Este es un final alternativo de la historia. La novela ya ha concluido con su epílogo oficial, por lo que no es necesario leer esta versión si estás satisfecha con el desenlace original. Este final está dirigido a quienes desean explorar una ruta diferente para Ariadna, con un giro más enfocado en la búsqueda de la verdad y en una conclusión distinta para su historia. Si has decidido leerlo, hazlo con la mente abierta. Si solo planeas criticarlo negativamente por ser diferente, simplemente no lo leas. ⚠️ Este final alternativo comienza desde la conversación en la casa de Leonardo, cuando Ariadna y Maximiliano ven el álbum de fotos.
La llamada sonó tres veces antes de ir directamente al buzón de voz. Ariadna apretó el teléfono con frustración y volvió a intentarlo. Nada. El número de Aisha seguía sin responder. Se obligó a respirar hondo, sintiendo que cada segundo sin respuestas solo hacía crecer la angustia en su pecho. Si Aisha no contestaba, era porque no quería. Y eso era suficiente prueba de que tenía algo que ocultar. Necesitaba saber. Necesitaba la verdad. Cuando entró a la casa de su padre, su corazón latía con fuerza. El aire en la mansión Valdés se sentía pesado, casi opresivo, como si las paredes mismas ocultaran secretos demasiado oscuros para ser dichos en voz alta. Encontró a Maximiliano en el estudio, de espaldas a la puerta, revisando algo en su teléfono.—Necesito hablar contigo. Su tono fue tan serio que Maximiliano dejó el teléfono y la miró con una expresión de ligera alarma. —¿Qué ocurre? —preguntó, dejando el teléfono a un lado. Ariadna se humedeció los labios, sintiendo su p
La puerta se abrió sin aviso, y Ariadna alzó la vista, sobresaltada. Maximiliano entró con pasos lentos, su figura alta llenando el marco de la puerta por un instante antes de avanzar hacia ella. No había calidez en su rostro, solo una máscara de frialdad que había aparecido desde que ella empezó a hacer preguntas.Cerró la puerta tras de sí con un golpe seco y se acercó, deteniéndose a pocos pasos de la cama. Sus ojos la recorrieron —las mejillas húmedas, el cabello revuelto, las manos temblorosas— y por un momento pareció que diría algo. Pero en vez de eso, se sentó a su lado, tan cerca que el colchón se hundió bajo su peso, aunque su postura era rígida, distante.Ariadna se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, respirando entrecortada, y lo miró de reojo. Quería que hablara, que rompiera ese silencio que la estaba ahogando, pero él solo la observaba, con la mandíbula apretada y las manos apoyadas en las rodillas como si estuviera conteniendo algo.—¿Qué pasa contigo? —dijo f
Ariadna estaba sentada en el borde de la cama, con las manos temblando sobre su regazo, mirando la puerta cerrada por donde Maximiliano había salido hace apenas una hora. La maleta de él ya no estaba, el espacio junto a la suya ahora vacío, como un recordatorio cruel de lo que acababa de pasar. Se había ido al aeropuerto sin despedirse, sin una palabra más después de esa discusión que los dejó a ambos al borde del abismo. Y ella, sola en esa casa que no sentía suya, no podía dejar de pensar en sus ojos, en cómo la había mirado y le había mentido una vez más.—Tú eras la de esa noche —le había dicho, con esa certeza helada que ahora le retumbaba en la cabeza. Pero no era verdad. La foto de Thalía lo gritaba, el collar de luna ausente lo confirmaba, y aun así él tuvo el valor de sostenerle la mirada y negar lo que ella sabía en su corazón. Ariadna cerró los ojos con fuerza, sintiendo las lágrimas arder detrás de sus párpados. ¿Cómo podía querer a alguien que le mentía así? ¿Cómo podía s
Maximiliano estaba sentado en el avión, mirando por la ventana mientras el motor rugía a su alrededor.El asiento a su lado estaba vacío, y esa ausencia lo golpeaba como un puñetazo en el pecho. Ariadna debería estar ahí, con su maleta en el compartimento superior, su mano descansando en la suya, su respiración tranquila mientras dormía contra el respaldo. Pero no estaba. La había dejado atrás, en esa habitación llena de maletas a medio cerrar y palabras no dichas, y ahora, a miles de metros de altura, el arrepentimiento le quemaba las entrañas.Se pasó una mano por el rostro, tratando de calmar la frustración que le subía por la garganta. ¿Por qué se había ido sin ella? Debió convencerla, tomarla de los hombros y hacerle ver que lo que tenían valía la pena. Debió decirle que nunca se arrepentiría de ser su esposa, que podían construir una familia juntos, una vida real más allá de las sombras de esa maldita noche en Londres. Pero en lugar de eso, había cerrado su maleta, había salido
