Buenos días, feliz miércoles
El hogar se había transformado en un santuario de calma y vida nueva. Los primeros días con los trillizos eran un torbellino de emociones, aprendizaje y una constante lucha contra el agotamiento. Maximiliano, con su experiencia, había tomado la delantera en muchas cosas. Sabía cómo sostener a los bebés, cómo calmarlos, cómo asegurarse de que cada uno recibiera los cuidados necesarios sin agobiar a Ariadna. Desde el primer momento, ella tuvo claro que él no sería un padre distante. Se involucraba en cada detalle, desde cambiar pañales hasta verificar la temperatura del agua para los baños. Afortunadamente, no estaban solos. Las niñeras que habían contratado desde el principio les facilitaban muchas cosas, permitiendo que Ariadna pudiera recuperarse sin la presión de tener que hacer todo sola. Sin embargo, a pesar de la ayuda, ella quería involucrarse en cada pequeño momento con sus bebés. —No tienes que forzarte demasiado —le decía Maximiliano cada vez que la veía intentando hacer m
Desde su inauguración, el Hospital Valenti se había convertido en uno de los centros médicos más prestigiosos del país, atrayendo a los mejores especialistas y ofreciendo atención de primera calidad a sus pacientes. Para Maximiliano, su vida había cambiado por completo. Su rutina ya no solo consistía en salvar vidas dentro del quirófano, sino en dirigir el hospital con la eficiencia y excelencia que siempre había exigido en su carrera. Cada decisión que tomaba no solo afectaba a su equipo médico, sino a los cientos de pacientes que confiaban en el hospital. Aquella mañana había comenzado temprano. Apenas habían dado las seis cuando Maximiliano entró al hospital con el uniforme, revisando su agenda del día. Tenía una cirugía programada, varias reuniones y la revisión de nuevos protocolos para el área de pediatría. Apenas puso un pie en su oficina, su asistente lo recibió con un montón de informes. —Dr. Valenti, el director del departamento de cardiología quiere verlo antes de su cir
Diez años después El sonido de la alarma resonó por todo el hospital, activando el protocolo de emergencia. Las puertas de la sala de urgencias se abrieron de golpe cuando el equipo médico ingresó a toda prisa con una camilla. —¡Paciente masculino, veintidós años, accidente automovilístico! —gritó un paramédico, empujando la camilla con rapidez—. Trauma craneoencefálico, múltiples fracturas y hemorragia interna. Ariadna, con la bata blanca y el estetoscopio colgado al cuello, ya estaba esperándolos en la sala de reanimación. —Vamos a estabilizarlo —ordenó con firmeza—. Monitoreo cardíaco, presión arterial y saturación de oxígeno ya. El equipo médico se movió con precisión, siguiendo cada una de sus indicaciones. El ambiente estaba cargado de tensión, pero ella se mantenía imperturbable, se había preparado para ello y en más de una ocasión ya había demostrado que estaba lista y de lo que era capaz.—La presión sigue cayendo, doctora Valdés —informó una enfermera con tono preocupad
No quería llorar frente a Maximiliano, no quiso derrumbarse frente a todas sus palabras, pese a lo mucho que la herían, pero dentro de ella todo se rompía. Cada palabra que él le dijo le pesaba en el pecho. Se había encerrado en la habitación para llorar.Era cierto, su vida había sido perfecta, maravillosa, tan llena de todo lo que deseaba, cargada de sueños, ilusiones y una vida que siempre quiso, junto al hombre que siempre amó.Una infidelidad acabó con toda su calma, con la vida como la conocía y su relación, causándole mucho daño a Víctor y tomando un rumbo del que no podía salirse.Solo acostumbrarse.Y lo había hecho. No tenía cómo cambiar las cosas, jamás podría cambiar esa noche, la traición a Víctor o… el resto de las cosas que habían sucedido, una tras otra.¿Había vivido? No, recién empezaba a soñar, a disfrutar, poder concretar lo que deseaba, el camino a elegir, el sabor de la vida, el valor de los sueños, las metas que quería cumplir.El futuro había parecido tan brilla
