Sorena

A pesar del clima templado y la tranquilidad de la carretera, el ambiente entre ellos era diferente, más calmo que de costumbre. Habían pasado muchas cosas en las últimas semanas, pero al menos ahora podían sentarse uno al lado del otro sin pelear o estar a la defensiva.

Él se estaba acostumbrando a esa calma. Empezaba a gustarle. Le daba más tiempo para mirarla, para contemplar a su esposa.

Ariadna estaba distraída, revisando su teléfono sin mucho interés. De vez en cuando suspiraba, perdida en sus propios pensamientos, mientras las montañas se alzaban a su alrededor.

—Deberías descansar un poco —sugirió Maximiliano, sin apartar la vista del camino.

Ella parpadeó y lo miró por un segundo.

—No estoy cansada.

—Se te cierran los ojos cada tres minutos.

—Bueno… es que anoche estabas muy parlanchín. —Ariadna frunció el ceño y resopló con suavidad, pero terminó rindiéndose ante el sueño. Se acomodó en el asiento, apoyando la cabeza contra la ventana, y en pocos minutos su respiración
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