El avión aterrizó en Londres con un sacudón que hizo que Ariadna se aferrara al reposabrazos, su mano temblando sobre el vientre abultado. El trayecto desde el aeropuerto hasta el hotel fue un borrón de calles húmedas y luces difusas, el taxi traqueteando mientras ella miraba por la ventana sin ver nada realmente. Estaba agotada, con los ojos hinchados de tanto llorar, pero una determinación feroz la mantenía en pie.Necesitaba respuestas, y el hotel donde todo había comenzado era su última esperanza.Cuando el taxi se detuvo frente al edificio, Ariadna salió con dificultad, su maleta golpeando contra el pavimento mojado. El aire frío le cortó la piel, pero apenas lo sintió. Entró al vestíbulo con pasos decididos, dejando un rastro de gotas de lluvia tras de sí, y se acercó al mostrador de recepción. Una joven de uniforme la miró con una sonrisa profesional que se desvaneció al ver su expresión.—Soy Ariadna Valdés —dijo, su voz firme aunque ronca por las lágrimas que había derramado—
Maximiliano estaba sentado en el salón de la mansión, con el teléfono en la mano y los ojos fijos en la pantalla apagada. El reloj de pared marcaba las diez de la noche, y el silencio de la casa era tan pesado que le zumbaba en los oídos. Habían pasado horas desde que llegó a casa, desde que habló con Leonardo y se aferró a la esperanza de que Ariadna estaría en el próximo vuelo a Valtris.Pero no había señales de ella. Ninguna llamada, ningún mensaje, ninguna maleta rodando por el pasillo. Solo el vacío, creciendo con cada tic del reloj.Se levantó de golpe, dejando el teléfono sobre la mesa con un golpe seco, y caminó hacia la ventana. El cielo de Valtris estaba negro, las estrellas ocultas tras nubes densas, como si el mundo entero supiera que algo estaba mal. Había revisado las llegadas de los vuelos tres veces, había calculado cada vuelo posible, y nada. Ella no estaba aquí. El alivio que sintió al saber que el chofer la había llevado al aeropuerto se deshacía ahora en una ansied
Es increíble que tenga que poner esto de nuevo, pero más increíble es que me siga sorprendiendo. He avisado que la novela terminó en el Epílogo, hasta ese capítulo concluyó el primer final, esto es un final alternativo, no es a fuerza leerlo, mucho menos para criticar.Donde dice Epílogo, allí es el final. ¿Te gustó el primer final? Mi recomendación es que no sigas con este, porque estos capítulos no tienen nada que ver con un final feliz entre Ariadna y Maximiliano Valenti. De hecho, esta parte de los sucesos, que también avisé antes, parte desde la charla en casa de Leonardo, entre Ariadna y su esposo mientras veían el album de fotos.Si no saben lo que es un final alternativo, por favor, informarse un poco antes de empzar a despotricar en los comentarios. Pongo esto aquí, porque me parece que las notas nadie las lee.[...]Cuando despertó, el silencio era lo primero que notaba. No había pitidos, no había voces gritando. Solo un zumbido bajo y el sonido de su propia respiración. E
Leonardo Valdés estaba de pie en el estudio de su mansión, mirando el teléfono fijo como si pudiera obligarlo a sonar. Habían pasado casi seis horas desde que Maximiliano lo llamó desde Valtris, con esa voz temblorosa diciendo que Ariadna no había llegado, luego se supo que había comprado un boleto a Londres en lugar de volver a casa. Desde entonces, la preocupación había crecido en su pecho como una bestia que no podía controlar.Había intentado llamarla una y otra vez, cada tono sin respuesta alimentando su furia y su miedo. "Aquí Ariadna Valdés, deja tu mensaje." Colgó el teléfono con un golpe seco, el eco resonando en la habitación vacía. No había dormido, apenas había comido; el whisky en la mesa era lo único que mantenía a raya el temblor de sus manos; pero si no había ido a Valtris, ¿dónde estaba? ¿Qué estaba haciendo en Londres?—¡Ramírez! —gritó, su voz cortante rompiendo el silencio de la casa.El chofer apareció en la puerta, su rostro pálido ante el tono de su jefe.—¿Seño