La llamada sonó tres veces antes de ir directamente al buzón de voz. Ariadna apretó el teléfono con frustración y volvió a intentarlo. Nada. El número de Aisha seguía sin responder. Se obligó a respirar hondo, sintiendo que cada segundo sin respuestas solo hacía crecer la angustia en su pecho. Si Aisha no contestaba, era porque no quería. Y eso era suficiente prueba de que tenía algo que ocultar. Necesitaba saber. Necesitaba la verdad. Cuando entró a la casa de su padre, su corazón latía con fuerza. El aire en la mansión Valdés se sentía pesado, casi opresivo, como si las paredes mismas ocultaran secretos demasiado oscuros para ser dichos en voz alta. Encontró a Maximiliano en el estudio, de espaldas a la puerta, revisando algo en su teléfono.—Necesito hablar contigo. Su tono fue tan serio que Maximiliano dejó el teléfono y la miró con una expresión de ligera alarma. —¿Qué ocurre? —preguntó, dejando el teléfono a un lado. Ariadna se humedeció los labios, sintiendo su p
La puerta se abrió sin aviso, y Ariadna alzó la vista, sobresaltada. Maximiliano entró con pasos lentos, su figura alta llenando el marco de la puerta por un instante antes de avanzar hacia ella. No había calidez en su rostro, solo una máscara de frialdad que había aparecido desde que ella empezó a hacer preguntas.Cerró la puerta tras de sí con un golpe seco y se acercó, deteniéndose a pocos pasos de la cama. Sus ojos la recorrieron —las mejillas húmedas, el cabello revuelto, las manos temblorosas— y por un momento pareció que diría algo. Pero en vez de eso, se sentó a su lado, tan cerca que el colchón se hundió bajo su peso, aunque su postura era rígida, distante.Ariadna se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, respirando entrecortada, y lo miró de reojo. Quería que hablara, que rompiera ese silencio que la estaba ahogando, pero él solo la observaba, con la mandíbula apretada y las manos apoyadas en las rodillas como si estuviera conteniendo algo.—¿Qué pasa contigo? —dijo f
Ariadna estaba sentada en el borde de la cama, con las manos temblando sobre su regazo, mirando la puerta cerrada por donde Maximiliano había salido hace apenas una hora. La maleta de él ya no estaba, el espacio junto a la suya ahora vacío, como un recordatorio cruel de lo que acababa de pasar. Se había ido al aeropuerto sin despedirse, sin una palabra más después de esa discusión que los dejó a ambos al borde del abismo. Y ella, sola en esa casa que no sentía suya, no podía dejar de pensar en sus ojos, en cómo la había mirado y le había mentido una vez más.—Tú eras la de esa noche —le había dicho, con esa certeza helada que ahora le retumbaba en la cabeza. Pero no era verdad. La foto de Thalía lo gritaba, el collar de luna ausente lo confirmaba, y aun así él tuvo el valor de sostenerle la mirada y negar lo que ella sabía en su corazón. Ariadna cerró los ojos con fuerza, sintiendo las lágrimas arder detrás de sus párpados. ¿Cómo podía querer a alguien que le mentía así? ¿Cómo podía s
Maximiliano estaba sentado en el avión, mirando por la ventana mientras el motor rugía a su alrededor.El asiento a su lado estaba vacío, y esa ausencia lo golpeaba como un puñetazo en el pecho. Ariadna debería estar ahí, con su maleta en el compartimento superior, su mano descansando en la suya, su respiración tranquila mientras dormía contra el respaldo. Pero no estaba. La había dejado atrás, en esa habitación llena de maletas a medio cerrar y palabras no dichas, y ahora, a miles de metros de altura, el arrepentimiento le quemaba las entrañas.Se pasó una mano por el rostro, tratando de calmar la frustración que le subía por la garganta. ¿Por qué se había ido sin ella? Debió convencerla, tomarla de los hombros y hacerle ver que lo que tenían valía la pena. Debió decirle que nunca se arrepentiría de ser su esposa, que podían construir una familia juntos, una vida real más allá de las sombras de esa maldita noche en Londres. Pero en lugar de eso, había cerrado su maleta, había salido