Ariadna estaba sentada en el borde de la cama, con las manos temblando sobre su regazo, mirando la puerta cerrada por donde Maximiliano había salido hace apenas una hora. La maleta de él ya no estaba, el espacio junto a la suya ahora vacío, como un recordatorio cruel de lo que acababa de pasar. Se había ido al aeropuerto sin despedirse, sin una palabra más después de esa discusión que los dejó a ambos al borde del abismo. Y ella, sola en esa casa que no sentía suya, no podía dejar de pensar en sus ojos, en cómo la había mirado y le había mentido una vez más.—Tú eras la de esa noche —le había dicho, con esa certeza helada que ahora le retumbaba en la cabeza. Pero no era verdad. La foto de Thalía lo gritaba, el collar de luna ausente lo confirmaba, y aun así él tuvo el valor de sostenerle la mirada y negar lo que ella sabía en su corazón. Ariadna cerró los ojos con fuerza, sintiendo las lágrimas arder detrás de sus párpados. ¿Cómo podía querer a alguien que le mentía así? ¿Cómo podía s
Maximiliano estaba sentado en el avión, mirando por la ventana mientras el motor rugía a su alrededor.El asiento a su lado estaba vacío, y esa ausencia lo golpeaba como un puñetazo en el pecho. Ariadna debería estar ahí, con su maleta en el compartimento superior, su mano descansando en la suya, su respiración tranquila mientras dormía contra el respaldo. Pero no estaba. La había dejado atrás, en esa habitación llena de maletas a medio cerrar y palabras no dichas, y ahora, a miles de metros de altura, el arrepentimiento le quemaba las entrañas.Se pasó una mano por el rostro, tratando de calmar la frustración que le subía por la garganta. ¿Por qué se había ido sin ella? Debió convencerla, tomarla de los hombros y hacerle ver que lo que tenían valía la pena. Debió decirle que nunca se arrepentiría de ser su esposa, que podían construir una familia juntos, una vida real más allá de las sombras de esa maldita noche en Londres. Pero en lugar de eso, había cerrado su maleta, había salido
El avión aterrizó en Londres con un sacudón que hizo que Ariadna se aferrara al reposabrazos, su mano temblando sobre el vientre abultado. El trayecto desde el aeropuerto hasta el hotel fue un borrón de calles húmedas y luces difusas, el taxi traqueteando mientras ella miraba por la ventana sin ver nada realmente. Estaba agotada, con los ojos hinchados de tanto llorar, pero una determinación feroz la mantenía en pie.Necesitaba respuestas, y el hotel donde todo había comenzado era su última esperanza.Cuando el taxi se detuvo frente al edificio, Ariadna salió con dificultad, su maleta golpeando contra el pavimento mojado. El aire frío le cortó la piel, pero apenas lo sintió. Entró al vestíbulo con pasos decididos, dejando un rastro de gotas de lluvia tras de sí, y se acercó al mostrador de recepción. Una joven de uniforme la miró con una sonrisa profesional que se desvaneció al ver su expresión.—Soy Ariadna Valdés —dijo, su voz firme aunque ronca por las lágrimas que había derramado—
Maximiliano estaba sentado en el salón de la mansión, con el teléfono en la mano y los ojos fijos en la pantalla apagada. El reloj de pared marcaba las diez de la noche, y el silencio de la casa era tan pesado que le zumbaba en los oídos. Habían pasado horas desde que llegó a casa, desde que habló con Leonardo y se aferró a la esperanza de que Ariadna estaría en el próximo vuelo a Valtris.Pero no había señales de ella. Ninguna llamada, ningún mensaje, ninguna maleta rodando por el pasillo. Solo el vacío, creciendo con cada tic del reloj.Se levantó de golpe, dejando el teléfono sobre la mesa con un golpe seco, y caminó hacia la ventana. El cielo de Valtris estaba negro, las estrellas ocultas tras nubes densas, como si el mundo entero supiera que algo estaba mal. Había revisado las llegadas de los vuelos tres veces, había calculado cada vuelo posible, y nada. Ella no estaba aquí. El alivio que sintió al saber que el chofer la había llevado al aeropuerto se deshacía ahora en una ansied
