteniendo a uno de sus bebés en brazos. Maximiliano estaba a su lado, con el otro pequeño, mientras que la tercera de sus hijos dormía en la cuna especial junto a ellos. El sonido de unos suaves golpes en la puerta hizo que ambos levantaran la vista.—¿Se puede? —preguntó Camila con la voz entrecortada, asomando la cabeza con una sonrisa que trataba de contener la emoción.Ariadna asintió de inmediato y en cuestión de segundos, su madre entró en la habitación con Ricardo justo detrás. Los ojos de Camila brillaban al ver a su hija en la cama, rodeada por sus pequeños. Ricardo, por su parte, mantenía su expresión serena, pero la suavidad en su mirada delataba lo conmovido que estaba.—Dios mío… —susurró Camila al acercarse, llevándose las manos al pecho—. Son… son precio