Intentarlo

Después del desayuno interrumpido por el beso en la cocina, habían decidido salir al patio trasero del edificio, un espacio pequeño con un columpio oxidado y bancos rodeados de macetas. Darcy había convencido a un vecino, un niño pecoso de su edad, para jugar a los exploradores, y ahora corría entre los arbustos con su conejo gris, gritando órdenes sobre tesoros imaginarios. Eso dejó a Víctor y Ariadna solos en el salón, las cortinas abiertas dejando entrar la luz pálida de diciembre.

Ella estaba sentada en el sofá, la bufanda gris sobre las rodillas mientras hojeaba el álbum de Australia que Darcy había dejado olvidado. Él recogía los platos del almuerzo —un intento torpe de sándwiches que habían hecho juntos, sin ganas de salir de casa ni complicarse mucho la existencia, todos los presentes querían aprovechar al máximo la presencia de Ariadna—, pero sus ojos seguían volviendo a ella, al contorno suave de su cuello bajo la camiseta prestada, al modo en que sus dedos jugaban con el bo
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