Es increíble que tenga que poner esto de nuevo, pero más increíble es que me siga sorprendiendo. He avisado que la novela terminó en el Epílogo, hasta ese capítulo concluyó el primer final, esto es un final alternativo, no es a fuerza leerlo, mucho menos para criticar.Donde dice Epílogo, allí es el final. ¿Te gustó el primer final? Mi recomendación es que no sigas con este, porque estos capítulos no tienen nada que ver con un final feliz entre Ariadna y Maximiliano Valenti. De hecho, esta parte de los sucesos, que también avisé antes, parte desde la charla en casa de Leonardo, entre Ariadna y su esposo mientras veían el album de fotos.Si no saben lo que es un final alternativo, por favor, informarse un poco antes de empzar a despotricar en los comentarios. Pongo esto aquí, porque me parece que las notas nadie las lee.[...]Cuando despertó, el silencio era lo primero que notaba. No había pitidos, no había voces gritando. Solo un zumbido bajo y el sonido de su propia respiración. E
Leonardo Valdés estaba de pie en el estudio de su mansión, mirando el teléfono fijo como si pudiera obligarlo a sonar. Habían pasado casi seis horas desde que Maximiliano lo llamó desde Valtris, con esa voz temblorosa diciendo que Ariadna no había llegado, luego se supo que había comprado un boleto a Londres en lugar de volver a casa. Desde entonces, la preocupación había crecido en su pecho como una bestia que no podía controlar.Había intentado llamarla una y otra vez, cada tono sin respuesta alimentando su furia y su miedo. "Aquí Ariadna Valdés, deja tu mensaje." Colgó el teléfono con un golpe seco, el eco resonando en la habitación vacía. No había dormido, apenas había comido; el whisky en la mesa era lo único que mantenía a raya el temblor de sus manos; pero si no había ido a Valtris, ¿dónde estaba? ¿Qué estaba haciendo en Londres?—¡Ramírez! —gritó, su voz cortante rompiendo el silencio de la casa.El chofer apareció en la puerta, su rostro pálido ante el tono de su jefe.—¿Seño
El avión aterrizó en Londres con un estruendo que apenas rozó la mente de Maximiliano Valenti. El vuelo había sido una agonía silenciosa, sus manos apretadas contra las rodillas hasta que los nudillos se le pusieron blancos, las palabras de la llamada del hospital resonando como un tambor roto: "Cesárea de emergencia. Estado crítico. Una niña… no sobrevivió." Desde entonces, un zumbido amargo le llenaba la cabeza, y cada respiración era un esfuerzo que le raspaba el pecho como si estuviera tragando arena.Su hija estaba muerta, un pedazo de él arrancado antes de que pudiera darle un nombre, y Ariadna —su Ariadna— estaba en un hilo por su maldita cobardía.El taxi desde el aeropuerto hasta el Hospital St. Mary fue un torbellino de faros y cláxones que le quemaban los ojos. El asiento olía a cuero viejo y tabaco rancio, pero él no se movía, no parpadeaba, su mirada perdida en las calles húmedas que pasaban como un telón negro. La camisa se le pegaba al pecho con sudor frío, y un temblor
Maximiliano Valenti estaba sentado en el suelo, la espalda contra la pared fría, las manos temblándole sobre las rodillas. Las lágrimas le habían dejado rastros pegajosos en las mejillas, y un sabor salado le llenaba la boca, mezclándose con el sudor que le goteaba de la frente.Leonardo Valdés estaba a unos metros, de pie con los brazos cruzados, mirando la puerta cerrada de cuidados intensivos como si pudiera abrirla con la fuerza de su voluntad. Ambos eran sombras de sí mismos, rotos por la misma verdad: Ariadna estaba al borde de la muerte, dos de sus hijos luchaban por vivir, y la tercera, su niña, se había ido antes de que pudieran darle un abrazo.Maximiliano respiró hondo, el aire raspándole la garganta como si estuviera lleno de espinas, y se puso de pie con un esfuerzo que le tembló en las piernas; solo podía pensar en ella, en la hija que nunca conocería. La había perdido, y el vacío era un pozo que le dolía con cada latido, un hueco que no podía llenar con palabras ni prom