Epílogo

Diez años después

El sonido de la alarma resonó por todo el hospital, activando el protocolo de emergencia. Las puertas de la sala de urgencias se abrieron de golpe cuando el equipo médico ingresó a toda prisa con una camilla.

—¡Paciente masculino, veintidós años, accidente automovilístico! —gritó un paramédico, empujando la camilla con rapidez—. Trauma craneoencefálico, múltiples fracturas y hemorragia interna.

Ariadna, con la bata blanca y el estetoscopio colgado al cuello, ya estaba esperándolos en la sala de reanimación.

—Vamos a estabilizarlo —ordenó con firmeza—. Monitoreo cardíaco, presión arterial y saturación de oxígeno ya.

El equipo médico se movió con precisión, siguiendo cada una de sus indicaciones. El ambiente estaba cargado de tensión, pero ella se mantenía imperturbable, se había preparado para ello y en más de una ocasión ya había demostrado que estaba lista y de lo que era capaz.

—La presión sigue cayendo, doctora Valdés —informó una enfermera con tono preocupad
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