Al límite

El pasillo del apartamento parecía alargarse mientras Víctor y Ariadna caminaban hacia su habitación, el sonido de sus pasos silbando contra las paredes como un tambor silencioso.

El beso en el salón los había dejado temblando, las respiraciones agitadas y las miradas cargadas de un deseo que ninguno podía ignorar. Ella llevaba su pijama —la camiseta gris holgada y los pantalones azules—, y él aún tenía la chaqueta puesta, como si no se atreviera a quitársela y hacer el momento más real. Darcy dormía en su cuarto, ajena al torbellino que se desataba a pocos metros, las estrellitas del techo brillando tenuemente tras su puerta.

Víctor abrió la puerta de su habitación, el espacio sencillo pero acogedor: una cama de matrimonio con sábanas azul oscuro, una lámpara en la mesita que arrojaba un brillo suave, y una ventana que dejaba entrar el resplandor de las luces navideñas de la calle. Se giró hacia ella, las manos en los bolsillos, y rio nervioso, rompiendo el silencio.

“Mierda. ¡No sé
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